Para el año 1973 la democracia civil
venezolana, había cumplido tres períodos presidenciales y se preparaba para unas
nuevas elecciones, las cuartas desde 1958.
Habían trascurrido 15 años en los cuales, a pesar del cambio
de modalidad política y de la primera verdadera ruptura con los atavismos
tutelares del siglo XIX, el modelo demostraba ser perfectamente sustentable en
lo político y sostenible en lo económico. La derrota histórica de la subversión
castrocomunista y todos los indicadores socioeconómicos importantes, así lo
demuestran.
La subversión castrocomunista había actuado no sólo en el
plano de la lucha armada sino también en los frentes social y político, en
todos saldrá con las tablas en la cabeza, aunque muchos años después se sabrá
que algunos elementos insurgentes solo cambiarían de estrategia y comenzarían
un trabajo político soterrado, a largo plazo, reconectándose fatalmente con el
basamento arcaico y reaccionario de toda la lucha por el poder en el siglo XIX:
el poder de las bayonetas.
(Los otros, negociarían con el sistema político su cuota de
legitimidad (y reparto) a cambio de su absorción en el “consenso democrático”.
Sin embargo ambas facciones, cuando triunfe el mal unos años después con Hugo
Chávez, volverán a unirse, y aunque algunos en apariencia quedarán del lado
gobernante y otros del lado “opositor”, ambos conformarán y sustentarán al
nuevo régimen, cuidándose de no rozarle ni un cabello, al Estado rentista).
En el aspecto económico el Estado venezolano había adoptado
con convicción, el rol promotor de una sana y equilibrada política de estímulo
a la producción privada, tanto en lo agrario como en lo industrial, siguiendo
paradigmas establecidos a nivel internacional, o sea, sin altisonancias ni
originalidades dignas de mención, pero con eficacia comprobable y demostrable.
Se podría decir que “todo iba bien” -no perfecto pero si
bien- hasta que ocurrió el terremoto...
En 1875 un terremoto geológico internacional con epicentro
en Cúcuta, hará brotar petróleo del suelo en el estado Táchira, del otro lado
de la frontera, dando inicio a la explotación petrolera en Venezuela, y casi un
siglo después, en 1973, un terremoto político relacionado de todos modos con el
petróleo sacudirá a todo el planeta, pero sobre todo a Venezuela, cambiando su
destino.
La inundará de riqueza súbita como la primera vez en los
años veinte, pero a diferencia de aquel primer aluvión, esta vez sus efectos
deformadores no podrán ser controlados ni domados, y todo por una explícita
embriaguez de poder, que hasta el día de hoy nos domina como si fuese una
maldición.
A partir de la crisis del petróleo y el embargo petrolero
árabe de 1973, y en un lapso de menos de 4 meses, el precio del barril se
cuadruplica, y en el ínterin llega al poder Carlos Andrés Pérez, el primer
producto mercadotécnico de la política venezolana, el “hombre que si camina”,
el de la “democracia con energía”. Si la primera vez, el tsunami petrolero nos
tocó con Gómez y de algún modo, mejor dicho, de muy buen modo, pudimos sortear
la sobredosis, hasta formar reservas del tesoro y un orden fiscal que
perduraría por 38 años (1936-1974), el segundo tsunami nos agarró con el primer
“bateador emergente” de un line up adeco agotado en los 3 primeros
turnos, y cuyo relevo había sido exterminado por Pérez Jiménez: ya no quedaban
ni un Alberto Carnevali, ni un Ruiz Pineda, ni un Pinto Salinas. Fue así como al
“bachiller” (así llamaban a Carlos Andrés Pérez los propios adecos) tocó
ponerle música pegajosa para hacerlo popular, y dejarlo componer ese gran
joropo que fue la “Gran Venezuela”.
Esta nueva explosión de petrodólares una vez más no fue por
alguna proeza o mérito “endógeno” sino por un terremoto internacional, un
“cisne negro” geopolítico y produjo una inundación que ninguna economía por más
sólida y estructurada que fuese, podría digerir ni metabolizar sin una secuela
de distorsiones preocupantes, de hecho, a la compleja patología económica provocada
por una ingesta excesiva de entradas en divisas se le denomina “enfermedad
holandesa”, y no “venezolana”, aunque pusiese adoptar cualquier gentilicio
porque efectivamente, algo así podría afectar a cualquier país, sea de primer,
segundo o tercer mundo.
