EL MAL NO COMENZÓ CON CHÁVEZ
Con este artículo, se da inicio a una pequeña serie que se
propone describir de la forma más simple y corta posible, cuando comenzó en
Venezuela el mal que nos aqueja, atenaza y asfixia como nación.
El mal no comenzó con Hugo Chávez, no lleva 16 años con
nosotros: el mal lleva más tiempo y comenzó antes, y con estos artículos se
expondrá una versión la cual, desde luego, no es ni pretende ser original.
Chávez no revolucionó nada: en un plano político básico,
sólo representó un cambio de régimen, un régimen que acaba con la república y
la democracia venezolana, pero el Estado petrolero, el petroestado rentista
venezolano ese lo dejó intacto, y más bien lo reforzó en sus características
más negativas, más negativas para la nación venezolana y más positivas para
reforzar y retener su poder. Gracias a Chávez estamos sufriendo ni más ni
menos, una reincidencia de la dominación colonial en nuestra historia, por lo
tanto su “legado” es lo más contrario a una revolución que uno pueda
imaginarse.
EL MAL NO COMENZÓ CON ESPAÑA
Quisiera antes que nada excluir de entrada toda tentación de
ubicar históricamente en nuestra primera dominación colonial, el comienzo del
mal. Que a nosotros nos conquistara España, o Inglaterra, o cualquier otra
potencia imperial, no es algo que nos determina hasta el día de hoy, ni mucho
menos implica algo decisivo en el hecho de que ahora cayéramos otra vez en
situación colonial, esta vez ante una nación mucho más pobre y débil que la
nuestra, una islita estancada y herrumbrosa, subyugada por un par de viejitos. [1]
Con ello no pretendo negar nada en cuanto a la posibilidad
de discutir la influencia del imperio español sobre Venezuela, sólo deseo
colocarla en su justa dimensión, porque a pesar de todo, habíamos comenzado a
transitar, y con éxito, un camino que nos apartaba de muchos determinismos
históricos o antropológicos, donde se puede afirmar tajantemente que todo
“sino” lo estábamos superando, y con brillantez, en un determinado y preciso
momento que más adelante precisaré.
De España heredamos mucho de lo que seríamos como sociedad,
de lo que sería nuestra idiosincrasia. Sin duda sigue habiendo mucho de
español, en lo bueno y en lo malo, en esa venezolanidad que algunos erradamente
creen original y característica, única e inimitable. Pero este no es el punto.
EL PUNTO ESENCIAL, LA PROPIEDAD DEL SUBSUELO
De la colonia, del imperialismo español, heredamos si algo
muy concreto, algo que se revelaría como una condición sine qua non para
el desarrollo del futuro mal, algo que fue crucial para la definición del nuevo
tipo de Estado que se levantaría una vez superadas las turbulencias del siglo
XIX, y ese punto importante es nada más y nada menos, que la propiedad del
subsuelo por parte de la corona (de la república en nuestro caso).
Sin la propiedad del subsuelo por parte de la república,
jamás hubiésemos tenido el rentismo petrolero, o sea el origen del mal, y menos
que menos en la virulenta modalidad que se desarrolló a raíz de la irrupción
del oro negro en nuestra historia, precisamente en el momento más propicio para
que hiciese el mayor efecto posible sobre nuestro destino: durante el gomecismo
[2].
Advertencia antes de proseguir: el petróleo, un recurso
natural, de ninguna manera puede asociarse con el mal, eso es algo ridículo y
todo lo contrario, fue una bendición, el mal reside en cómo se configuró el
Estado en torno a él hasta convertirse en su único beneficiario a expensas de
la nación, de la sociedad, de los supuestos “dueños” a fin de cuentas.
Otra advertencia: el rentismo siempre existió de una forma u
otra y efectivamente es una de las herencias “administrativas” del modo de
explotación colonial. Pero una vez más, el hecho no es tanto un modo u otro que
heredamos, sino su confluencia con otros elementos como la aparición del
petróleo en modalidad “superabundante” y con un Juan Vicente Gómez en rol de “pacificador”,
factores que considero no atribuibles a la influencia específica del
imperialismo español.
EL PRIMER COMIENZO DEL MAL, GÓMEZ y EL PETRÓLEO
El primer momento fundamental se da cuando superado el siglo
de guerra de independencia, guerra civil y montoneras varias que tuvimos desde
1810, y a partir de la llegada de Juan Vicente Gómez al poder, un país agotado
y pobrísimo, azotado por toda clase de desventuras tanto sociales como
naturales, de todos modos comienza a emprender con muchísima lentitud cierto
rumbo de desarrollo modesto pero sostenido que se puede apreciar en el aparato
del Estado, tanto en lo institucional como en lo administrativo, como también
en el plano social, productivo y de infraestructura.
