Este especial lo redactamos con el definitivo vencedor en
las elecciones colombianas aún empeñado en campaña electoral, empeño que solo
cambiará cuando tome posesión el próximo 7 de agosto, a partir de ese momento,
comenzará una cuenta regresiva para constatar si Iván Duque trabajará para
salvar a Colombia, o, en modo insensato (o cómplice) prolongará su campaña con
la mira puesta en la reelección.
El peor error que pudiese cometer Duque sería el de tratar
de conquistar a ese sector de la sociedad que votó por un impresentable como Gustavo
Petro, sector que no tiene remedio, ni lo tendrá por años, acaso décadas, sobre
todo porque será desde ese sector de donde vendrá la guerra, en otras palabras,
el electo ahora deberá elegir, si seguirá siendo candidato perenne, o
presidente de una nación necesitada de un urgente cambio de timón para
enderezar su derrotero.
La guerra de todos modos vendrá, la declare Duque o no la
declare, y será contra él, contra su administración, sus obras y su equipo de
gobierno, contra sus allegados, su entorno, sus colaboradores, y sobre todo
será contra Álvaro Uribe, por más que intente desmarcarse del expresidente, y
esto ocurrirá sin importar todas las “cosas buenas” que logre hacer (si lo
dejan), ojalá que alguien se lo recuerde.
El legado de Santos
El legado de Juan Manuel Santos consiste en haber logrado
imponer el gran plan nacional “drogas en paz”, que en ocho años cuadruplicó la
producción de cocaína hasta lograr la mayor de la historia, al mismo tiempo que
lograba los acuerdos de paz con las FARC bajo minuciosa supervisión de La
Habana. Un logro que ha sido motivo de gran celebración por parte de la
“comunidad internacional”, y desde luego, de la opinión pública mundial.
El legado de Santos, de drogas en auge rebosante pero sin
violencia, ni sangre, y con la aprobación y bendición planetaria y de otras
esferas (desde el Nobel hasta el Papa), conlleva una perspectiva mucho más
ominosa que la del narcoestado que es la condición de narconación, el
desarrollo de una narconación “pacífica y democrática” en donde todo poder,
toda institución, toda organización, toda empresa, sea del Estado o de la
sociedad, y sin importar su escala, podrá hacer lo que le venga en gana,
incluso cumplir con sus deberes, incluso velar por el respeto a la ley y su
aplicación, siempre y cuando eso no moleste, no interfiera, los planes supremos
del narcotráfico y su conglomerado de intereses económicos, políticos y
sociales a nivel nacional y transnacional. Estamos hablando de un país
secuestrado, de un país rehén, de un país en donde todo es una pantomima de
normalidad.
Estamos hablando de un Estado que luego de décadas de
violencia, en las cuales estaba por vencer a sus enemigos, en la selva y en los
salones de sus aliados civiles, al final “se rinde” y emprende la ruta hacia el
Estado fallido, un Estado “auto-fallido” que logra dar con la fórmula-disfraz
de la paz, para venderse virtuosamente ante un mundo irremediablemente
infectado por la corrección política, sentando así un precedente nefasto que no
dudamos que podría ser intentado por otras naciones, comenzando por el Estado
fallido de referencia en latinoamérica: México.
Breve recordatorio de un poder que muchos se niegan a
reconocer
El narcotráfico es una actividad ilícita que genera
fabulosas ganancias, al margen no solo del Estado sino de la sociedad, su
desarrollo termina por crear graves distorsiones en toda actividad, no solo
económica, y produce efectos difícilmente reversibles de descomposición que
afectan por igual a todos los estratos sociales, pero el mal no se detiene
aquí, el narcotráfico es una empresa de dominación de la nación, un pulpo
insaciable que apunta hacia todos los poderes, formales y fácticos, para
infiltrarlos, corromperlos, coaccionarlos y ponerlos a trabajar a su servicio,
y cuando la relación no es de sumisión o chantaje, termina siendo de
asociación. No creemos estar revelando nada desconocido al afirmar todo esto.
Y tampoco se puede tratar como una revelación, aunque se
trata de un hecho menos conocido, que el narcotráfico y sus actividades conexas
de lavado y legitimación de capitales, más otros tráficos directamente
relacionados como el tráfico de armas, constituyen una fuente de financiamiento
importante para organizaciones terroristas como Hezbolá, y otros grupos
extremistas, no necesariamente islámicos.
Desde luego que un país ya dominado de esta forma, aun si
cayese en manos de una supuesta oposición, supuestamente contraria a los
designios del Foro de Sao Paulo y las agendas globalistas, de todos modos no
puede preocupar a ninguno de los integrantes del “eje del mal” constituido por
Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Rusia, China, Irán, Turquía, y
próximamente España y México (por los vientos que soplan). Cuando mucho,
constituirá un gobierno que de volverse molesto o inoportuno, será saboteado de
una y mil maneras llegado el momento, y a eso exactamente se refiere el títere
Gustavo Petro, cuando mueve la quijada para ventriloquear ese “por ahora” que
pronunció, al reconocer los resultados.
La única forma de impedir que Colombia decaiga hasta ese
punto, sería emprendiendo una gran operación nacional e internacional, y a una
escala sin precedentes, para erradicar la base material, el tumor primario del
cáncer que azota a ese país: los cultivos de coca, esto se debería lograr
aplicando una revolución agraria, desmantelando los laboratorios y sus redes de
abastecimiento y distribución, y arrasando en general con toda la estructura
organizativa y “gerencial” del negocio, desde el tráfico propiamente dicho,
hasta el lavado y todas sus actividades y empresas dependientes.
Se trataría de declarar la guerra al máximo enemigo
histórico del país, y se trataría también de una guerra que podría llegar a ser
una guerra a muerte: o muere el narcotráfico, o muere Colombia.
