viernes, 26 de febrero de 2016

LOS PARTIDOS SOCIALES


Desde el surgimiento de los partidos políticos y los movimientos sociales hace más de un siglo, se habla incesantemente de lo que deben ser los unos y lo que no deben ser los otros, y viceversa, esta ha sido una discusión tras discusión avivada por épocas, gracias a las innumerables crisis políticas y sociales –crisis en términos generales- donde los que se sienten representados por cada tipo de organización, no tardan en despotricar de cualquier transformación o hibridación entre partido/movimiento que pudiera surgir, y un buen ejemplo de esto, lo encontramos en los movimientos que surgieron del 15-M español, en donde los “indignados” que lograron algún nivel de organización, se encontraron de repente, en un ingrato limbo indefinido entre sociedad civil, partidos políticos y la aspiración –genuina- a sustituir desde abajo, a una sociedad política devenida en clase política y peor aún, en casta política.

La discusión que se generó y que aún perdura, y que se puede investigar en internet con gran provecho para el estudio de la política, permite observar como este movimiento de los indignados, movimiento sin duda alguna “social”, mostraba desde el principio una fragmentación en islas y archipiélagos, que muchos desde fuera se apresuraron en calificar como “caos”, no sin sentir cierta satisfacción y alivio al constatar que todo no pasaría de ser un nuevo aluvión estacional, que dejaría un sedimento con poca o nula tendencia a la aglomeración: era la tranquilidad geológica del político conservador, sea de derecha o izquierda, que no quiere que nada ni nadie le amenace el basamento granítico, del statu quo en el cual medra.

Pero lo más decepcionante se encontró al comprobar que muchos de los integrantes de ese mismo movimiento, también adoptaron una opinión escéptica, pues encontraban también en ese cinturón de asteroides políticos orbitando en torno a la Puerta Del Sol, algo que difícilmente podría generar gravitación y mucho menos crear un planeta, ni siquiera un planetoide.

Se trataba de gente que, aunque igual de indignada y plantada en la calle exigiendo una renovación política y del poder en España, de alguna forma entendían que el sistema imperante terminaría disgregando o engullendo al movimiento, por absorción modélica tanto consensual como institucional y… ¡QUE VIVA LA DEMOCRACIA!

De hecho, hoy en día vemos como el partido PODEMOS, en cuyo manifiesto fundacional encontramos aquello de “convertir la indignación en cambio político…”, ni más ni menos ya comenzó a actuar como un partido más del sistema imperante en España: la partitocracia, y de sus inicios como partido con una propuesta integral de renovación, incluso en lo organizacional y estructural a nivel de democracia interna, se convirtió, justo a raíz de su primer proceso interno, en “partido de combate” a por el poder, como dirían los ibéricos, un partido leninista como muchos de los que conocemos aquí mismo en Latinoamérica, para luego y al calor ya de la contienda por el poder, ver como se iba “aclimatando” -con un talento insospechado- al odiado sistema, hasta llegar al clímax de asimilación como lo observamos hoy en todo su esplendor, al verlos negociando como peces en el agua (como si toda la vida lo hubiesen estado haciendo) con los otros partidos del parlamento para coaligarse en gobierno ¡justamente con esa casta tantas veces despreciada y denunciada!

¿Tenían entonces razón, los escépticos del 15-M?

Pues no.

La fragmentación de los indignados españoles era lo mejor que tenía el 15-M como movimiento, esa fragmentación indicaba justamente, que se trataba de una convocatoria real de grupos reales, representando cada uno su área o esfera de intereses particulares, locales, específicos.

La fragmentación no debía ni debe verse como atomización, desunión, caos o anarquía... esas fragmentaciones son unidades energéticas esperando por una conexión que las reconozca como comunidades, y las comunique y coordine para formar una verdadera red, en donde los canales de interacción no debieran ser unidireccionales, ni estar codificados, ni estar rígidamente secuenciados… pues no debieran ser canales, deben ser sinapsis y por lo tanto, ser capaces de comunicarse para crecer, y en la medida que crecen, comunicarse más y más, hasta poder coordinarse por áreas, patrones, o globalmente, de acuerdo a sus necesidades particulares, locales, o globales…

Hablamos de algo que en algún momento del futuro, podría constituirse como una red capaz de funcionar como una red neuronal, donde la sociedad del conocimiento se dará a sí misma, y se concederá a sí misma, un poder pensante.