Es cierto que lejos estábamos aún de la explosión
desarrollista que se viviría a partir de los años cincuenta, pero no podemos
eludir, por ejemplo, que la insurgencia de la generación del 28, y de la
generación del 36 también, fueron el resultado incuestionable de un avance
importante ocurrido en las posibilidades de acceso a la educación para ciertos
estratos de la población, y eso que al gomecismo se le achaca y con base, que
la instrucción pública fue uno de los sectores con el desempeño más carente.
Sólo para ilustrar mejor el ejemplo mencionado, Rómulo
Betancourt inicia su educación primaria en 1914 a los seis años, en su Guatire
natal, en 1920 entra al bachillerato en el Liceo Andrés Bello de Caracas, y
allí tiene como profesores a personajes como Fernando Paz Castillo, Caracciolo
Parra León, José Antonio Ramos Sucre y al mismísimo Rómulo Gallegos, y en 1927
ingresa a la facultad de derecho de la Universidad Central: todos estos hitos
en el ascenso educativo de Betancourt ocurren con Gómez en el poder.
De hecho se podría afirmar que uno de los resultados más
notables de esta primera etapa histórica de paz republicana, consiste en el
surgimiento de una verdadera clase media, no sólo sana, bien nutrida e
instruida, sino actuando ya en el plano político y al poco tiempo
constituyéndose en una nueva élite, con visión y ambición real de poder (y esto
aplica tanto al ámbito civil como militar, como luego se demostrará con el
golpe cívico-militar de 1945).
Al mismo tiempo, durante este primer período de paz nacional
se constituye el otro hecho que marcará la vida del país en los años por venir
y todavía lo determina en su devenir histórico, que es la transformación del,
hasta entonces modesto Estado venezolano, precariamente dependiente de un país
rural/agropecuario apenas destacable por encima de la subsistencia, en un
petroestado rentista cada vez más próspero, poderoso y ambicioso. Y el proceso
ocurre a velocidad espeluznante para un país que estuvo casi postrado durante
un siglo, de hecho, desde que el petróleo aparece por primera vez como rubro de
exportación en 1918, hasta convertirse el país en el primer exportador mundial
en 1929 ¡apenas transcurren 11 años!
Sin embargo son muchas ya las señales de que, si bien ese
auge permite avances materiales y tangibles para el país, incluyendo la
cancelación de la totalidad de la deuda externa para 1930, las bases de la
economía venezolana han comenzado a distorsionarse en forma preocupante, y ya
para el año 1936, 20 meses después de la muerte de Gómez, aparece el legendario
artículo de Arturo Uslar Pietri sobre “Sembrar el petróleo” en donde la
denuncia ya es angustiosa, ya es de alarma, por un país en auge sí pero en auge
malsano, de riqueza hueca sin reinversión, diversificación ni industriosidad,
que deriva peligrosamente hacía una dependencia cada vez mayor de la sola renta
petrolera.
Es por lo tanto el país que sale del gomecismo, un país que
ha comenzado a cambiar en lo social, en sus aspiraciones e ideales, un país que
al fin se atreve a pensar en un futuro distinto y mejor, y el Estado también
sale cambiado, con una vertebración consistente. Por primera vez ha podido
organizarse y mostrar que puede funcionar en una nueva situación: la paz, y
algunos ya desean que ocurra otra novedad: la democracia, y el Estado ha
cambiado tanto que no la niega, sólo pide tiempo (“calma y cordura”).
Porque el Estado ha cambiado también en el sentido de que su
poder por primera vez no deriva de su capacidad para la guerra y la posesión de
la conquista, sino en su capacidad de mantener y administrar el orden, visto el
orden como la condición indispensable para el progreso material, lo opuesto al
“bochinche” del siglo XIX. Pronto el petróleo enseñará que el botín “en sana
paz” es mucho más atractivo que el botín militar. El petróleo asegurará la paz
de Venezuela también de otro modo, al hacer posible la promesa de un reparto
para todos sin conflicto social, sin tener que quitarle nada a nadie.
El primer tramo del petroestado rentista concluye con Gómez
y a la muerte de este, un país irreconocible para bien y para mal, ha embocado
la senda del desarrollo, pero al mismo tiempo el gran impulsor de ese
crecimiento, el petróleo, puede también deformarlo, de hecho y en cierta forma
ya lo hizo, pero no se nota con la debida claridad porque las formas
relucientes de la modernidad son máscaras harto seductoras, la distracción es
inevitable.
EL SEGUNDO COMIENZO: PÉREZ JIMÉNEZ
De hecho el primer ensayo democrático que concluye con el
golpe militarista a Rómulo Gallegos en 1948 sucumbe sin alguna belicidad,
mediante el golpe más incruento que se pueda imaginar, sin duda, hay dolientes,
pero en la sociedad cierta seducción por un automatismo que asocia orden con paz
y prosperidad, en apariencia se impone sobre cualquier otro ideal, y el período
perezjimenista exasperará esa visión onírica. Con el tiempo se sabrá que la
libertad si había prendido, y que los 10 años hasta 1958 serían de incubación:
el “trienio adeco” había dejado una crisálida...
