EL MAL VENEZOLANO
Después del triunfo de la oposición venezolana oficialista en las elecciones legislativas del pasado 6 de diciembre y la materialización de este en una nueva asamblea nacional, se produjo en gran parte del país el renacimiento de la ilusión y la esperanza en una solución política definitiva, a la gravísima crisis de nación que padecemos.
Cabe recordar que el triunfo del 6D no fue meramente un
triunfo electoral, en donde los ciudadanos votaron por su fórmula preferida de
candidato o partido para elegir a sus representantes al poder legislativo, no,
ese triunfo político responde a un mandato unívoco de la voluntad popular donde
se expresó un profundo e irrevocable rechazo hacia el régimen de Nicolás Maduro,
y el ferviente deseo de lograr un cambio urgente en la conducción del país.
Esta expectativa, alimentada por la contundencia del triunfo
obtenido, exigía por parte de los representantes electos la entrega total a la
tarea de lograr en el menor tiempo posible, la interrupción del período
presidencial de Maduro por la vía constitucional, institucional o insurreccional
que más pudiese ahorrarle al país los sufrimientos de una crisis de penuria en
todos los órdenes, que no sólo configura una crisis humanitaria en términos
dramáticos de hambre y enfermedades, sino que además ha terminado por
constituir lo que bien podría llamarse, un estado de necesidad.
Estado de necesidad de inminente y extrema amenaza para la
preservación de la libertad, la paz, la vida y los bienes de todos los
ciudadanos, por cuanto esta violación de los derechos más sagrados proviene del
mismo Estado que debería ampararlos y defenderlos.
Sin embargo, la oposición oficialista agrupada en los
partidos del statu quo ha estado muy lejos de responder adecuadamente a este
clamor nacional, y en oposición casi diametral a ese sentido de deber y
urgencia ante la emergencia, ha optado por seguir una serenísima vía de
exquisito rigor institucional/legal de no colisión con el régimen, en otras
palabras, ha optado por evitar cuidadosamente el “choque de trenes”.
Una vez más hay que decirlo: contra un régimen como este,
autoritario y abusador, dictatorial en términos netos, eventualmente se acude a
elecciones para provocar un encontronazo, un impasse, y precipitar una crisis,
una crisis terminal, y si además se logra como en efecto se logró, la conquista
de un supuesto poder público ¡con mayor razón se debería actuar! Y más contando
con un aval de mayoría electoral contundente: fueron 8 millones de votos. El momento
proporcionado por el apoyo de un mandato popular tan entusiasta como masivo,
así lo exigía.
Pero no, nada resultó ser como debería ser y a estas
alturas, luego de casi 5 meses de imperdonable melindre por parte de la
comparsa opositora, son muchos los votantes decepcionados, tanto o más que en
otras ocasiones -que lamentablemente no han faltado en los últimos años- pero
esta vez todo resulta más difícil de digerir porque esta vez se obtuvo un claro
triunfo, no fue ninguna “victoria de mierda” [1] y todo esto a pesar del Consejo
Nacional Electoral y sus trapisondas.
A 5 meses de ese inobjetable triunfo, la situación se ha
vuelto realmente grave y el descontento es extenso, es real, es persistente y
creciente, esta vez, se confronta a un Maduro que supuestamente anda más
repudiado, odiado, debilitado y asustado que nunca, al menos según el decir
persistente de la vocería de la unidad opositora.
¿Y entonces?
EL MAL ENCARNADO EN UNA CLASE POLÍTICA
Todo este cuadro patológico de parálisis concomitante con urgencia
tiene una explicación, o mejor dicho varias, y todas históricamente
relacionadas.
La actual oposición oficialista agrupada en la “Mesa de la
Unidad Democrática” (MUD) representa a una clase política conformada por
partidos tanto viejos como nuevos, pero la diferencia sólo se queda en lo
cronológico pues ni los unos ni los otros han logrado sustraerse a la infección
populista en su variante más virulenta: la que procede de un petroestado
rentista degenerado hasta el último estado de la improductividad.
