Desde el surgimiento de los
partidos políticos y los movimientos sociales hace más de un siglo, se habla
incesantemente de lo que deben ser los unos y lo que no deben ser los otros, y
viceversa, esta ha sido una discusión tras discusión avivada por épocas,
gracias a las innumerables crisis políticas y sociales –crisis en términos
generales- donde los que se sienten representados por cada tipo de
organización, no tardan en despotricar
de cualquier transformación o hibridación entre partido/movimiento que
pudiera surgir, y un buen ejemplo de esto, lo encontramos en los movimientos
que surgieron del 15-M español, en donde los “indignados” que lograron algún
nivel de organización, se encontraron de repente, en un ingrato limbo
indefinido entre sociedad civil, partidos políticos y la aspiración –genuina- a
sustituir desde abajo, a una sociedad política devenida en clase política y
peor aún, en casta política.
La discusión que se generó y
que aún perdura, y que se puede investigar en internet con gran provecho para
el estudio de la política, permite observar como este movimiento de los indignados,
movimiento sin duda alguna “social”, mostraba desde el principio una
fragmentación en islas y archipiélagos, que muchos desde fuera se apresuraron
en calificar como “caos”, no sin sentir cierta satisfacción y alivio al
constatar que todo no pasaría de ser un nuevo aluvión estacional, que dejaría
un sedimento con poca o nula tendencia a la aglomeración: era la tranquilidad
geológica del político conservador, sea de derecha o izquierda, que no quiere que
nada ni nadie le amenace el basamento granítico, del statu quo en el cual
medra.
Pero lo más decepcionante se
encontró al comprobar que muchos de los integrantes de ese mismo movimiento, también
adoptaron una opinión escéptica, pues encontraban también en ese cinturón de
asteroides políticos orbitando en torno a la Puerta Del Sol, algo que difícilmente
podría generar gravitación y mucho menos crear un planeta, ni siquiera un planetoide.
Se trataba de gente que, aunque
igual de indignada y plantada en la calle exigiendo una renovación política y
del poder en España, de alguna forma entendían que el sistema imperante terminaría
disgregando o engullendo al movimiento, por absorción modélica tanto consensual
como institucional y… ¡QUE VIVA LA DEMOCRACIA!
De hecho, hoy en día vemos
como el partido PODEMOS, en cuyo manifiesto fundacional encontramos aquello de “convertir la indignación en cambio político…”,
ni más ni menos ya comenzó a actuar como un partido más del sistema imperante en
España: la partitocracia, y de sus inicios como partido con una propuesta
integral de renovación, incluso en lo organizacional y estructural a nivel de
democracia interna, se convirtió, justo a raíz de su primer proceso interno, en
“partido de combate” a por el poder, como
dirían los ibéricos, un partido leninista como muchos de los que conocemos aquí
mismo en Latinoamérica, para luego y al calor ya de la contienda por el poder,
ver como se iba “aclimatando” -con un talento insospechado- al odiado sistema,
hasta llegar al clímax de asimilación como lo observamos hoy en todo su
esplendor, al verlos negociando como peces en el agua (como si toda la vida lo hubiesen
estado haciendo) con los otros partidos del parlamento para coaligarse en
gobierno ¡justamente con esa casta
tantas veces despreciada y denunciada!
¿Tenían entonces razón, los
escépticos del 15-M?
Pues no.
La fragmentación de los
indignados españoles era lo mejor que tenía el 15-M como movimiento, esa
fragmentación indicaba justamente, que se trataba de una convocatoria real de
grupos reales, representando cada uno su área o esfera de intereses
particulares, locales, específicos.
La fragmentación no debía ni
debe verse como atomización, desunión, caos o anarquía... esas fragmentaciones
son unidades energéticas esperando por una conexión que las reconozca como comunidades,
y las comunique y coordine para formar una verdadera red, en donde los canales de
interacción no debieran ser unidireccionales, ni estar codificados, ni estar rígidamente
secuenciados… pues no debieran ser canales, deben ser sinapsis y por lo tanto, ser capaces de comunicarse para crecer, y en la medida que
crecen, comunicarse más y más, hasta poder coordinarse por áreas, patrones, o
globalmente, de acuerdo a sus necesidades particulares, locales, o globales…
Hablamos de algo que en
algún momento del futuro, podría constituirse como una red capaz de funcionar como
una red neuronal, donde la sociedad del conocimiento se dará a sí misma, y se
concederá a sí misma, un poder pensante.
