En estos días de año nuevo, en las redes sociales he podido
observar cierta discusión sobre dos temas persistentes relacionados con Venezuela,
lamentablemente, se debe constatar poca evolución en el tratamiento de los
mismos, salvo la convicción adquirida por parte de ciertas “luminarias”, de la
inutilidad de Juan Guaidó como prócer libertador.
El primer tema se podría definir de esta manera: que mal le
ha salido a Donald Trump su apuesta por Guaidó.
El segundo tema aborda las posibles medidas de Trump con respecto
a Venezuela, en donde asoma otra vez la hipótesis de una acción de fuerza,
insumo indispensable para todo traficante de esperanza.
Con respecto al primer tema, desearía no tener que repetir
argumentaciones ya expuestas en artículos anteriores, solo recordaré que no debe
existir la menor duda sobre el hecho que la administración Trump sabía muy bien
con quien estaba tratando a la hora de respaldar a Juan Guaidó, a la Asamblea Nacional
y a la clase política involucrada. Lo digo una vez más: creer que los micropolíticos
venezolanos estafaron a Trump significa no haber entendido nada, y también significa
que es mejor no seguir gastando tiempo en desahuciados.
Sobre el segundo tema, el de las posibles medidas, se podría
discutir, por ejemplo se podría discutir si Trump estaría dispuesto a profundizar
las sanciones contra Venezuela: a la vista está la fe y la confianza que Trump siente
por este tipo de acción, reforzada por el éxito logrado hasta ahora en el tema
de Irán, y es innegable que la amenaza comercial, sin permitir que la sangre
llegara al río, también le ha funcionado con China.
Ahora bien, el tema de las sanciones comerciales es un tema
de vida o muerte para la oposición venezolana, a la cual hemos visto en los últimos
meses implicada en una rebatiña que no es otra cosa que el reparto de la renta.
El episodio Calderón Berti sirvió para exponer descarnadamente esta trama, cosa
que también expliqué en un artículo
anterior.
El reparto de la renta, sobre todo de la renta petrolera, está
íntimamente ligado al tema de las sanciones, pues la orientación de estas podría
influir dramáticamente sobre una repartición que no solo es material sino una repartición
de poder político, y esta a su vez determinar la vida de unos y la muerte de
otros, y aquí me refiero más a sistemas de poder que a los partidos asociados con
los mismos.
Este es el tema principal de la transición venezolana, de
una transición que deberá establecer cuotas de poder económico y político,
antes de pasar a discutir sobre modalidades y procedimientos de transición política,
hacia un nuevo pacto de consenso rentista “democrático” que deberá lograr la difícil
tarea de administrar una confederación de mafias compatible con la alternabilidad,
todo sin poder contar con el arbitraje de una instancia superior como la que
representaba Hugo Chávez.
Y siendo este el tema principal, no cuesta mucho concluir
que para la administración Trump las sanciones representan su “arma principal”,
sabiendo perfectamente que todos en Venezuela, temen caer bajo la mira, y
cuando me refiero a todos, me refiero tanto a oficialistas como opositores.
Perder de vista esto implica perder toda perspectiva a la hora de estudiar y
analizar el abordaje de Trump hacia el “Issue Venezuela”.
Volviendo al primer tema, el de la posible decepción de
Trump, o el de la posible estafa de la cual fue víctima por parte de la “operación
Guaidó”, lo importante aquí sería señalar que si algún descalabro ha sufrido EE.UU.
en sus planes con respecto a Latinoamérica, ese descalabro tiene nombre y
apellido: Iván Duque.
Lo que ha pasado en estos últimos meses en Colombia, donde frente
a la arremetida desestabilizadora del Foro de Sao Paulo, Duque ha mostrado ser
un hijo de Santos mas que un hijo de Uribe, lo pone todo en discusión,
comenzando por la hipótesis de una “acción de fuerza” contra el régimen chavista
en Venezuela, y no es para menos, lo que pasó en Colombia nos mostró dramáticamente
que la democracia colombiana deberá defenderse no de una amenaza fronteriza,
sino en su propio seno, y la amenaza comienza en la misma Bogotá.
Es aquí donde la administración Trump deberá replantearse
muchas cosas, Colombia era crucial para cualquiera de sus planes de acción política
y diplomática en la región, y la sospechosa “debilidad” mostrada por Duque no
presagia nada bueno.
El “Caso Duque” bien podría definirse como la complicación de
una complejidad, que no termina de ser abordada a partir de una problemática mucho
más amplia que lejos de quedar resuelta el siglo pasado con un supuesto “fin de
la historia”, se ha convertido en una crisis sistémica global de la cual no se
salva ni siquiera la superpotencia americana.
(Por cierto, el otro hijo de Santos es Guaidó, y sobre esto
no ha dejado de lanzar señales bastantes inequívocas que cierto “embeleso
analítico” no ha permitido resaltar. Estamos hablando de un político típicamente
“socialdemócrata”, simpatizante en forma inocultable de ese partido demócrata de
los EE.UU. en deriva socialista desde hace un tiempo, y que nunca ha puesto en
duda lo que es la posición oficial de su partido, expuesta con claridad por la
futura primera dama (que no es “Fabianita”): “con Chávez no pasaban estas cosas”).
Esta es la problemática de la cual deberían ocuparse “pensantes”
y aspirantes a cualquier tipo de activismo político, lamentablemente, el análisis
local sigue concentrándose en las acciones de un títere de títeres, eso es Juan
Guaidó, y en el tema de unas elecciones que nunca podrán resolver el problema
de fondo del poder en Venezuela. La "hoja de ruta" histriónicamente
liderada por Guaidó no resuelve ningún problema de determinación soberana: es
una ruta trazada sobre un mapa, y lo que habría que cambiar es el mapa.
Solo que el mapa abarca más allá del subcontinente
suramericano.
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