viernes, 16 de octubre de 2015

EL COMIENZO DEL MAL (Parte 2)


Para el año 1973 la democracia civil venezolana, había cumplido tres períodos presidenciales y se preparaba para unas nuevas elecciones, las cuartas desde 1958.

Habían trascurrido 15 años en los cuales, a pesar del cambio de modalidad política y de la primera verdadera ruptura con los atavismos tutelares del siglo XIX, el modelo demostraba ser perfectamente sustentable en lo político y sostenible en lo económico. La derrota histórica de la subversión castrocomunista y todos los indicadores socioeconómicos importantes, así lo demuestran.

La subversión castrocomunista había actuado no sólo en el plano de la lucha armada sino también en los frentes social y político, en todos saldrá con las tablas en la cabeza, aunque muchos años después se sabrá que algunos elementos insurgentes solo cambiarían de estrategia y comenzarían un trabajo político soterrado, a largo plazo, reconectándose fatalmente con el basamento arcaico y reaccionario de toda la lucha por el poder en el siglo XIX: el poder de las bayonetas.

(Los otros, negociarían con el sistema político su cuota de legitimidad (y reparto) a cambio de su absorción en el “consenso democrático”. Sin embargo ambas facciones, cuando triunfe el mal unos años después con Hugo Chávez, volverán a unirse, y aunque algunos en apariencia quedarán del lado gobernante y otros del lado “opositor”, ambos conformarán y sustentarán al nuevo régimen, cuidándose de no rozarle ni un cabello, al Estado rentista).

En el aspecto económico el Estado venezolano había adoptado con convicción, el rol promotor de una sana y equilibrada política de estímulo a la producción privada, tanto en lo agrario como en lo industrial, siguiendo paradigmas establecidos a nivel internacional, o sea, sin altisonancias ni originalidades dignas de mención, pero con eficacia comprobable y demostrable.

Se podría decir que “todo iba bien” -no perfecto pero si bien- hasta que ocurrió el terremoto...

En 1875 un terremoto geológico internacional con epicentro en Cúcuta, hará brotar petróleo del suelo en el estado Táchira, del otro lado de la frontera, dando inicio a la explotación petrolera en Venezuela, y casi un siglo después, en 1973, un terremoto político relacionado de todos modos con el petróleo sacudirá a todo el planeta, pero sobre todo a Venezuela, cambiando su destino.

La inundará de riqueza súbita como la primera vez en los años veinte, pero a diferencia de aquel primer aluvión, esta vez sus efectos deformadores no podrán ser controlados ni domados, y todo por una explícita embriaguez de poder, que hasta el día de hoy nos domina como si fuese una maldición.

A partir de la crisis del petróleo y el embargo petrolero árabe de 1973, y en un lapso de menos de 4 meses, el precio del barril se cuadruplica, y en el ínterin llega al poder Carlos Andrés Pérez, el primer producto mercadotécnico de la política venezolana, el “hombre que si camina”, el de la “democracia con energía”. Si la primera vez, el tsunami petrolero nos tocó con Gómez y de algún modo, mejor dicho, de muy buen modo, pudimos sortear la sobredosis, hasta formar reservas del tesoro y un orden fiscal que perduraría por 38 años (1936-1974), el segundo tsunami nos agarró con el primer “bateador emergente” de un line up adeco agotado en los 3 primeros turnos, y cuyo relevo había sido exterminado por Pérez Jiménez: ya no quedaban ni un Alberto Carnevali, ni un Ruiz Pineda, ni un Pinto Salinas. Fue así como al “bachiller” (así llamaban a Carlos Andrés Pérez los propios adecos) tocó ponerle música pegajosa para hacerlo popular, y dejarlo componer ese gran joropo que fue la “Gran Venezuela”.