Los cantos de sirena anidarán en las ciudades, y a ellas se
dirigirán cada vez más las masas con atracción irresistible, es la
transformación de la Venezuela rural en una Venezuela urbana, esa mutación del
hábitat implica también la del habitante, y ocurre por obra de una
materialización imponente, a ratos monumental, y el proceso luce indetenible,
radiante, glorioso, es tan así, que obnubila a todos y nadie podrá negarlo, ni
siquiera sus más enconados adversarios, cuando vuelvan al poder.
El segundo tramo del petroestado rentista concluye con
Marcos Pérez Jiménez en 1958, de hecho, se podría afirmar que con este tramo
concluye el post-gomecismo y se cierra todo el ciclo liberal-positivista
dominado por los andinos. Con la implantación finalmente plural de la
democracia al año siguiente, se abre todo un nuevo ciclo cuyo reto inicial será
el de sobrevivir a concretas amenazas políticas y geopolíticas, internas y
externas, asegurando la incipiente democracia.
Pero el reto social, el reto a largo plazo, es más difícil,
complejo y ambicioso: mantener la movilidad social, la inclusión, proponer el
verdadero pacto social y convertir al sistema democrático en hegemónico,
superando todos los atavismos históricos que impedían asociar libertad con
orden, con paz, con armonía social, con ascenso al bienestar.
EL TRIUNFO TEMPORAL SOBRE EL MAL
En 1959, el reto de convertir al Estado petrolero en un
Estado realmente productivo de economía diversificada seguía vigente, y Rómulo
Betancourt, el primer presidente del nuevo ciclo, el autor de “Venezuela,
Política y Petróleo”, estaba perfectamente consciente del poder especial que el
petróleo debía seguir otorgando al Estado, y al mismo tiempo, sabe que la
prioridad también debe ser “enriquecer a la sociedad”, por lo tanto, supo
siempre que el reto consistía en un balance, balance tan delicado como de
cuerda floja, en donde se debía “repartir” y “sembrar” a la vez, evitando que
al negar o regar el reparto, no hubiese sequía ni inundación en el sembradío.
La historia demuestra con hechos y cifras, que supo afrontar
ese reto y conjugarlo con sabiduría, coraje y probidad, con el otro de la
defensa y estabilización del sistema democrático, y que sus inmediatos
sucesores Raúl Leoni y Rafael Caldera también supieron hacerlo, con las
inevitables diferencias que sus prominentes personalidades y visiones del país,
pudieron establecer.
Con todas las
críticas que se puedan hacer, existe cierto consenso entre los estudiosos
de la política y la historia acerca de los tres primeros períodos
presidenciales de la democracia relanzada en 1959, consenso que en buena medida
señala gobiernos que cumplieron, cada cual con sus modos y matices, con gran
parte de los objetivos tanto políticos como sociales como económicos que se
impusieron, y las cifras lo prueban: estamos hablando de un país relativamente
en paz y estabilizado, a pesar de la ofensiva castrocomunista, de un país con
indicadores sanos, crecimiento sostenido, inflación ínfima o inexistente, una
moneda envidiable en cuanto a su fortaleza, y en donde, sin llegar al deslumbre
perezjimenista, se siguen ejecutando grandes obras públicas, de calidad y
envergadura, y muchas otras que aunque no tan espectaculares, son igual de
importantes y trascendentes, y esto también se puede probar.
La corrupción administrativa es mínima y a niveles
hilarantes según los "estándares actuales". Sigue habiendo ascenso e
inclusión social (ya íbamos por la sexta década consecutiva) y la democracia,
aun teniendo que recurrir a pactos de gobernabilidad y de consenso, muestra
solidez y vigor institucional, y un higiénico antagonismo entre partidos, a
pesar de los inevitables sobresaltos por parte de la izquierda que opta por la
lucha armada, la cual será derrotada tanto en el plano militar como político,
para luego ser pacificada y absorbida institucionalmente por el sistema. Sin
duda, persiste el subdesarrollo y la pobreza, y hay problemas en servicios y
asistencia social que nadie oculta ni minimiza en el discurso, pero el país
sigue progresando, y nadie, absolutamente nadie, puede negar eso.
Por cierto, los militares, cuando no estaban combatiendo a
la guerrilla, “estaban en sus cuarteles” (o sea, en sus funciones
constitucionales).
El mal del rentismo petrolero, que discretamente pero con
gran fuerza dominaría la lógica y dinámica inercial del poder gomecista y
post-gomecista, parece haber sido finalmente controlado, sin duda sigue allí,
intacto en su potencial destructivo, pero permanece agazapado, obediente, se
podría decir que ha sido domado, y la sabiduría de gobernantes y gobernados
finalmente ha logrado unir la libertad con el orden, la paz y la prosperidad:
todo parece presagiar un futuro brillante, de primer mundo.
Pero poco antes de que termine el período presidencial de
Rafael Caldera, un hecho tan inesperado e incontrolable como la aparición misma
del petróleo en la historia venezolana, daría al traste con este período
luminoso, de democracia sobria y virtuosa.
Será el comienzo del mal.