Si ya lo sé, estoy corriendo, me puse a volar más bien, pero el 15-M, y las manifestaciones, y las “primaveras” (y veranos) y lo que venga y ha de venir como expresión de una “sociedad de comunidades” cada vez más divorciada de una clase política anquilosada que sólo entiende de votantes, y no de gentes, y cuyo mapa mental dice “electorado” donde debería decir “ciudadanía”… pues esa sociedad de comunidades-comunicadas-en-comunión, se mostrará cada vez más desbordando a sus poderes, mostrándose ella misma en poder, adquiriendo conciencia de ese poder, hasta que comenzará a exigirlo.

De una vez lo diré: las redes sociales que se están desarrollando, tanto las virtuales como las reales no son “caos”, constituyen una sopa primigenia que posee todos los nutrientes necesarios para generar la nueva política, y seguramente una nueva democracia, superior sin duda a la del paradigma representativo.

Las comunidades y los grupos sociales obedecen cada uno a su propia conciencia, que salvo manipulaciones, no es ideológica sino grupal, hay desde luego, un cuerpo central, un backbone, hacia el cual pueden derivar todas las troncales comunitarias, y ese espinazo son los derechos humanos, pero los movimientos asociados a cada grupo, pueden perfectamente actuar en red, sin necesidad de codificarse ideológicamente, en todo caso, los derechos humanos pueden proporcionar el basamento, mas no el firmamento, como antes lo hacían las ideologías, al actuar en clave religiosa de explicación del mundo y orientadoras del camino redentor: eso no podrá seguir existiendo porque ya no hay un camino, que se presentaba como lineal y a lo sumo con algún altibajo… lo que tenemos hoy día es una telaraña, en 3D y cuidado si en 4D, de hecho, el autor gusta de comparar las ideologías decimonónicas con esténciles en 2D, que algunos insisten en aplicar a universos en expansión/aceleración en 4D.

En este nuevo ecosistema social, la permanencia de paradigmas como “partido político” y “movimiento social”, pudieran verse tan superados como un floppy disk con data de 8 bits, buscando donde está la ranura en un smartphone para entrarle (y pedirle adhesión o voto)…

El punto es, que semejante acumulación de potencial político podría aprovecharse con partidos políticos que, sin dejar de ser partidos “políticos”, comiencen a actuar como multiplataformas de captación, coordinación, desarrollo, comunicación y sincronización de movimientos sociales, en otras palabras, el partido como la red que une a las comunidades y grupos, concepto que por cierto, de alguna forma rescata un viejo elemento de los partidos de masa: los correajes, sólo que ya no como concepto de transmisión de necesidad/mando entre base/dirigencia, sino como la sinapsis multimodal ya explicada.

Se trataría de Partidos/Red que de hecho hasta podrían superar la tradicional dicotomía entre partidos de cuadros y partidos de masa, al lograr el reconocimiento de las comunidades y grupos, y potenciarlos/empoderarlos como los elementos transversales capaces de lograr esa adhesión a escala aumentada, en todas las clases y subclases socioeconómicas que una sociedad compleja plantea, siempre y cuando se actúe sobre la base de atender y trabajar cada interés diferenciado y especifico. Se trataría de una modalidad que asume la complejidad, no como el trabajo político de tratar con un conjunto de compartimientos estancos, incluso con algunos de ellos en lucha de clases, sino de trabajar los grupos con necesidades/intereses coincidentes, como constelaciones que se superponen o solapan (neuronalmente).

Estos partidos sin ideología (partidos de necesidad de derechos), partidos red (partidos de comunicación/coordinación/sincronización), partidos de cuadros/masa (de comunidades/clases transversales) que de hecho emulan en su extensión, a planos en escala 1 a 1 de la sociedad a la que representan, sin reducciones ni simplificaciones (partidos complejos), partidos así, son los que de hecho se podrían definir como Partidos Sociales, tal como suena...

Estos Partidos Sociales, nunca dejarían de asumir las tareas básicas de un partido político tradicional, mas bien, serían capaces de asumirlas todas como un desarrollo natural de la complejidad que asumen como una fortaleza y no como una debilidad, de una complejidad que los capacita para el orden, precisamente por la multitud de flancos desde el cual una complejidad organizada/comunicada/coordinada/sincronizada puede siempre enfrentar a una complejidad fragmentada/disgregada, o sea una complejidad en “modo caos”.