Esta nueva explosión de petrodólares una vez más no fue por alguna proeza o mérito “endógeno” sino por un terremoto internacional, un “cisne negro” geopolítico y produjo una inundación que ninguna economía por más sólida y estructurada que fuese, podría digerir ni metabolizar sin una secuela de distorsiones preocupantes, de hecho, a la compleja patología económica provocada por una ingesta excesiva de entradas en divisas se le denomina “enfermedad holandesa”, y no “venezolana”, aunque pusiese adoptar cualquier gentilicio porque efectivamente, algo así podría afectar a cualquier país, sea de primer, segundo o tercer mundo.

De hecho también en la reacción subsiguiente, seguimos estándares difícilmente cuestionables para la época, y lo primero que se hizo fue nacionalizar el hierro y el petróleo, siguiendo una lógica aparentemente impecable de invertir precisamente en las innegables “ventajas comparativas” de ser un país repleto de recursos minerales. La verdad es que cualquier otra nación, con la excepción de los EE.UU., difícilmente habría hecho algo distinto y para muestra un botón: la historia de la planificación y desarrollo de algunas “industrias estratégicas” o “pesadas” en Europa, de propiedad o dominio estatal.

El problema mayor será otro, y se manifestará en otros aspectos…

Con la “Gran Venezuela”, comenzamos a creernos lo que no éramos, y esa ilusión que comenzó en el poder, terminó afectando a TODA la sociedad.

Con la “Gran Venezuela” el Estado venezolano de un día a otro comienza a sentirse “omnipotente” y capaz de asumir todas las tareas importantes, y de planificar y dirigir todo el resto, en otras palabras, se configura un Estado que se siente dueño de la riqueza y con poder nacionalizador ilimitado, lo cual paradójicamente, lo convierte en un ente que actúa como un sector privado, fin en sí mismo, dicho de otro modo, se privatiza el Estado y se estatiza a la sociedad.

Dentro de este cuadro, la misma economía privada perderá la consideración estatal y dejará de verse como la aliada indispensable, imprescindible, no sólo en el ámbito económico sino en el ámbito social, la “sembradora final del petróleo” en otras palabras, y es así como un empresariado aún incipiente, pero ejemplar en muchos aspectos como el venezolano, pionero mundial en conceptos de responsabilidad social, quedaría relegado al rol de mero subconjunto clientelar, sin intuir que semejante estatización de la sociedad crearía una clase empresarial que terminaría medrando como poder fáctico colaboracionista, y por lo tanto, susceptible de voltearse como factor adverso (o alterno) en lo político, según su propia conveniencia y ambición, y no la de la nación.

Con la “Gran Venezuela” el rentismo se sale de todo control y se posesiona del Estado y la nación hasta desfigurarlo todo grotescamente. Es así como de ahora en adelante, transformará toda oferta política en populismo puramente demagógico, la promesa del poder será el reparto, y a los pactos vitales de defensa de la democracia y la gobernabilidad de Punto Fijo y Ancha Base, les sucederá el viciado consenso socialdemócrata-socialcristiano de la “guanábana”, a la que se agregarían luego otras “frutas” como cambures en abundancia y algunas “naranjas”. [3]

Es el comienzo del clientelismo como el modo privilegiado de estructurar la relación entre el Estado y la sociedad, se inauguran tiempos de paternalismo, proteccionismo y amiguismo, empieza la hora de la mengua para partidos que abandonarán toda ambición de liderar a toda la sociedad, para constituirse en mera clase política, con sus bases desclasadas a “maquinaria electoral”, su dirección a “comando de campaña” y sus líderes a “precandidatos o candidatos presidenciales”, y sobre todo y por encima de todo, empieza la era de la corrupción como factor constituyente de nuevas castas de poder, y sus lógicas de repartición y mantenimiento de su estatus, lo cual gestará una nueva fase del petroestado: la partitocracia, y toda una institucionalidad que en vez de ser republicana y democrática, será partidista. El mismo Carlos Andrés Pérez será su víctima más ilustre, cuando intente hacer algo distinto en el futuro.

