miércoles, 20 de noviembre de 2019

Iván Duque: ¿cuánto durará?



El 10 de agosto del año pasado publiqué en este blog un trabajo especial sobre Colombia titulado “Duque frente al destino”, lamentablemente, muchas de las advertencias hechas en aquella ocasión han recibido una dramática confirmación de actualidad.

Comienzo por advertir que desde el primer momento Iván Duque nunca me gustó, siempre me ha parecido un gelatinoso socialista globalista disfrazado de liberal, un “perfil” confirmado por su admiración por Barack Obama, George Soros y sobre todo por el Papa Francisco, sin embargo, me impuse darle un año de chance para desmentirme, porque las dificultades y los retos que tenía que enfrentar eran enormes.

También por eso guardé cierto silencio hasta hace poco, silencio que rompí hace unos días al llamarlo el “presidente invertebrado”, en el fondo, una gentileza que lo disculpa, pero como dicen en mi tierra “ya está bueno ya”: ha llegado la hora de las definiciones y la campanada en el reloj la estará dando el paro general nacional convocado para mañana.

Mas allá de las protestas legítimas de ciertos sectores, y de las intenciones sediciosas del Foro de Sao Paulo, siempre listo y preparado para infiltrar y desviar cualquier manifestación de descontento social (no lo duden ni por un segundo), se trata de un paro que fue publicitado y anunciado con anticipación, por lo tanto el objetivo de esta operación podría no ser el de activar de inmediato una insurrección directa y frontal, pero si la de comenzar a instaurar un clima de caos constante para desestabilizar gradualmente al gobierno, y debilitarlo hasta lograr su contracción irreversible hasta un punto de crisis.

Por cierto, la Conferencia Episcopal de Colombia apoya el paro, esto en un país como Colombia pinta muy mal, y ya no se puede seguir escondiendo que la iglesia católica (también la protestante no así la ortodoxa) en todas partes ha emprendido una deriva indetenible hacia el globalismo (agenda norte, “países burgueses”) y el comunismo versátil (agenda sur, “países proletarios”) ¡Pobre Marx que decía que “la religión es el opio de los pueblos”!

Para justificar el paro desde lo económico, se le acusa a Duque de querer aplicar medidas neoliberales, lo cual está bastante lejos de la realidad, porque nada de lo que conforma el supuesto “Paquetazo de Duque” ha sido aplicado, ni siquiera ha sido formalmente presentado y mucho menos publicado, pero contra esta campaña de rumores, contra esta matriz sembrada en diversos sectores socialmente álgidos, donde cada uno tiene su “agenda”, de nada han servido los reiterados desmentidos de Duque y su equipo de gobierno, ni podría servir a estas alturas, si el gobierno persiste en dejarse acorralar.

En el artículo mencionado al comienzo, se hacia la advertencia sobre la guerra que le harían a Duque “o sí o sí”, sin importar nada de lo que haga, en una dirección u otra, lo haga bien, lo haga mal, si hace mucho o hace poco.

En realidad lo que ha terminado por acorralar a Duque ha sido el gran plan de dominación nacional en la “narcopaz”, todo un plan de poder que ha logrado avanzar sin mayores contratiempos y que él no ha querido enfrentar, a pesar de la claridad y coherencia de Álvaro Uribe, de gran parte de su partido “Centro Democrático”, de otras agrupaciones políticas y sociales, y hasta de su base popular (que sigue siendo la misma del “NO” en el plebiscito contra los acuerdos de paz).

En la búsqueda de un por qué para esta situación que ya se está convirtiendo en muy preocupante, se podría acumular una colección de “buenas explicaciones”, que para este servidor de todos modos están todas relacionadas con el ADN de Duque, que huele demasiado a globalismo por dónde se lo vea, comenzando por la misma conformación de su equipo de gobierno, y la distancia que ha tomado de su partido y de Uribe, buscando consensos donde se le advirtió que nunca los conseguiría.

Es la evasión sospechosa del conflicto en contra del más elemental sentido común político, en contra del plan de la “narcopaz”, contra el cual Duque ha debido oponer desde el principio un plan nacional de guerra definitiva al cultivo de coca y al narcotráfico, la base material de los males colombianos, invitando y comprometiendo al partido FARC en su adhesión, hasta obligarlo a la definición y a la toma de una posición inequívoca, esto de entrada habría aclarado todas las posiciones políticas restantes y de la sociedad civil. Mientras esto no se haga, y se superen engaños y autoengaños, Colombia nunca será una nación libre y democrática.

