Antes que nada, quisiera aclarar que no se trata de defender
a como dé lugar a Donald Trump, sino de tratar de entender ciertas cosas en
medio del revuelo histérico, al borde de la enajenación, del colapso mental,
que se ha desatado con la cumbre de Helsinki. De antemano me excuso si la
exposición no resulta ser del todo ordenada al conectar ciertos hechos que se
han venido amontonando en forma casi caótica en los últimos tiempos, por no
decir en las últimas décadas.
Lo primero que se olvida sobre Vladímir Putin, es que no ha
hecho otra cosa que meterse en los terrenos cedidos en los últimos años por los
EE.UU. (por no decir “nosotros”, o sea, todo occidente). Las últimas muestras
de ese repliegue están en esa Siria que los EE.UU. comenzaron a ceder desde Barack
Obama (no importan las razones) o en esa Latinoamérica que todas las administraciones,
después del tándem Reagan-Bush, comenzaron a abandonar y que el mismo Obama
cedió por completo a Cuba (no importan las razones).
Y digo no importan las razones, porque más allá del cúmulo
de explicaciones que se puedan dar, me interesa señalar, al igual que lo han
hecho otros analistas, que está volviendo a aflorar una tendencia histórica que
realmente lo que hizo fue ocultarse temporalmente durante la guerra fría: la
tendencia de los EE.UU. al aislacionismo, y no tanto como tendencia política
“de los gobernantes” sino como persistente tendencia idiosincrática de los
gobernados, esos de los cuales depende Trump para su operación hegemónica.
"We
have spent seven trillion dollars in the middle east over a seventeen-year
period, and we have nothing. Nothing. Except death and destruction, it's a
horrible thing..."
Donald
Trump, https://youtu.be/_53t5MF8t2g
Por cierto, en esto de meterse en las parcelas cedidas por
EE.UU. en esta carrera global, Putin de todos modos está destinado a quedar
como segundón detrás de China, una amenaza mucho mayor, desde todo punto de
vista, que no será tratada en este artículo.
Europa también ha cedido, la supuesta Unión Europea sufre más que nada por culpa de sus políticos, esos que aporta un continente políticamente estancado por infecciones incapacitantes, todas generadas por una inoculación sistemática en el tiempo de una forma de capitalismo globalista, hostil a cualquier designio que no sea el del “liberalismo para mis amigos”, o sea, liberalismo solo para un cártel internacional de grandes capitales y altas finanzas que desea suprimir los Estados-nación y precarizar a sus clases medias y trabajadoras.
El caso más patético, lamentable y preocupante es España, y
la posible excepción podría ser Francia, esa Francia siempre reactiva ante el
encogimiento, que sigue interviniendo según su propia lógica de potencia
colonial, como lo hace en África por ejemplo, aunque en el caso de Siria se
podría afirmar que dos veces salió con las tablas en la cabeza, dos veces como
mínimo, pero esa también es otra historia.
Trump no es interpretable como político
Con estupor observo con que facilidad se cae en el error de
creer que cada frase, cada palabra de Trump, supone una declaración inequívoca
de intención, el anuncio de una acción inminente, olvidándonos que estamos
escuchando a un personaje que, aunque no es político, le toca actuar dentro de
lo político pero no lo hace simulando algo que no es.
Es cierto que Trump ha sido notable en el cumplimiento de sus promesas electorales, faltaría más, tratándose de una dualidad presidente-candidato en permanente campaña y que lo apuesta todo a dos elecciones de las cuales depende su cabeza: las midterm elections de este año y su propia reelección en 2020, tareas titánicas que deberá emprender en medio de una verdadera guerra que se podría decir que involucra a todo el establecimiento político/intelectual/mediático de aquello que llaman The Deep State, entidad inexistente solo para aquellos a los que conviene convertir en “teoría de la conspiración”, todo lo que no quieren o no pueden (o no deben) exponer a la luz.
Pero ambos “bandos” saben que lo decisivo no está en las batallas que hasta ahora se han escenificado, lo decisivo está en que si Trump pierde el congreso, estará muerto, o casi muerto, y quedará a merced de lo que decidan sus enemigos: impeachment o derrota final del moribundo en el 2020, y no tendría nada de raro que sus enemigos se vayan por lo seguro: el desalojo anticipado, sobre todo después de la “horrible” experiencia en las elecciones de 2016 donde descubrieron que la rebelión del electorado silencioso es impredecible, incontrolable y posiblemente indetenible (un electorado que se descubrió que era silencioso no por mudez de los mandantes, sino por sordera de los mandatarios).