Es así como un Partido Social, que siempre debería estar activo de todos modos, y en forma permanente como organización de lucha y trabajo social, sobre todo como organización promotora de empresas sociales*, este partido de nueva generación igualmente podría, tal como lo hace cualquier partido tradicional, ofrecer las capacidades fundamentales que la sociedad espera de ellos: capacidad dirigencial, para proveer a la sociedad de verdaderos liderazgos, liderazgos verdaderamente relacionados y comprometidos con las comunidades de las cuales surgen, capacidad electoral, para convertir esos liderazgos en candidatos preparados, y ponerlos en condiciones de ganar elecciones, capacidad gubernamental, para proveer a la sociedad de equipos de gobierno capacitados y coherentes con planes, programas y proyectos y, capacidad innovadora, para proveer a la sociedad de nuevas ideas y visiones y nuevas generaciones de aspirantes al liderazgo, para así contribuir a la indispensable renovación del poder.

Aunque resulte temprano decirlo, un partido así, debería ser un partido que una vez llegado al poder, no debería degenerar en poder oligárquico, y esto hay que explicarlo, porque efectivamente, todo poder es oligárquico per se y si no lo fuera, de él no podría emanar mando ni capacidad organizativa ni ejecutiva, esto debe quedar claro, y este servidor esto lo tiene más claro aún, por declararse firme sostenedor del presidencialismo en contra de los regímenes parlamentarios (asunto que no viene al caso explicar en esta oportunidad).

Lo importante es que el partido del equipo gobernante no se convierta en oligarquía, en “casta”, sobre todo, en casta integrada al estado y por lo tanto inamovible (los individuos pueden ir o venir, o irse para siempre, pero el partido queda) algo que nosotros los latinoamericanos conocemos en mayor o menor grado, y que los españoles lo experimentan en carne propia con su democracia de la transición, degenerada en partitocracia, o sea, en régimen corrupto de consensos oligárquicos entre partidos, poderes formales, poderes fácticos y redes burocráticas, funcionariales y clientelares (que en Venezuela definimos con el muy apropiado nombre de conchupancia).

Mi esperanza, es que dada la estructura reticular de poder difuso y distribuido que debería tener un verdadero Partido Social, la dirigencia que emane de él debería ser genéticamente distinta, y por lo tanto responder al reto del poder exhibiendo conductas distintas, esto desde luego, resultaría una ilusión infantil, si en el estado rige algún régimen consensual o directamente, un estado de partidos, lo que significaría república mediatizada, con separación de poderes afectada por pactos, y democracia reducida a la mera expresión electoral.

Ahora bien, el reto que plantearía el surgimiento de organizaciones como los Partidos Sociales, implicaría un cambio también en la práctica de los agentes que actúan e interactúan con el activismo político, especialmente en lo que respecta el ámbito de lo electoral.

Es un hecho notorio para cualquier observador y estudioso de la política, que ésta ha ido degenerando, especialmente en Latinoamérica, hacia formas populistas cada vez más demagógicas, las cuales con el tiempo han determinado una transformación cada vez mayor de la actividad política, en una verdadera arte escénica, asistida por no decir dominada, por prácticas y técnicas propias de los medios de comunicación de masas.

En consecuencia, los políticos han ido dependiendo cada vez más, de los medios de comunicación para poder articular sus mayores o menores aspiraciones al poder, hasta el punto que hoy en día se concibe el quehacer político, esencialmente como una campaña electoral permanente, continuamente tutelada y manejada por una tecnocracia especializada en demoscopia, mercadotecnia y cobertura mediática.

Este dominio elitista/tecnocrático del entorno político y especialmente del “candidatural”, convierte a la política actual, con sus cenáculos de poder y sus cortes colonizadas por profesionales y técnicos –muchas veces sin líderes naturales por ningún lado- en algo esencialmente antipolítico, entendiendo la antipolítica como el abandono fundamental de lo político, en otras palabras de lo verdadera y abiertamente público y en especial, del conflicto intrínseco en toda sociedad, por parte de la política (que debería ocuparse de ordenar y dirigir el conflicto), lo que ha dado como resultado la conversión de las sociedades políticas (que deberían ser abiertas) en clases políticas (cerradas), clases fines en sí mismas y demonizadoras del conflicto público, y de toda dialéctica que debería ser intrínseca a la democracia y su perfectibilidad.