De hecho también en la reacción subsiguiente, seguimos
estándares difícilmente cuestionables para la época, y lo primero que se hizo
fue nacionalizar el hierro y el petróleo, siguiendo una lógica aparentemente
impecable de invertir precisamente en las innegables “ventajas comparativas” de
ser un país repleto de recursos minerales. La verdad es que cualquier otra
nación, con la excepción de los EE.UU., difícilmente habría hecho algo distinto
y para muestra un botón: la historia de la planificación y desarrollo de
algunas “industrias estratégicas” o “pesadas” en Europa, de propiedad o dominio
estatal.
El problema mayor será otro, y se manifestará en otros
aspectos…
Con la “Gran Venezuela”, comenzamos a creernos lo que no
éramos, y esa ilusión que comenzó en el poder, terminó afectando a TODA la
sociedad.
Con la “Gran Venezuela” el Estado venezolano de un día a
otro comienza a sentirse “omnipotente” y capaz de asumir todas las tareas
importantes, y de planificar y dirigir todo el resto, en otras palabras, se
configura un Estado que se siente dueño de la riqueza y con poder
nacionalizador ilimitado, lo cual paradójicamente, lo convierte en un ente que
actúa como un sector privado, fin en sí mismo, dicho de otro modo, se privatiza
el Estado y se estatiza a la sociedad.
Dentro de este cuadro, la misma economía privada perderá la
consideración estatal y dejará de verse como la aliada indispensable,
imprescindible, no sólo en el ámbito económico sino en el ámbito social, la
“sembradora final del petróleo” en otras palabras, y es así como un
empresariado aún incipiente, pero ejemplar en muchos aspectos como el
venezolano, pionero mundial en conceptos de responsabilidad social, quedaría
relegado al rol de mero subconjunto clientelar, sin intuir que semejante estatización
de la sociedad crearía una clase empresarial que terminaría medrando como poder
fáctico colaboracionista, y por lo tanto, susceptible de voltearse como factor
adverso (o alterno) en lo político, según su propia conveniencia y ambición, y
no la de la nación.
Con la “Gran Venezuela” el rentismo se sale de todo control
y se posesiona del Estado y la nación hasta desfigurarlo todo grotescamente. Es
así como de ahora en adelante, transformará toda oferta política en populismo
puramente demagógico, la promesa del poder será el reparto, y a los pactos
vitales de defensa de la democracia y la gobernabilidad de Punto Fijo y Ancha
Base, les sucederá el viciado consenso socialdemócrata-socialcristiano de la “guanábana”,
a la que se agregarían luego otras “frutas” como cambures en abundancia y
algunas “naranjas”. [3]
Es el comienzo del clientelismo como el modo privilegiado de
estructurar la relación entre el Estado y la sociedad, se inauguran tiempos de
paternalismo, proteccionismo y amiguismo, empieza la hora de la mengua para
partidos que abandonarán toda ambición de liderar a toda la sociedad, para
constituirse en mera clase política, con sus bases desclasadas a “maquinaria
electoral”, su dirección a “comando de campaña” y sus líderes a “precandidatos
o candidatos presidenciales”, y sobre todo y por encima de todo, empieza la era
de la corrupción como factor constituyente de nuevas castas de poder, y sus
lógicas de repartición y mantenimiento de su estatus, lo cual gestará una nueva
fase del petroestado: la partitocracia, y toda una institucionalidad que en vez
de ser republicana y democrática, será partidista. El mismo Carlos Andrés Pérez
será su víctima más ilustre, cuando intente hacer algo distinto en el futuro.
La transformación de la política en un arte escénica, cada
vez más mediática, fenómeno no sólo local, sino universal, será el comienzo
también de la incursión cada vez más influyente de un poder fáctico, el
comunicacional, en la vida nacional. Sólo que en el ámbito de un Estado
rentista que por fuerza de cosas establece relaciones con la sociedad que van
más allá de lo formal/institucional, se propiciará la deformación progresiva de
medios aspirando al poder, luego determinando los ascensos al poder (lo hicieron
con Chávez) y al final sucumbiendo en lucha agónica contra con él (terminaron sometidos por el mismo Chávez).
