Hace 15 años estudiaba los “Cuadernos de la cárcel” de Antonio Gramsci y me
sentía arqueólogo, hoy en día parece estar en boca de todos.
Gramsci con la hegemonía cultural no propone una tesis, es
una constatación histórica, incluso a partir de su situación personal.
El fascismo fue un triunfo de hegemonía. Creer que solo se
impuso mediante uso de violencia y miedo, es un enorme error.
Del “revival” de Gramsci algo debe quedar claro: si el poder
no logra la hegemonía cultural, no es poder, es accidente temporal.
Si no proponemos el cambio de hegemonía cultural de
izquierda por otra hegemonía, que no puede ser solo “de derecha”, estamos
destinados a ser accidentales.
Educación, cultura, medios, los militares: el que se
proponga la neutralidad ideológica en estos asuntos, es un tonto útil.
He llegado al punto de considerar
indispensable el estudio de Antonio Gramsci, para elaborar la única hoja de
ruta posible en la guerra contra toda forma de izquierda globalista:
construcción ideológica, plan político y plan de poder.
Se habla del rescate de “Occidente”, ese rescate debe ser
una operación de restitución de nuestra civilización, que debe ser TOTAL, debe
abarcarlo “todo”, y esta operación solo podrá ser democrática si logra la
hegemonía cultural, el sistema inmune contra infecciones y cánceres.
Si en algo la izquierda nos lleva una gran ventaja, es en la
completa asimilación de Gramsci y en una clarísima convicción que otorga a la
hegemonía cultural, no solo el título de instrumento príncipe del poder: ellos
saben que esa hegemonía ES EL PODER.
Gramsci como “mega-influencer” actualísimo: le tocó escribir
sobre cuadernos escolares, aislado en su celda, discutiendo con obtusos
compañeros. Algunas veces pienso que se trata de un proceso indispensable.
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