Si ya lo sé, estoy
corriendo, me puse a volar más bien, pero el 15-M, y las manifestaciones, y las
“primaveras” (y veranos) y lo que venga y ha de venir como expresión de una
“sociedad de comunidades” cada vez más divorciada de una clase política
anquilosada que sólo entiende de votantes, y no de gentes, y cuyo mapa mental
dice “electorado” donde debería decir “ciudadanía”… pues esa sociedad de
comunidades-comunicadas-en-comunión, se mostrará cada vez más desbordando a sus
poderes, mostrándose ella misma en poder, adquiriendo conciencia de ese poder,
hasta que comenzará a exigirlo.
De una vez lo diré: las
redes sociales que se están desarrollando, tanto las virtuales como las reales
no son “caos”, constituyen una sopa primigenia que posee todos los nutrientes
necesarios para generar la nueva política, y seguramente una nueva democracia,
superior sin duda a la del paradigma representativo.
Las comunidades y los grupos
sociales obedecen cada uno a su propia conciencia, que salvo manipulaciones, no
es ideológica sino grupal, hay desde luego, un cuerpo central, un backbone, hacia el cual pueden derivar
todas las troncales comunitarias, y ese espinazo son los derechos humanos, pero
los movimientos asociados a cada grupo, pueden perfectamente actuar en red, sin
necesidad de codificarse ideológicamente, en todo caso, los derechos humanos pueden
proporcionar el basamento, mas no el
firmamento, como antes lo hacían las ideologías, al actuar en clave
religiosa de explicación del mundo y orientadoras del camino redentor: eso no
podrá seguir existiendo porque ya no hay un camino, que se presentaba como lineal
y a lo sumo con algún altibajo… lo que tenemos hoy día es una telaraña, en 3D y
cuidado si en 4D, de hecho, el autor gusta de comparar las ideologías decimonónicas
con esténciles en 2D, que algunos insisten en aplicar a universos en
expansión/aceleración en 4D.
En este nuevo ecosistema
social, la permanencia de paradigmas como “partido político” y “movimiento
social”, pudieran verse tan superados como un floppy disk con data de 8 bits,
buscando donde está la ranura en un smartphone para entrarle (y pedirle
adhesión o voto)…
El punto es, que semejante
acumulación de potencial político podría aprovecharse con partidos políticos
que, sin dejar de ser partidos “políticos”, comiencen a actuar como multiplataformas
de captación, coordinación, desarrollo, comunicación y sincronización de movimientos
sociales, en otras palabras, el partido como la red que une a las comunidades y
grupos, concepto que por cierto, de alguna forma rescata un viejo elemento de
los partidos de masa: los correajes,
sólo que ya no como concepto de transmisión de necesidad/mando entre
base/dirigencia, sino como la sinapsis multimodal ya explicada.
Se trataría de Partidos/Red
que de hecho hasta podrían superar la tradicional dicotomía entre partidos de
cuadros y partidos de masa, al lograr el reconocimiento de las comunidades y
grupos, y potenciarlos/empoderarlos como los elementos transversales capaces de
lograr esa adhesión a escala aumentada, en todas las clases y subclases socioeconómicas
que una sociedad compleja plantea, siempre y cuando se actúe sobre la base de atender y trabajar cada
interés diferenciado y especifico. Se trataría de una modalidad que asume la
complejidad, no como el trabajo político de tratar con un conjunto de
compartimientos estancos, incluso con algunos de ellos en lucha de clases, sino de trabajar los grupos con
necesidades/intereses coincidentes, como constelaciones que se superponen o
solapan (neuronalmente).
Estos partidos sin ideología
(partidos de necesidad de derechos), partidos red (partidos de
comunicación/coordinación/sincronización), partidos de cuadros/masa (de comunidades/clases
transversales) que de hecho emulan en su extensión, a planos en escala 1 a 1 de
la sociedad a la que representan, sin reducciones ni simplificaciones (partidos
complejos), partidos así, son los que de hecho se podrían definir como Partidos
Sociales, tal como suena...
Estos Partidos Sociales,
nunca dejarían de asumir las tareas básicas de un partido político tradicional,
mas bien, serían capaces de asumirlas todas como un desarrollo natural de la
complejidad que asumen como una fortaleza y no como una debilidad, de una
complejidad que los capacita para el orden, precisamente por la multitud de
flancos desde el cual una complejidad organizada/comunicada/coordinada/sincronizada
puede siempre enfrentar a una complejidad fragmentada/disgregada, o sea una
complejidad en “modo caos”.