El Estado venezolano gracias a un rentismo en grado ya paroxístico,
ha terminado con hacerse de todos los poderes tanto formales como fácticos,
suyo es TODO el poder político, económico y militar hasta el punto de que, aunque
no se declare nunca como tal, es totalitario de hecho. Y si a alguien le queda
duda los invito a estudiar la microbiología de esa cuasi entelequia que es la
sociedad civil venezolana.
El petroestado venezolano es el trono, el arsenal y el botín
al mismo tiempo, sin que quede mucho por afuera, en efecto, cada poder o factor
de poder que en apariencia podría suponerse independiente, en la práctica depende
de él o se debe a él, y si no es así sobrevive en todo caso por graciosa
concesión. Con decir que en Venezuela el poder es oligárquico uno corre el
riesgo de quedarse corto, y con el advenimiento de Chávez llegamos a extremos
casi absolutistas, que aún persisten en forma espectral con la figura del “comandante
eterno” y su legado teocráticamente determinante.
Por lo tanto (y desde hace unas cuatro décadas) llegar al
gobierno en Venezuela es llegar al poder en los términos más amplios y
tajantes, pero este poder, aún bajo la impronta tiránica de Chávez y su
heredero, es poder basado en una práctica constante, virtuosa a su modo, de
negociación y logro de pactos indispensables que sirven a la oligarquía de
turno no sólo para consolidarse en la cima, sino para perpetuar el sistema de
reparto de la renta a los poderes súbditos, reparto indispensable para sustentar
el “consenso democrático”.
Se trata del mantenimiento fetichista de un decorado
“democrático” a todo nivel y sin el cual, hasta el último comisario de la
última jefatura de Venezuela se sentiría a la intemperie.
Mejor dicho, sin el cual hasta el último funcionario o
contratista se sentiría a la intemperie, a la hora de zambullirse en la
corrupción.
Es por tanto el poder en Venezuela tan consensual como
caudillista, tan “democrático” como dictatorial, y de la concentración del
poder se derivan extensos andamiajes de concesión clientelar y prebendaria que
hacen posible el mantenimiento en el tiempo de dirigentes, figuras, cortes,
partidos, empresas y, al fin y al cabo, toda clase de organización más o menos vertebrada.
Desde luego y faltaría más, el factor constituyente,
aglutinante y fluidificante al mismo tiempo, de todo este modus vivendi
y operandi es la providencial corrupción, sin la cual todo acuerdo,
alianza, pacto, unión, seria de poca solidez y credibilidad y sobre todo, de
poca productividad en el sentido más amplio imaginable del término.
De hecho, sin corrupción no sería posible viabilizar (ni
explicar) ascensos y descensos, auges y ocasos, agrupamientos, alianzas y
clases políticas, partidos nacientes (y murientes), en fin, casi todo lo que
pasa bajo el sol en Venezuela.
Durante la democracia civil de la “cuarta república”, al
menos por un tiempo (de 1959 a 1973) se mantuvo lo que podría llamarse una “democracia
virtuosa” que supo mantenerse sobria y mantener al país por cierto rumbo, con
las excepciones que siempre son inevitables. Esa democracia, perfecta
precisamente a partir de todas sus limitaciones de poder, comenzaría a decaer
con el tsunami de petrodólares que nos sumergió a partir de 1973, el cual
hipertrofió al Estado y cuya degeneración postrera nos llevaría directo al
chavismo.
Al único gobernante que se le ocurrió tratar de enfrentarse
(muy tímidamente) a la degeneración rentista, sobre todo en sus bastiones
consensuales (partitocracia, centralización, paternalismo, proteccionismo,
clientelismo), lo siquitrillaron en componenda casi todos los poderes habidos y
por haber, eso fue lo que le ocurrió a Carlos Andrés Pérez (CAP, irónicamente
el creador del “Estado omnipotente”) en 1993, y el golpe de estado que lo
expulsó del poder, como un cuerpo extraño e indeseable, representó el triunfo
definitivo del mal que actualmente nos agobia como nación, ni más ni menos.
Pasamos entonces de una partitocracia bipolar a un régimen
de partido hegemónico (siempre consensual): pero el Estado oligárquico derivado
del petroestado rentista quedó intacto.
