viernes, 25 de abril de 2014

LA CALLE, de Alberto Garrido



Y en la calle
codo a codo
Somos mucho más que dos

Mario Benedetti

No hay vida sin calle. Si la política se petrifica, la calle parece desaparecer escondida por el moho de la muerte. En ese momento, la calle deja de ser calle para simular un cementerio.

Cuando la calle cobra vida, se vuelve osada, irreverente, creadora, inesperada, cerril, ilimitada. La calle florida de gente no tiene rivales. Cada vez que la historia trae una primavera la calle muestra su valentía: el corazón multiplicado por las luces de sus sueños. La calle, bravía, es indómita, atrevida, independiente. No acepta dueños. Le esconde sus secretos a los burócratas, que siempre quieren convertirla en repetido callejón, simple papel para negociar cada uno de los pétalos que arroja a su paso abundante.

En tiempos de oscuridad, la calle es la luciérnaga necesaria para orientar al caminante, el faro milagroso que aparece ante la impotente mirada de cada navegante extraviado. La calle es la ventana que se abre para que penetre el calor del sol.

La calle en marcha carga un fruto maduro: la humanidad compartida, con un sentimiento único, con una sola mirada, con un solo canto. En ese momento la calle se convierte en poesía, en libertad, en el arte de la imaginación política. La calle sólo admite, como compañera final, a la libertad.

Cuando la calle es destruida por el ataque de sus enemigos, o aturdida por el paso redoblado de seres extraños, resiste piedra por piedra, porque el rápido sendero de la historia le ha enseñado que siempre, pase lo que pase, en calle volverá a convertirse. La calle, cuando es calle de verdad, no le teme a los prepotentes. La calle es orgullo, primo del honor, mas no tolera a la soberbia, hermana de la barbarie. La calle rechaza intimidaciones, porque sus cañones son muy potentes: los carga la solidaridad con balas de dignidad.

De la solidaridad en la calle nace la justicia social. En la calle se dan cita madres, padres y niños, ancianos y jóvenes. Cuando la calle enciende sus deseos, solamente queda espacio para los pasos de la gente. El derecho a la calle es, en política, el más importante de los derechos humanos.

La calle no tiene el poder de fuego del Estado. Pero es el principal estado de poder. Solamente los que sienten que la calle es su enemiga le disparan a matar. Necesitan desmovilizarla, descuartizarla, acabarla como calle. Porque la calle en movimiento siempre es subversiva.

La calle practica otra filosofía. Su lógica no es aristotélica ni matemática. La calle en movimiento es la pasión, que vence cualquier barrera de metal. La calle construye argumentos irrebatibles. La calle es esa muchacha que abraza a la multitud para susurrarle al oído que la razón de la fuerza no podrá vencer jamás a la fuerza de la pasión, aunque los fantasmas del tiempo a veces pretendan crear una ilusión contraria.

Cuando la calle se transforma en río no va a morir a la mar. Construye su propio cauce y elige su dirección. Entonces arrastra todo lo que se le atraviesa para limpiar su camino y así volver a ser una calle libre, donde cada uno puede elegir su propio rumbo, el rumbo de todos.


(Publicado el 8 de julio de 2003 en el diario “El Universal”)

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