Es así como un Partido
Social, que siempre debería estar activo de todos modos, y en forma permanente
como organización de lucha y trabajo social, sobre todo como organización promotora
de empresas sociales*, este partido de nueva generación igualmente podría, tal
como lo hace cualquier partido tradicional, ofrecer las capacidades
fundamentales que la sociedad espera de ellos: capacidad dirigencial, para
proveer a la sociedad de verdaderos liderazgos, liderazgos verdaderamente
relacionados y comprometidos con las comunidades de las cuales surgen, capacidad
electoral, para convertir esos liderazgos en candidatos preparados, y ponerlos
en condiciones de ganar elecciones, capacidad gubernamental, para proveer a la
sociedad de equipos de gobierno capacitados y coherentes con planes, programas
y proyectos y, capacidad innovadora, para proveer a la sociedad de nuevas ideas
y visiones y nuevas generaciones de aspirantes al liderazgo, para así
contribuir a la indispensable renovación del poder.
Aunque resulte temprano
decirlo, un partido así, debería ser un partido que una vez llegado al poder,
no debería degenerar en poder oligárquico, y esto hay que explicarlo, porque
efectivamente, todo poder es oligárquico per
se y si no lo fuera, de él no podría emanar mando ni capacidad organizativa
ni ejecutiva, esto debe quedar claro, y este servidor esto lo tiene más claro
aún, por declararse firme sostenedor del presidencialismo en contra de los
regímenes parlamentarios (asunto que no viene al caso explicar en esta
oportunidad).
Lo importante es que el
partido del equipo gobernante no se convierta en oligarquía, en “casta”, sobre
todo, en casta integrada al estado y por lo tanto inamovible (los individuos
pueden ir o venir, o irse para siempre, pero el partido queda) algo que
nosotros los latinoamericanos conocemos en mayor o menor grado, y que los
españoles lo experimentan en carne propia con su democracia de la transición,
degenerada en partitocracia, o sea, en régimen corrupto de consensos oligárquicos
entre partidos, poderes formales, poderes fácticos y redes burocráticas,
funcionariales y clientelares (que en Venezuela definimos con el muy apropiado
nombre de conchupancia).
Mi esperanza, es que dada la
estructura reticular de poder difuso y distribuido que debería tener un verdadero
Partido Social, la dirigencia que emane de él debería ser genéticamente
distinta, y por lo tanto responder al reto del poder exhibiendo conductas
distintas, esto desde luego, resultaría una ilusión infantil, si en el estado
rige algún régimen consensual o directamente, un estado de partidos, lo que
significaría república mediatizada, con separación de poderes afectada por
pactos, y democracia reducida a la mera expresión electoral.
Ahora bien, el reto que
plantearía el surgimiento de organizaciones como los Partidos Sociales,
implicaría un cambio también en la práctica de los agentes que actúan e interactúan
con el activismo político, especialmente en lo que respecta el ámbito de lo
electoral.
Es un hecho notorio para
cualquier observador y estudioso de la política, que ésta ha ido degenerando,
especialmente en Latinoamérica, hacia formas populistas cada vez más
demagógicas, las cuales con el tiempo han determinado una transformación cada
vez mayor de la actividad política, en una verdadera arte escénica, asistida
por no decir dominada, por prácticas y técnicas propias de los medios de
comunicación de masas.
En consecuencia, los
políticos han ido dependiendo cada vez más, de los medios de comunicación para
poder articular sus mayores o menores aspiraciones al poder, hasta el punto que
hoy en día se concibe el quehacer político, esencialmente como una campaña
electoral permanente, continuamente tutelada y manejada por una tecnocracia
especializada en demoscopia, mercadotecnia y cobertura mediática.
Este dominio
elitista/tecnocrático del entorno político y especialmente del “candidatural”, convierte
a la política actual, con sus cenáculos de poder y sus cortes colonizadas por
profesionales y técnicos –muchas veces sin líderes naturales por ningún lado-
en algo esencialmente antipolítico, entendiendo la antipolítica como el abandono
fundamental de lo político, en otras palabras de lo verdadera y abiertamente
público y en especial, del conflicto intrínseco en toda sociedad, por parte de
la política (que debería ocuparse de ordenar y dirigir el conflicto), lo que ha
dado como resultado la conversión de las sociedades políticas (que deberían ser
abiertas) en clases políticas (cerradas), clases fines en sí mismas y
demonizadoras del conflicto público, y de toda dialéctica que debería ser
intrínseca a la democracia y su perfectibilidad.