Y la actual oposición representada en la MUD constituye un
subproducto inevitable, fatal, de todo este sistema, y chapotea felizmente en
él desde el mismo principio del chavismo y las excepciones conocidas por todos,
no son sino eso y obedecen al desvarío imprudente y enajenado de quien en
Venezuela se atreve a cometer la peor locura: sustraerse al consenso
corporativo prebendario y a su statu quo.
Esta oposición es una BENDICIÓN para el régimen, Chávez y
ahora Maduro no han podido correr con mejor suerte, hasta el punto de que
siempre me causa gracia quienes imaginan escenarios donde se les persigue,
apresa o disuelve, cosas que no hacen falta (no al menos en forma sistemática) pues
una oposición tan inofensiva y a la vez, tan decorativa en su nuevo disfraz
asambleario de separación de poderes y democracia ¡es que ni mandada a hacer!
Esta oposición además, cumple disciplinadamente con dos
funciones que la vuelven útil cuando no indispensable para ciertos planes
políticos, uno: es irremediablemente populista y se apresta a convertirse en
universalmente chavista, del mismo modo que en Argentina el peronismo terminó
empapando a la casi totalidad del estamento político, y dos: nunca pero nunca
jamás, romperá el hilo que realmente importa, el cual faltaría más no es el “constitucional”,
se trata del hilo rentista, el hilo con el cual se puede tejer todo tramado
populista, clientelar, paternalista, proteccionista.
PERONISMO Y RENTISMO: CHAVISMO FOREVER
Desde los tiempos de la pasión, agonía y muerte de Chávez vamos
hacia la peronización de la política venezolana y es muy probable que en los
próximos años, la casi totalidad de la clase política, de “lado y lado”, se
estará disputando en forma más o menos desfachatada el legado de Chávez, y la
competencia proselitista consistirá en quien “lo interprete mejor”.
Así será como el chavismo (al igual que el peronismo y como
lo hizo el sandinismo) podrá siempre volver, y siempre será así mientras
tengamos élites hambrientas de status y privilegios, de clara vocación rampante,
y aspirantes de todas las clases sociales a lograr esa “inclusión”, de clara
vocación reptante. De hecho, chavismo y peronismo como variantes extremas que
son del populismo, sólo pueden vivir de las debilidades que logran inocular en
la sociedad, por lo tanto, podrán reciclarse y regresar con “una nueva
presentación” mientras no se supere la cultura de la depredación y la dependencia,
la cultura de pobreza moral que les sirve de sustento.
EL MAL QUE NO SE IRÁ
Si de verdad ocurriera el milagro, trabajosamente logrado
por el régimen y su oposición, de mantener a Maduro por unos años más, se
abrirían muchos escenarios pero ninguno de transición verdadera hacia la
democracia, muchos menos de superación del Estado rentista.
Uno de los escenarios bien podría desembocar en una ofensiva
del régimen hacia el “Estado Comunal”, con su nueva “geometría del poder” y una
constituyente de base y deliberación “popular”, donde se volvería a invocar el “poder
originario” pero ahora en clave de profundización de un proceso que llevaría a
la creación del verdadero “poder popular”, dicho de otro modo, el expediente
final para terminar de desechar cualquier remanente de institucionalidad y
“poderes burgueses”.
El escenario alterno podría ser el de una pseudo transición
pactada entre el chavismo y su oposición MUD, que llevaría a la instauración de
un régimen gatopardiano de alternancia “a la nicaragüense”, en aras de mantener
el bien más preciado: el Estado todopoderoso.
EL MAL QUE VIENE DE CUBA
Lo otro que desde luego se pactaría entre las partes, es que
a Cuba “ni con el pétalo de una rosa” y esto viene muy bien al caso, porque a
la potencia dominante se le seguirá honrando y respetando, tal como se instauró
como práctica cultural en este país, desde la muy inolvidable “Carta de
Salutación y Manifiesto de Bienvenida a Fidel Castro” entusiásticamente firmada
por parte de una notable porción de la “intelectualidad” venezolana, en 1989,
cuando nadie siquiera sospechaba de la existencia de un tal “Hugo Chávez”.