Por lo tanto y con el advenimiento de los Partidos Sociales (y la eventual conversión de los tradicionales hacia ese modelo mediante su modernización), el rol del consultor o estratega político debería cambiar.

El consultor político frente a este reto ineludible, debería poder cumplir un rol corrector, incluso regenerador de la política y creo que debería estar en su interés promoverlo con prioridad y emergencia estratégica, pues la galopante obsolescencia de la política actual, de sus actores, métodos, visiones, organizaciones y hasta de sus programas e ideologías, ya no puede compensarse con maquillaje, bueno… ni con maquillaje ni con cirugía plástica ni siquiera aplicando técnicas reconstructivas… pues ya estamos a un paso del maquillaje de cadáveres, incluso del oficio taxidérmico, especialmente en el caso de muchos especímenes de la fauna política americana, y ni hablar de esos templos megalíticos que algunos aún se atreven a llamar partidos.

Soy de los que siempre ha pensado que el verdadero consultor político, debe ante todo ser un promotor del desarrollo y la modernización del ámbito donde desea actuar, en otras palabras, de la política, pero estudiando lo político, en otras palabras (de nuevo) debe ser un estudioso de la sociedad y de su evolución, un investigador no solo del comportamiento, de la conducta, sino de la sociedad en toda su complejidad.

Las sociedades modernas llevan un buen tiempo ovulando, pero falta el agente fertilizante, y ese agente en muchos, demasiados lugares, no aparece por ningún lado, sobre todo del lado de la oferta política, y en este panorama ya paradójico de fertilidad social y esterilidad política, el consultor político y de mercadeo político, estimo que ha fallado también. Desde luego, la responsabilidad es compartida con la clase política, pero una vez más insisto en que, si los políticos se vuelven momias, el asesor debería buscar “nuevos vivientes” que atender, y dejarle el trabajo de embalsamar y envolver con vendas, a otros competidores, por ejemplo, a los mercenarios .

La política del siglo 21 va a consistir sobre todo de comunicación y coordinación entre comunidades y grupos… ¿y cómo va a ser el poder en el siglo 21? pues lo mismo, porque los estados también deberán transformarse acorde con los cambios en la arena política, en este sentido, la comunicación política representará cada vez más el meollo de la política, pues toda la funcionalidad de partidos y estados convertidos en redes, dependerá de una capacidad de transmisión, coordinación, sincronización y realimentación, que exige comunicación transparente y eficiente como requisito fundamental.

En otra palabras, para la política la comunicación será el medio, el vector y también la estructura -el espinazo- y también deberá representar contenido, en la medida que esa comunicación se reconozca y se desarrolle finalmente, como un derecho universal que no puede ser dominado ni secuestrado por grupos de poder: esto significa que la política del siglo 21 basada en comunicación, significará el verdadero advenimiento de la comunicación social realmente social, y de una opinión pública realmente pública, y este solo hecho, revolucionario en toda la extensión de la palabra, determinará la evolución de la política y de la sociedad misma.

Como podemos apreciar, el rol que puede desarrollar la asesoría política deberá desarrollarse hasta abarcar un ámbito que inevitablemente, será el de la sociedad toda, porque si ha de ser verdad su empoderamiento en términos reales, entonces tendremos sociedades en activación política permanente, y con el desarrollo constante de la tecnología, hasta podríamos terminar con formas de gobierno realmente democráticas, donde una sociedad se instituye en forma permanente, hacia formas cada vez más participativas.

En este sentido, una de las propuestas más interesantes que han surgido en los últimos años con respecto a la comunicación política, es la propuesta de “Politing” o mercadeo político integrado, formulada por el consultor internacional mexicano Carlos Salazar Vargas, la cual me parece que incorpora admirablemente, todos los ámbitos en donde la comunicación política y la consultoría en políticas públicas, va a adquirir inexorablemente, su máxima expansión e importancia.

¿Quién quita y sean los consultores y estrategas políticos, los autores intelectuales de la modernización política latinoamericana en los próximos años? Si me lo preguntan a mí, ya saben la respuesta…

*Entendiendo por empresas sociales, las definidas así por el sabio Muhammad Yunus.

Federico Boccanera
Analista y consultor comunicacional / político.