Por lo tanto y con el advenimiento
de los Partidos Sociales (y la eventual conversión de los tradicionales hacia
ese modelo mediante su modernización), el rol del consultor o estratega
político debería cambiar.
El consultor político frente
a este reto ineludible, debería poder cumplir un rol corrector, incluso
regenerador de la política y creo que debería estar en su interés promoverlo con
prioridad y emergencia estratégica, pues la galopante obsolescencia de la
política actual, de sus actores, métodos, visiones, organizaciones y hasta de sus
programas e ideologías, ya no puede compensarse con maquillaje, bueno… ni con
maquillaje ni con cirugía plástica ni siquiera aplicando técnicas
reconstructivas… pues ya estamos a un paso del maquillaje de cadáveres, incluso
del oficio taxidérmico, especialmente en el caso de muchos especímenes de la
fauna política americana, y ni hablar de esos templos megalíticos que algunos
aún se atreven a llamar partidos.
Soy de los que siempre ha
pensado que el verdadero consultor político, debe ante todo ser un promotor del
desarrollo y la modernización del ámbito donde desea actuar, en otras palabras,
de la política, pero estudiando lo político, en otras palabras (de nuevo) debe
ser un estudioso de la sociedad y de su evolución, un investigador no solo del
comportamiento, de la conducta, sino de la sociedad en toda su complejidad.
Las sociedades modernas
llevan un buen tiempo ovulando, pero falta el agente fertilizante, y ese agente
en muchos, demasiados lugares, no aparece por ningún lado, sobre todo del lado
de la oferta política, y en este panorama ya paradójico de fertilidad social y
esterilidad política, el consultor político y de mercadeo político, estimo que
ha fallado también. Desde luego, la responsabilidad es compartida con la clase
política, pero una vez más insisto en que, si los políticos se vuelven momias,
el asesor debería buscar “nuevos vivientes” que atender, y dejarle el trabajo
de embalsamar y envolver con vendas, a otros competidores, por ejemplo, a los mercenarios .
La política del siglo 21 va
a consistir sobre todo de comunicación y coordinación entre comunidades y
grupos… ¿y cómo va a ser el poder en el siglo 21? pues lo mismo, porque los
estados también deberán transformarse acorde con los cambios en la arena
política, en este sentido, la comunicación política representará cada vez más
el meollo de la política, pues toda la funcionalidad de partidos y estados
convertidos en redes, dependerá de una capacidad de transmisión, coordinación, sincronización
y realimentación, que exige comunicación transparente y eficiente como requisito
fundamental.
En otra palabras, para la
política la comunicación será el medio, el vector y también la estructura -el
espinazo- y también deberá representar contenido, en la medida que esa
comunicación se reconozca y se desarrolle finalmente, como un derecho universal
que no puede ser dominado ni secuestrado por grupos de poder: esto significa
que la política del siglo 21 basada en comunicación, significará el verdadero
advenimiento de la comunicación social realmente social, y de una opinión
pública realmente pública, y este solo hecho, revolucionario en toda la extensión
de la palabra, determinará la evolución de la política y de la sociedad misma.
Como podemos apreciar, el
rol que puede desarrollar la asesoría política deberá desarrollarse hasta
abarcar un ámbito que inevitablemente, será el de la sociedad toda, porque si ha
de ser verdad su empoderamiento en términos reales, entonces tendremos sociedades
en activación política permanente, y con el desarrollo constante de la
tecnología, hasta podríamos terminar con formas de gobierno realmente
democráticas, donde una sociedad se instituye en forma permanente, hacia formas
cada vez más participativas.
En este sentido, una de las
propuestas más interesantes que han surgido en los últimos años con respecto a la
comunicación política, es la propuesta de “Politing” o mercadeo político
integrado, formulada por el consultor internacional mexicano Carlos Salazar
Vargas, la cual me parece que incorpora admirablemente, todos los ámbitos en
donde la comunicación política y la consultoría en políticas públicas, va a
adquirir inexorablemente, su máxima expansión e importancia.
¿Quién quita y sean los
consultores y estrategas políticos, los autores intelectuales de la
modernización política latinoamericana en los próximos años? Si me lo preguntan
a mí, ya saben la respuesta…
*Entendiendo por empresas
sociales, las definidas así por el sabio Muhammad Yunus.
Federico Boccanera
Analista y consultor
comunicacional / político.