¿Qué se le puede agregar a todo lo que se comenta sobre el
probable triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las elecciones
mexicanas del 1º de julio? En La Cabilla creemos que muchos análisis que se han
hecho al respecto se quedan cortos al no tomar en cuenta un conjunto de hechos,
y datos, que deben conectarse para concluir que México representa una amenaza
sin precedentes para la libertad y la democracia en las Américas.
El triunfo de AMLO en México representaría el ascenso al
poder de algo muy parecido al chavismo, pero no idéntico, y no por aquello de
que los países no necesariamente son iguales, y por lo tanto las comparaciones
no siempre son válidas. En realidad, el chavismo mexicano podría ser idéntico
en su retórica al del resto de Iberoamérica pero hasta aquí podrían llegar las
semejanzas, pues tener a México vuelto otra vez “revolucionario”, le añadiría
una dimensión monumental a lo que podría ser una pesadilla sin fin, y no solo
para los EE.UU.
En este caso preferimos aportar, además de nuestro intento
de análisis, ciertos datos, algunos podrán parecer más que obvios, pero como
siempre afirma Federico Boccanera al comentar que para mucha gente “lo obvio es
opcional y el sentido común una opinión más”, preferimos abundar en el
condimento.
Estos datos deberían constituir el marco mínimo
indispensable, para poder iniciar cualquier análisis sobre lo que podría pasar
como consecuencia de tener a AMLO en la presidencia de México.
México es el país hispanoamericano limítrofe con los EE.UU.,
del cual lo separa un muro PARCIAL que no fue construido por Donald Trump, ese
muro comenzó a levantarlo un tal Bill Clinton en 1994 inaugurando
“estructuralmente” un programa federal de lucha contra la inmigración ilegal.
Desde 1994 el muro se siguió construyendo, aunque en muchos
trechos se trata más bien de una valla o cerca, pero a su tendido contribuyeron
todas las administraciones que sucedieron a Clinton, o sea las de George W. Bush
y Barack Obama (si, leyeron bien, Obama también contribuyó y lo hizo mientras
establecía un récord de deportaciones que el mismísimo Trump seguramente envidia
en secreto).
El muro o valla fronteriza comenzó siendo la demarcación de
EE.UU. con México, pero hoy en día sería más exacto afirmar que esa línea ya no
limita con México, sino con el Estado fallido del norte de México, entidad que
ha derrotado al Estado central en sus monopolios legales, comenzando por el
monopolio de la fuerza. Es esa derrota, una derrota incluso militar, la clave
que debería usarse para conceptualizar eso que llaman Estado fallido (y que mal
pudiera aplicarse al caso venezolano, porque el Estado chavista es el triunfo
total, sin conocer derrota alguna, de un Estado sobre una nación).
En el resto de la nación mexicana, naufragó hace tiempo la
gloriosa revolución en un mar de corrupción, tanta, que ya en las películas de
Cantinflas asomaba como chiste recurrente y de seguro efecto, y estamos
hablando de las que son en blanco y negro. Esto, que desde luego podría
efectivamente parecer un chiste, en realidad ilustra hasta qué punto en el
imaginario colectivo mexicano la idea de la política asociada a la corrupción
se implantó para quedarse, y esto no se debe a ninguna “campaña mediática”
orquestada por operadores siniestros: se debe a que la cultura asimiló un hecho
infinitamente constatado (y sufrido) por la sociedad, a todos los niveles, y
generación tras generación.
El Estado fallido es la evolución final de lo que
acertadamente se denominó “la dictadura perfecta”, es el desarrollo tumoral de
una degeneración política e institucional que ni siquiera pudo ser detenido,
cuando la alternabilidad política se inauguró en el año 2000 tras 71 años de
dominio incontestado del Partido Revolucionario Institucional (PRI). De hecho,
quienes han estudiado la historia de los carteles mexicanos dedicados al
narcotráfico, todos coinciden en señalar que la muy deficiente gestión de
Vicente Fox al frente del Estado fue “el detonante” de una situación de
violencia y auge cancerígeno del crimen organizado, que no ha dejado de crecer
y extenderse en todos estos años.