Para ir a esta guerra, Duque no tendría por qué desconocer
ni desmontar los acuerdos de paz con las FARC, solo debería convocar a esta
organización a comprometerse inequívocamente con esta guerra, verdadera guerra
de liberación y autodeterminación, como demostración sine qua non de compromiso
institucional con la república y la democracia. Desde luego que esta
convocatoria debería hacerse extensiva a toda organización política y de la
sociedad civil, sobre todo porque debería tratarse de la operación de una gran
alianza nacional, que deberá enfrentar fuerzas, más bien demonios, en extremo
poderosos y peligrosos.
Sería de paso un buen modo de poner a prueba, el verdadero
compromiso de cualquier organización con la sociedad y la nación, sobre todo en
vista de posibles alineaciones de consenso o de polarización, que se presentan
como ineludibles en vista del descalabro final de los partidos históricos.
Los aliados de la guerra
Dos aliados indispensables: las fuerzas armadas y los EE.UU.
y no juzgamos necesario explicar el porqué, pero sin ese binomio, trabajando en
conjunto y coordinadamente, no se podría lograr nada.
El aparato de propaganda de la izquierda internacional ya
comenzó a alertar que Duque, como “cachorro de Uribe que es”, desarrollará un
gobierno “militarista”. Desde La Cabilla expresamos nuestros mejores deseos que
así sea, pero no porque creamos la soberana estupidez del eventual “militarismo
duquista”, sino porque creemos que Duque deberá reconstruir con urgencia la
maltrecha relación entre el ejecutivo y las fuerzas armadas, relación que quedó
seriamente averiada, criminalmente averiada con Santos.
(una vez más, deseamos destacar la monumental incongruencia
de una izquierda intercontinental que defiende a Cuba, a Nicaragua, a
Venezuela, a Corea del Norte, cuatro ejemplos de estados privatizados y
militarizados donde la base del poder, del verdadero poder, la constituyen sus
fuerzas armadas convertidas en empresas mafiosas altamente lucrativas)
Los EE.UU., que tanto han venido objetando el auge de la
producción de coca con Santos, deberían pensarlo bien y no perder la
oportunidad, deberían tomar conciencia de que en Colombia podrían contar con un
gobierno amigo, incluso aliado, que llegó al poder con el respaldo innegable de
Álvaro Uribe, que como presidente dio demostraciones más que suficientes de
capacidad de compromiso, de empeño y desempeño (aunque está por verse su real
influencia sobre Duque).
De alguna manera a Colombia habrá que ayudarla, y ayudarla
mucho, porque está a punto de quedar atrapada en medio de una tenaza, una
triple tenaza constituida por México, Cuba y Venezuela, tenaza que a
continuación describiremos.
Lo que le viene a Duque
(y a los EEUU, si es que alguna vez, y por obra de algún
milagro de óptica política lograran recuperar su visión periférica)
1. Aumento de la ofensiva chavista contra Colombia,
comenzando por el caos migratorio, una nueva oleada de refugiados podría sería
la acción perfecta para poner en dificultades a Duque.
2. Aumento de las operaciones FARC y ELN en Venezuela, de
tráfico, lavado y actividades conexas, actividades todas que se sabe
contribuyen al financiamiento de organizaciones terroristas del medio oriente
(y disculpen la insistencia con este punto).
Venezuela ya no como país “aliviadero” sino como base
operativa, estable y consolidada (que creemos que ya lo es, desde hace años).
3. Aumento de la ofensiva mediática progresista
(internacional) contra Colombia, especialmente si Duque declarase la guerra al
cultivo y producción de cocaína, y pidiese la ayuda de EE.UU.
Prepárense para una FEROZ guerra de opinión pública y
propaganda que ya se desató, que se activó a los pocos minutos del triunfo del “derechista”
Duque. Por allí anda rondando un maleante de la comunicación, Jon Lee Anderson,
atentos a la incursión de este y otros chacales del periodismo progresista
mercenario.
4. Multipliquen, por un orden de magnitud no menor a diez,
toda esta ofensiva si López Obrador resultase electo como presidente de México,
aunque es de esperar que se tome su tiempo para activarse (primero necesitará
que Trump sea reelecto).
Duque frente al destino
Duque no solo deberá tomar una decisión de importancia
histórica, la de seguir siendo candidato a la reelección y condenar a Colombia
al destino de narconación, o la de dedicarse como presidente-estadista a la
salvación de su país. Deberá también darse cierta prisa en hacerlo (¿se habrá
preparado?), pues las elecciones mexicanas se llevarán a cabo el 1º de julio, y
de ganar López Obrador este tomará posesión el 1º de diciembre y a partir de
ese momento dará comienzo una cuenta regresiva.
A partir de ese momento, todo podría volverse más dramático
para la causa de la libertad, en un rincón del planeta en donde no bastará un
muro de aislacionismo miope, para contener amenazas que serán no sólo de orden
regional, sino global.
Esperemos que Duque no termine siendo un mandatario sin
proteínas como Macri, Piñera, o el defenestrado Kuczynski, “líderes”
gelatinosos que uno no termina de entender cómo deben tomarse y masticarse, y
si pueden suministrar algún aporte calórico a la lucha por la libertad. Líderes
flácidos rodeados de asesores que les hacen creer que la política no es poder,
sino “políticas públicas”, a esto agreguen otras plagas tecnocráticas como los
encuestadores, que miniaturizan el mandato a la pusilánime dimensión de la
popularidad.
[1] Artículo publicado originalmente como trabajo
especial del equipo de redacción, el 20 de junio de 2018 en la antigua página
de “La Cabilla” (lacabilla.com).
No hay comentarios:
Publicar un comentario