La oposición oficialista y sus cortesanos, aquella que niega la dictadura y la dominación cubana, y nos pide darle seis años más de “paz y diálogo” a la opresión para consolidarse aún más, porque no otra cosa puede ofrecer desde su espantosa limitación histórica, ha venido dando muestras ocasionales de cierto temor, aunque sin exponerlo abiertamente (precisamente porque es algo que realmente teme).
La verdad es que la oposición, sí se ha dividido: por una parte tenemos a una oposición prácticamente institucional, que reconoce a Maduro como presidente legítimo, no considera relevante el asunto de su nacionalidad, desdeña la colonización cubana en el poder, el avance totalitario a todas luces, y además, le reconoce validez e idoneidad a instituciones como el CNE, hasta el punto de contar con ella para basar enteramente su eventual proyecto de conquista del poder por la vía electoral, porque al fin y al cabo para esta oposición del establishment, el de Maduro tan sólo es un “mal gobierno”.
Una oposición comensalista, que se ha mostrado muy insistente en condenar la “protesta violenta” y proponer debate y diálogo con la tiranía, sin importar que con eso arrastraría a toda una colectividad hacia una trampa tenebrosa… certeza esta que no parece incomodarla (le incomodan las guarimbas, pero esto no, y asesores que viven calculando porcentajes y timings, ese “cálculo” de preservación de la dignidad y de respeto hacia quienes representan, se abstienen de hacerlo).
Una oposición que no sabe cómo dejar de ser cogollera y mediática, una oposición de redacción, sala de conferencia y comando, que aun sufriendo por la privación de su vida televisiva de sol a sol, se mantiene hostil y contraria a la calle, a la protesta, y a cualquier forma de movilización ciudadana que no sea la de procesiones estandarizadas y rutinizadas, campañas electorales y elecciones del sistema.
Pero existe otra oposición política que se ha comenzado a diferenciar, la de líderes perseguidos como los de Voluntad Popular y María Corina Machado, y otros de proscripción pendiente como Antonio Ledezma y Alberto Franceschi, que llevan un buen tiempo hablando con claridad, o han comenzado por fin a hacerlo, una oposición que no subestima la inteligencia de la gente, que no menosprecia el drama que vive, que no reduce sus exigencias a una categoría mercadotécnica de “calidad de vida” (o peor aun, de puro estómago) y sobre todo, que se ha tomado el trabajo de explicar la importancia absoluta de la libertad, como el criterio imperativo para validar la lucha política y ciudadana contra el régimen madurista.
Esta oposición disidente, en trámite de ser declarada “enemiga del pueblo” (o sea, del estado), ha logrado sintonía con todo un sector de la sociedad en creciente y heroica insurgencia: con la resistencia a la opresión que se ha manifestado en el movimiento estudiantil y vecinal a nivel nacional, y con la desobediencia civil que se ha manifestado con el pronunciamiento cívico del Táchira y Mérida.
Ahora bien: ¿Cuál es la pesadilla?
La pesadilla es esta: si las protestas de todo tipo y modalidad no cesaran, y llegásemos al cabo de un tiempo a una situación de ingobernabilidad creciente, y de conflicto abierto e irreversible de una buena porción de la sociedad con el régimen, en esas circunstancias, una verdadera alternativa de poder pudiera aflorar o terminar de surgir, incluso súbitamente, e imponerse con velocidad de fuego e intensidad viral. Para lograr eso le bastaría con descifrar el mar de fondo y encontrar las palabras que aún esperan por brotar del inconsciente colectivo; la proclama inspiradora que logre captar y proyectar el desafío de los alzados.
Esto no es fantasía, esto podría pasar, sería desde luego un evento excepcional, pero no tendría nada de misterioso o rocambolesco: mucha gente, demasiada gente no se siente comprendida ni apoyada, mucho menos representada, incluso se siente abandonada… estos no son sentimientos “tibios” o antojos temporales, y la persistencia ya de siete semanas, de esta sublevación muy próxima a la rebelión, lo demuestra. Por lo tanto, una oposición de laboratorio, negada a la acción, de discurso agotado y retórica extenuada, podría verse rebasada, incluso quedar totalmente superada, por su “electorado”…
Esta es la pesadilla de la oposición oficialista, y su corte de beatas.
Y desde luego también lo es, para el centro del poder en La Habana y su consulado madurista.
¿Inverosímil? Ellos saben que no es así. Saben incluso que esto ya ha estado a punto de ocurrir, y sólo por una insuficiencia coyuntural se han salvado. Por eso la campaña apaciguadora, de criminalización de guarimbas y barricadas, y de llamado al debate y al diálogo que ya comenzaron, se intensificará notablemente.
Además, existe una posibilidad aún peor.
Porque si se llegara en algún momento a un estado de conmoción interna insostenible, al “estado de necesidad” en pocas palabras, el poder alterno que podría salir a poner orden, y salvar lo poco que queda de estado (y de república), podría ser otro, muy distinto…
Otra pesadilla, y esta con fantasmas.