Fue una revolución democrática porque en ella participaron
diversos sectores de la sociedad, desde los estudiantes hasta la iglesia, más allá del grupo de
conspiración civil militar, fue un movimiento transversal en lo civil/político. Fue un movimiento sincronizado de la sociedad civil, de las fuerzas vivas, de los
distintos estamentos, una oleada lúcida que se extendió por todos los estratos
sociales, y que de hecho daría origen a lo que se llamó “el espíritu del 23 de
enero”, y así fue comprendido y asimilado, por todas las fuerzas políticas, lo que luego desembocaría
en el Pacto de Punto Fijo, acuerdo indispensable para defender el logro democrático, de cualquier resaca.
La democracia incipiente de la revolución de 1945 fue una
democracia insurgente, de ruptura, que interpretaba sobre todo el anhelo de una
élite apenas surgida, de jóvenes militares y clase media educada, ese trienio
dejó sin embargo una crisálida que eclosionaría 10 años después. La democracia del
58 ya no es el golpe de un sector, surge de un movimiento de amplio alcance social, de alcance popular. Lo que en 1945 era ensayo aventurado de un grupo esclarecido, donde la acción quirúrgica debía ante todo, cortar netamente con el pasado, y donde la democracia era proyecto político. En 1958, es ya el clamor de una sociedad que pide democracia como
modo de vida, la democracia como valor, como norma, como exigencia moral.