Pero los dos pecados mayores serán, primero, la disminución
de la permeabilidad social hasta su total oclusión, proceso más brusco que gradual
que ocurrió a partir de los años ochenta, el cual provocará la acumulación de
descontentos cada vez mayores del pueblo hacia “la democracia”. Y segundo, que
ese mismo pueblo insatisfecho comenzará a albergar en todas sus capas, a toda
una sociedad de cómplices cada vez más extensa...
El mal ha comenzado, y cuando tres lustros después el mismo
Carlos Andrés Pérez intente de alguna forma enfrentarlo, se rebelará contra él y
contra todo el país con toda su fuerza y furia, hasta desalojarlo del poder en
1993.
Será el triunfo del mal.
[1] se trata de Cuba, aclaratoria para quien no esté al
tanto de la actual situación en Venezuela.
[2] período de la dictadura de Juan Vicente Gómez
(1908-1935).
[3] Cambures: como se le dice al banano en Venezuela, alude
al reparto casi descontrolado e ilimitado de cargos dentro el Estado venezolano,
financiado por la riqueza petrolera. Naranjas: alude al color del partido
“Movimiento al Socialismo”, el principal partido “de izquierda”, y lo pongo
entre comillas, porque casi todos los partidos en Venezuela siempre han sido de
izquierda, con pequeñas y temporales excepciones.
NOTAS MAGNICIDAS:
“Las magnitudes económicas de Venezuela en los 30 meses
que van de 1973 a 1975 superaron la de los 30 años precedentes. En 30 meses, el
producto territorial bruto se duplicó, los ingresos fiscales se triplicaron,
las entradas en divisas se cuadruplicaron, y las reservas se quintuplicaron. Y
sin embargo, los últimos presupuestos de Pérez en 1977 y 1978 fueron
deficitarios, y por primera vez en 40 años, el Banco Central registró déficit
en la balanza de pagos…”
“los ingresos de los 5 años del gobierno de Carlos Andrés
Pérez de 1974 a 1979 duplicaron los de los 15 años de Betancourt, Leoni y
Caldera. Y los ingresos de los 5 años de Luis Herrera de 1979 a 1984 duplicaron
los ingresos de Pérez. Pérez y Herrera recibieron en 10 años más ingresos
fiscales per cápita que la suma de todo el dinero recibido por los gobiernos
venezolanos de 1830 a 1973. Su culpa es proporcional a esto. Ambos presidentes
se iniciaron con sobreabundancia fiscal. Ambos concluyeron en déficit,
inflación y recesión…”
“Y del desastroso gobierno de Carlos Andrés Pérez se pasó
al peor de Luis Herrera Campins. En enero de 1979, el gobierno del Shá de Irán
fue derrocado y el barril de petróleo pasó de 12 dólares a 30 dólares. En su
discurso inaugural Luis Herrera dijo que había recibido un país “hipotecado”. A
los pocos meses denunció la “deuda mil millonaria” que su gobierno había
heredado. Cuatro años después, el viernes 18 de febrero de 1983, Venezuela
inició una marcha de empobrecimiento constante y progresivo. Poco antes de
concluir el periodo no sabía en cuanto se había endeudado.
Fue informado por los Bancos acreedores que los
venezolanos teníamos el honor de ser el primer país del mundo en deuda
per-cápita pues debíamos más de 32 millardos de dólares. En la década
Pérez-Herrera de 1974 a 1984, el fisco venezolano recibió por exportaciones
petroleras (sin incluir prestamos) 133.623 millardos de dólares. De ellos 48.416
millardos entraron durante el gobierno de Pérez (36,2%) y 85.207 millardos
durante el gobierno de Luis Herrera (63,7%)...”
“HISTORIA VIVA 2002-2003: La rebelión civil, el referéndum
revocatorio”
Jorge Olavarría, Alfadil Ediciones, Primera
Edición, Caracas, 2003.
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