Corrupción estructural, decadencia institucional, auge de
los carteles de narcotráfico (en realidad, auge de mafias de todo tipo), Estado
fallido y desaliento en la sociedad civil y pensante, son las herencias que
recibirá AMLO, y si este personaje una vez en la presidencia resultase ser tal
cual como ya lo conocemos, esas herencias para él no serán un lastre, sino un
capital político con el cual bien podría terminar de estrenar en todo su
apogeo, la narconación mexicana en una suerte de “revolución en la revolución”.
El chavista AMLO se encontrará con todo servido en bandeja
de plata, en el despliegue de unas fuerzas de dominación que por dimensiones y
“eficiencia operativa” ridiculizan cualquier comparación con países “hermanos”.
Esto lo diferencia de Chávez que tuvo que construir el infierno (el mar de la
felicidad), no con la prisa que le hubiese gustado, sino con el paciente ritmo
que le impuso Fidel Castro, que no quería repetir la mala experiencia chilena
con la joya de su corona.
Por eso comenzamos con los datos del muro, porque todo
dependerá una vez más, de lo que haga EE.UU. más allá de la retórica locuaz de
su presidente constructor de muros.
La llegada al poder de AMLO volvería a ponerlo todo en
discusión con respecto a la amenaza geopolítica que se cierne sobre toda la
región. Amplifica el problema del avance del comunismo versátil como forma
globalista de Estado capitalista, al ser México la segunda economía de
Iberoamérica, la primera de Hispanoamérica, la decimosexta en el mundo, y por
lo tanto plantea el problema a una escala incluso mayor que la alcanzada por el
auge del expansionismo castrochavista en América del sur, por estar de paso
relacionada comercialmente con la de los EE.UU., mucho más que la de cualquier
otro país “al sur del río Bravo”.
¿Qué nos espera con AMLO? De entrada a Colombia le tocará
quedar en medio de una triple tenaza de fuerzas siniestras representada por
Cuba, Venezuela y México, y la izquierda globalizada y convertida en empresa
mafiosa transnacional, habrá conquistado el segundo país con más católicos del
mundo (para beneplácito del Papa progresista), el país donde los carteles de la
droga obtienen ganancias anuales por el orden de los 30.000 millones de
dólares, algo que ni Putin logra embolsillarse, el país donde ser periodista de
investigación es una profesión muy cercana al suicidio, el país que tiene 40
millones de connacionales -entre emigrados y descendientes- viviendo en EE.UU.,
el país de la continuidad admirable en su relación con Cuba, con Rusia, y antes
con la Unión Soviética (demostrada entre otras cosas con la sangre de Trotsky),
en fin, habrá conquistado al país que a pesar de todo, nunca ha dejado de
sentirse esencialmente revolucionario, porque de hecho, para bien o para mal se
autodeterminó mediante revolución.
¿Qué hará AMLO con todo ese poder? Es la pregunta que nos
hacemos en La Cabilla sobre todo porque el país que le tocará tratar de
someter, no solo es más complejo, mucho más complejo que la linealidad rentista
que caracteriza al petro-campamento venezolano. Y para plantear las cosas en
términos de una confrontación que podría terminar en un conflicto de muy
difícil resolución, México es también la nación que verdaderamente se encuentra
en la mira de un personaje difícil de prever, incluso para el más avezado
presidente de cualquier país: Mr. Donald Trump.
Si de verdad existiese auténtica preocupación por el destino
de la libertad, el triunfo de AMLO debería disparar todas las alarmas, debería
agarrarnos a todos preparados, por lo menos para entender la enorme
implicación. Desde luego, creemos que una vez más, este tampoco será el caso,
ni en nuestro continente, ni mucho menos en ningún otro.
Además, ocurrirá en pleno mundial de fútbol.
[1] Artículo publicado originalmente como trabajo especial
del equipo de redacción, el 1 de julio de 2018 en la antigua página de “La
Cabilla” (lacabilla.com).
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