La transformación de la política en un arte escénica, cada vez más mediática, fenómeno no sólo local, sino universal, será el comienzo también de la incursión cada vez más influyente de un poder fáctico, el comunicacional, en la vida nacional. Sólo que en el ámbito de un Estado rentista que por fuerza de cosas establece relaciones con la sociedad que van más allá de lo formal/institucional, se propiciará la deformación progresiva de medios aspirando al poder, luego determinando los ascensos al poder (lo hicieron con Chávez) y al final sucumbiendo en lucha agónica contra con él (terminaron sometidos por el mismo Chávez).

Pero los dos pecados mayores serán, primero, la disminución de la permeabilidad social hasta su total oclusión, proceso más brusco que gradual que ocurrió a partir de los años ochenta, el cual provocará la acumulación de descontentos cada vez mayores del pueblo hacia “la democracia”. Y segundo, que ese mismo pueblo insatisfecho comenzará a albergar en todas sus capas, a toda una sociedad de cómplices cada vez más extensa...

El mal ha comenzado, y cuando tres lustros después el mismo Carlos Andrés Pérez intente de alguna forma enfrentarlo, se rebelará contra él y contra todo el país con toda su fuerza y furia, hasta desalojarlo del poder en 1993.

Será el triunfo del mal.

[1] se trata de Cuba, aclaratoria para quien no esté al tanto de la actual situación en Venezuela.
[2] período de la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935).
[3] Cambures: como se le dice al banano en Venezuela, alude al reparto casi descontrolado e ilimitado de cargos dentro el Estado venezolano, financiado por la riqueza petrolera. Naranjas: alude al color del partido “Movimiento al Socialismo”, el principal partido “de izquierda”, y lo pongo entre comillas, porque casi todos los partidos en Venezuela siempre han sido de izquierda, con pequeñas y temporales excepciones.

NOTAS MAGNICIDAS:

“Las magnitudes económicas de Venezuela en los 30 meses que van de 1973 a 1975 superaron la de los 30 años precedentes. En 30 meses, el producto territorial bruto se duplicó, los ingresos fiscales se triplicaron, las entradas en divisas se cuadruplicaron, y las reservas se quintuplicaron. Y sin embargo, los últimos presupuestos de Pérez en 1977 y 1978 fueron deficitarios, y por primera vez en 40 años, el Banco Central registró déficit en la balanza de pagos…”

“los ingresos de los 5 años del gobierno de Carlos Andrés Pérez de 1974 a 1979 duplicaron los de los 15 años de Betancourt, Leoni y Caldera. Y los ingresos de los 5 años de Luis Herrera de 1979 a 1984 duplicaron los ingresos de Pérez. Pérez y Herrera recibieron en 10 años más ingresos fiscales per cápita que la suma de todo el dinero recibido por los gobiernos venezolanos de 1830 a 1973. Su culpa es proporcional a esto. Ambos presidentes se iniciaron con sobreabundancia fiscal. Ambos concluyeron en déficit, inflación y recesión…”

“Y del desastroso gobierno de Carlos Andrés Pérez se pasó al peor de Luis Herrera Campins. En enero de 1979, el gobierno del Shá de Irán fue derrocado y el barril de petróleo pasó de 12 dólares a 30 dólares. En su discurso inaugural Luis Herrera dijo que había recibido un país “hipotecado”. A los pocos meses denunció la “deuda mil millonaria” que su gobierno había heredado. Cuatro años después, el viernes 18 de febrero de 1983, Venezuela inició una marcha de empobrecimiento constante y progresivo. Poco antes de concluir el periodo no sabía en cuanto se había endeudado.

Fue informado por los Bancos acreedores que los venezolanos teníamos el honor de ser el primer país del mundo en deuda per-cápita pues debíamos más de 32 millardos de dólares. En la década Pérez-Herrera de 1974 a 1984, el fisco venezolano recibió por exportaciones petroleras (sin incluir prestamos) 133.623 millardos de dólares. De ellos 48.416 millardos entraron durante el gobierno de Pérez (36,2%) y 85.207 millardos durante el gobierno de Luis Herrera (63,7%)...”

“HISTORIA VIVA 2002-2003: La rebelión civil, el referéndum revocatorio”
Jorge Olavarría, Alfadil Ediciones, Primera Edición, Caracas, 2003.

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