Por cierto, entre las promesas, discursos o anuncios de Trump, nunca ha estado ninguna intervención militar, en ningún país, se podrá argumentar que eso no se anuncia, pero se puede también contraargumentar que la intervención (en términos de operación de fuerza) no forma parte del “corazón” de su programa. Al final, y como este programa es a la vez -y todo el tiempo- promesa electoral, para zanjar esta cuestión no queda más que esperar lo que podrían ser las intervenciones concretas de Trump más allá del 2020, en asuntos como el de Irán, Afganistán, Siria, etc., y también sobre el tema de Venezuela (que está relacionado con todas sus preocupaciones tanto en el ámbito interno como externo), en otras palabras, habrá que esperar por el “Trump 2.0” el cual eventualmente podría aflorar, si y sólo si, lograra triunfar en AMBAS elecciones (Congreso/Presidencia).
Mientras tanto, Putin seguirá avanzando en la medida de sus posibilidades (sobre las cuales pesan las maldiciones analíticas de la sobrestimación y la subestimación), y lo hará en los espacios abandonados por EE.UU. y lo hará también en Europa donde muchos no perciben con suficiente claridad, que Rusia avanza cada vez que la “agenda euroescéptica” lo hace: en Hungría, en Austria, en Italia, en cualquier país (con Polonia será más difícil por razones obvias) especialmente en una coyuntura favorable donde la “agenda elitista-globalista”, por ahora ha sido derrotada en los EE.UU. y en el Reino Unido, con el triunfo del Brexit.
Todo esto lo debe saber muy bien Trump, porque sabe
igualmente que esa agenda globalista también lo tiene a él en la mira, agenda
en donde George Soros (un enemigo común de Trump y Putin) es un personaje relevante
pero solo un botón de muestra, un actor de reparto con respecto a los
verdaderos protagonistas, comenzando por ciertos sectores de las finanzas
internacionales, sobre todo de la banca y los capitales injerencistas, que se
escudan tras una mal llamada globalización, los cuales apuntan contra él desde
varios ángulos: desde las alturas de la sociedad con los “Clinton Compañía
Anónima”, a media distancia desde el Partido Demócrata, y a quemarropa desde sectores
del mismísimo Partido Republicano, y para cubrir todo el perímetro, están los
medios.
A los que le piden “acción” a Trump, no solo en Venezuela
sino en otras naciones, habría que preguntarles: ¿Cuántos frentes se le puede
pedir a Trump que abra? ¿no son suficientes los que ha tenido que abrir, de par
en par, comenzando en casa? ¿frente a enemigos dispuestos a liquidarlo, muchos
de los cuales se encuentran en la cercanía Ruby más que a la distancia Oswald?
Pero estos frentes de guerra a su vez son indispensables e irrenunciables para que Trump pueda reclutar la mayor cantidad posible de manos (votos) que lo ayuden a sostener y empujar el ariete, no contra el sistema político, al que desea preservar, sino contra el sistema oligárquico.
La intensidad de esta guerra, y su escalada, se explica por
algo que Donald Trump ha logrado en forma notable (quizás inédita) y es que por
primera vez la narrativa/manipulación/polarización de izquierda (liberals
en los EE.UU.) en la que participa también cierta derecha liberal (Libertarians
en los EEUU), se ha encontrado con un enemigo sin complejos (sin educación
dirían las élites) que no rehúye el combate, pega primero, pega después y los
pone contra las cuerdas, y lo peor de todo, parece disfrutar en la refriega.
Todo acercamiento entre Trump y Putin activa la “alerta roja” entre los globalistas, pues podría resultar en una confluencia de estrategias que los establecimientos estadounidense y europeo nunca aceptarán, porque estaría en juego todo el tinglado relacionado con la prolongación indefinida de la guerra fría. Esta es la razón por la cual se embadurna esta compleja y delicada convergencia, en donde ninguno de los dos ESTÁ MÍNIMAMENTE DISPUESTO A LA GUERRA MUNDIAL, sea fría o caliente, con el sentimentalismo histérico de que Trump es “un traidor” y “una vergüenza para su país”.
Cuidado, por allí podría venir el impeachment, expuesto y
presentado como “reparo a una afrenta” y que sería aplicado como una necesidad
nacional, e internacional.
¿Adivinen quién saldría ganando?
Artículo publicado originalmente el 19 de julio de 2018
en la antigua página de “La Cabilla” (lacabilla.com).
No hay comentarios:
Publicar un comentario