Por cierto, y que casualidad, que Castro irrumpiera justo a
tiempo en 1989, como si se tratara de un movimiento oportuno, ejecutado con la
audacia de un marine frente a un peligro máximo, y vaya que sí se estaba
corriendo un gran peligro, porque CAP a lo que venía en su segunda presidencia
(según un imaginario que se inoculó
por todos los medios) era a acabar con el festín rentista, y horror de
los horrores, despojar de poderes y prerrogativas al Estado, y a sus
oligarquías y factores de poder conchupantes…
Tan solo 25 días después de la toma de posesión de CAP (con
Castro presente en rol estelar), estalla el “Caracazo” no solo en Caracas sino
en varias ciudades, a pesar de que el “paquete de medidas económicas” anunciado
11 días antes, apenas había comenzado a aplicarse.
¿Casualidad?
Desde luego que los Castro, Fidel y Raúl, no deberían temer
en ningún caso, de hecho esta oposición agrupada en la MUD hasta se ha movido
internacionalmente para promover la inversión en Cuba, además, si a ver vamos
¿que podría temer una Cuba en plena apertura (y expansión) que goza del apoyo
internacional irrestricto y sonriente de Obama, El Papa, Putin, China, Colombia
(toda Latinoamérica salvo indeseables como Macri), la ONU, la Unión Europea, y
varios etcétera más.
Es más, La Habana después de lograr su triunfo máximo en
clave colonial con la entrega de Venezuela por parte de Chávez, y consolidarse
en Ecuador, Bolivia y Nicaragua, se apresta a dar la batalla con todos los
hierros en Brasil y Argentina, y a celebrar el comienzo de la conquista
definitiva de Colombia, con el apoyo de sus élites y estamentos de poder.
Cuba más bien pareciera estarse encaminando hacia una
verdadera fase expansiva, lo cual no le vendría mal después de haberse
estrenado en forma tan brillante como potencia colonial en Venezuela, y es
posible que la clave, más allá de las consabidas complicidades conscientes,
encubiertas o inconscientes, de las imbecilidades útiles de intelectuales y
académicos, las vulnerabilidades sociales y culturales de ciertas sociedades, y
la infiltración sistemática y paciente en los estamentos (militares,
culturales, académicos, mediáticos, empresariales), más allá de todo esto, ese
fenómeno de capacidad de adaptación (mafiosa) y supervivencia (narcotraficante)
que es el castrismo, es posible que haya descubierto un nuevo filón lleno de posibilidades
en lo que bien podría llamarse, el populismo de primer mundo.
EL MAL QUE VIENE DE NOSOTROS
Sólo diré una cosa: cuidado con ciertas retóricas de
altísima carga demagógica que ya retumban en pleno hemisferio norte, como lo
podemos apreciar en Europa o en los Estados Unidos. En ambos casos, sociedades
que, con toda razón, experimentan un descontento creciente hacia sus establishments,
sus élites, sus clases políticas, pueden llevar al triunfo de remedios peores
que la enfermedad, que terminen debilitándolas hasta hacerlas vulnerables a
infecciones múltiples (comenzando por la autoritaria).
Lamentablemente, y mientras no se encuentre remedio a la
inevitable degeneración/corrupción oligárquica del poder, que afecta en forma
aparentemente inexorable a muchos Estados del mundo occidental, nos estaremos
debilitando frente a ciertas amenazas geopolíticas de otros “mundos” y
continentes, que solo esperan nuestra inflexión o agotamiento cultural y
político, para pasar a la ofensiva.
Mientras no tengamos ciudadanía activa, sociedad civil
realmente organizada y también dirigencia y partidos dispuestos a trabajar con
sus comunidades y a reinaugurar la política desde la base, estaremos entregando
nuestro destino, el de nuestra familia y nuestros países, a la mediocridad
irremediable de las actuales clases políticas, las cuales han fallado tanto hasta
comenzar a sumar en el descrédito, lenta pero inexorablemente, conceptos tan
fundamentales como libertad y democracia.
Las bases de nuestra civilización.
[1] Esta fue la frase precisa que usó Chávez para definir el
triunfo de la oposición en el referéndum constitucional de 2007, y la pronunció
en cadena nacional de radio y TV.