Es muy probable que ciertos factores impidieran todo esto, comenzando por los factores Fuerzas Armadas y colaboración internacional, fuertemente averiados y distorsionados por Juan Manuel Santos, a los cuales debería sumarse el avance de la narconación como sociedad de cómplices en numerosos estamentos, un avance transversal y vertical, pero no mayoritario. Sin embargo, considero que esta evasión sospechosa obedece por igual a la naturaleza del personaje Iván Duque y a la posibilidad de su dependencia de la agenda globalista decidiendo su discurso, y sus equipos y programas de gobierno. Si se pudiese llegar al fondo de este asunto, despejando velos y capas de alteración de la lucidez, nada de raro tendría que descubramos que la indefinición solo sea conductual, pero que sea todo lo contrario en todo lo demás.

Duque se ha dedicado con torpeza (también sospechosa) a crear “un nuevo centro despolarizado”, un etéreo “duquísmo” de consenso ampliado que cuesta entender cuál sea su propósito, porque la confrontación en la sociedad no es bipolar entre bloques históricos (mucho menos después del retroceso que experimentan los partidos tradicionales, ratificado en las pasadas elecciones regionales) sino entre varios frentes, varias agendas, varios enjambres, en donde a los que son de izquierda les bastaría ponerse de acuerdo en un solo aspecto: sabotear al gobierno.

Hay una nada sutil diferencia que muchas veces no se percibe entre polarización y radicalización, en la polarización generalmente hay dos mitades, dos credos, dos cosmogonías, hay dos “identidades” donde los extremismos son visibles y pueden quedar confinados, en la radicalización se puede formar una plataforma común con grados de libertad donde hay muchos grupos, muchos intereses, una heterogeneidad donde los extremismos pueden actuar o infiltrarse con soltura, pasa en Chile, pasa en España, podría pasar a partir del paro en Colombia.

De hecho, esto ha permitido que la agenda comunicacional común asociada a los factores que convocan al paro haya tomado la delantera, y sea la que determine y comande el discurso, la discusión, la polémica en la opinión pública. El gobierno de Duque ha debido darle una ojeada a lo que hace Donald Trump en su patio, sin jamás desconectarse de su base electoral, más bien energizándola, pero sabemos que estos son el perfecto opuesto, por muchas razones. En cambio, Duque reactivamente pretende desactivar la ofensiva por partes, como si tuviese ese piso político al que él mismo renunció al pretender “flotar” sobre las partes.

Su caída en la popularidad sin duda se debe a decepción entre sus votantes, su base popular, que no perdonan sus muestras de debilidad, de impotencia, aumentando la incertidumbre, la impunidad, y que no haya fortalecido y consolidado la coalición de fuerzas políticas y sociales que lo eligieron, más bien la ha diluído, en otras palabras, estamos ante un proceso creciente de deslegitimación, porque la primera, la imperativa señal que debía dar, era la de una evolución triunfal de candidato a estadista para encabezar la liberación de Colombia del flagelo del narcotráfico, y sus derivados inevitables: narcoterrorismo, narcoélites, narcosociedad, narcopoderes y narconación, hoy en día, Iván Duque es líder ¿de qué? ¿de quién?

En vez de atacar, ahora debe defenderse, ¿triste comienzo o triste final?

A Duque, un presidente cuya falta de firmeza, claridad y acción ha comenzado a rozar el campo de lo siniestro, lo han ido acorralando y podrían empantanarlo fácilmente. Con “el bombardeo a los niños” le terminaron de atar las manos a un ejército desmoralizado desde hace años, con lo de Santrich padeció en carne propia la existencia de una ley al margen del Estado, al margen de la constitución, que crea intocables: la “Jurisdicción Especial para la Paz” (JEP) de hecho es un suprapoder que responde a un Estado paralelo, perfectamente capaz de atentar contra “el otro Estado”, y esto lo ha venido haciendo sin miramientos, al crear una situación que afecta directamente su seguridad y el orden interno, amenazado además por el fenómeno creciente de las “disidencias”.

A esto súmenle el obstruccionismo del congreso, un sistema judicial hace rato gangrenado, enemigo de la nación (pregúntenle a Uribe) y la ofensiva mediática internacional del globalismo progresista y el comunismo versátil.

Y ahora la escalada podría enfilar contra el orden público, la paz ciudadana, alimentada por una baja en la popularidad que no ha cesado de caer, y estamos apenas en el primer año.

Sin apoyo popular, ajeno a su partido, sin ninguna simpatía por parte de la Fuerza Armada, con la iglesia católica en la orilla opuesta y asediado por el Foro de Sao Paulo ¿cuánto podrá durar?

Pronto vamos a llegar a un punto, en donde al beneficio de la duda se le deberá negar su renovación: estamos ante un inepto de marca mayor, o ante un “Santos II”.

Santos por lo menos duró ocho años.

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