sábado, 25 de abril de 2015

De la vez que la literatura llegó al poder…


Esta semana fui invitado por la Federación de Centros de Estudiantes de la Universidad Simón Bolívar, para participar en un foro sobre: “La influencia de la literatura como medio de expresión del ciudadano en la actualidad” en el marco del evento “Zaperoco en la U”.

La invitación, la aproveché para tocar un tema sobre el cual he reflexionado muchas veces, y que planteo expandir en el siguiente exposición.

La verdad, es que sobre la influencia no sólo de la literatura, sino de cualquier cosa en la actualidad, al principio no sabría mucho qué decir, primero, porque pareciera que hoy en día nada tiene influencia, y lo digo porque en este país, cada día pasa de todo y al mismo tiempo, no pasa nada.

Por lo mismo y antes de pasar a la actualidad, quisiera más bien retroceder para anunciarle al gentil y paciente público que, con respecto a la literatura, ya en este país paso lo máximo que podía ocurrir, y es que la literatura ya llegó al poder una vez y lo hizo obteniendo la más resonante victoria jamás alcanzada por aspirante alguno al poder, de hecho, un tal Rómulo Gallegos, escritor e intelectual de fama y prestigio, fue electo presidente por mayoría abrumadora e inigualada.

Eso ocurrió un 14 de diciembre de hace 68 años, cuando a este país se le proporcionó, por primera vez en su historia, la oportunidad increíble de votar, de votar realmente por sus gobernantes en elecciones libres, universales, directas y secretas, en elecciones en donde sólo se tenía que cumplir con el requisito vital de tener 18 años, en unas elecciones ¡en donde se podía ser mujer y poder votar! ¡en donde ni leer ni escribir hacía falta! y es que por primera vez, este país se dignaba de ofrecerse a sí mismo en un gesto de patria única, de hogar único, un acto tan singular en donde hasta el más mísero, humilde, esquelético e iletrado, tendría tanto poder como el que más, para elegir nada más y nada menos ¡que al Presidente de la República!

Y ese país que amaneció ese día de luz eterna de 1947, ese país aun de rurales estrenando urbanidad, de mujeres estrenando ciudadanía, de niños estrenando alpargatas, de estudiantes estrenando pupitres, incluso de citadinos estrenando pocetas… [1] en ese país en donde todo era un estreno, porque apenas un puñado de décadas lo separaban de estadios apenas superiores a la supervivencia extrema disputada día a día contra el salvajismo, ese país, aún enclenque, desnutrido, desdentado e inocente, eligió al más prestigioso de sus escritores, al más insigne de sus intelectuales, y ese pronunciamiento “ingenuo” quedará inmortalizado, en el más alto porcentaje jamás alcanzado por candidato vencedor alguno: 74,5 %

¡74,5 %!...

¡Caramba pero que ignorantes eran!

Y así fue como este país decide estrenarse en la democracia, en la libertad, y asumir su primer reto existencial, confiándole su destino a su mejor escritor, votando a la tarjeta de un partido que tenía como máximos líderes -máximos líderes en el sentido popular- a un escritor y a un poeta, uno, escritor del país adentro, el otro, poeta del corazón adentro, ambos venezolanos comprometidos de la mayor forma posible en dedicar todo su talento y su creación al amor por el país, y siempre en notas estrictamente humanas, severas y sonrientes como las de un buen padre, nunca en tonos de patria patriotera, de sacrificio inefable en altares regados de odio y bañados de sangre, sino en tonos amables, esperanzados, luminosos.

Esa era la calidad de Rómulo Gallegos y de Andrés Eloy Blanco, venezolanos gigantes, venezolanos eternos, que además de ser escritores, poetas, académicos, en otras palabras, intelectuales, también eran, y oigan bien esto: también eran políticos…

¡Sí! ¡Eran políticos! y eran militantes y dirigentes de un partido político que después de estrenarse en la acción en 1945, ahora se estrenaba en la democracia, y no estará nunca de más recordar que la condición de “político” en aquel entonces, no era estimada como algo que pudiese desvalorizarlos, todo lo contrario: Gallegos y Blanco eligieron ser políticos, porque toda ruta de excelencia, de sana y virtuosa ambición, que coincida con una voluntad fuerte y generosa a la vez y una especial sensibilidad hacia lo humano, deviene inevitablemente en liderazgo, deviene en política, no degenera en política, ASCIENDE a la Política.

Por cierto, siempre se habla de Acción Democrática como el partido del pueblo, como el partido de masas por excelencia, pero pocas veces se recuerda que también fue un partido que supo atraer a un notable grupo de intelectuales de altísimo nivel, sobre todo con altísimo nivel de conciencia nacional, intelectuales muy en contraste con muchos de hoy en día, igualmente dotados de un altísimo nivel de conciencia, pero con respecto a sus posibilidades personales de ascenso, glorificación, notoriedad y permanencia, dentro de círculos de exclusividad elitista.

Aquellos eran intelectuales dirigentes, pensadores-luchadores, líderes con ideales y visión, seres que practicaban la integridad, porque palabra y obra en ellos no era cosa desigual, en cambio los disfraces desfilantes de hoy en día, aunque no todos desde luego, son cortesanos cada vez más apretujados en los pocos espacios de exhibición mediática que les quedan, son una micro élite, algunos arañando las patas de cierta mesa llamada “de la unidad”, las patas del último reducto de statu quo que les ha quedado.

A lo que quiero llegar es que nuestro problema no es la ignorancia, es un problema cultural que atañe a todas las clases sociales, y es por tanto un problema de ausencia de verdaderas élites, esta decadencia profunda que vivimos como nación, no la explica la “ignorancia del pueblo” ¡olvídense de eso! esta decadencia es cultural y no es otra cosa que la consecuencia última, de la implantación de una cultura oportunista, exasperada por la erosión de valores y la cuasi extinción de referentes civiles que los testimonien. El sustrato mórbido se ubica en lo cultural, y gran parte de nuestras supuestas élites son la demostración más contundente.

Nuestras élites de vitrina y nuestras actuales burguesías depredadoras de apetito nunca satisfecho, conforman extensos estratos lumpen que sólo se distinguen de los ubicados en las clases más populares, por los distintos nichos ecológicos que ocupan llámense estos cultura, academia, arte, ciencia, periodismo, o cualquier otro gremio relacionado con la esfera (microesfera en este caso) intelectual.

Todo ya es sólo cálculo, siendo el más notorio, y modélico, el de una clase política “responsable” y de “alta madurez y sensatez”, que con diligencia plena de sumisión decadente, sólo atiende su archipiélago de sembradíos electorales, tratando de cosechar algún repele en las pocas parcelas dispuestas a ser cedidas por el actual régimen. [2]

De hecho, en el caso de la MUD ya no se debería hablar más de oportunismo, pues hace rato que ya es mesa acogedora y coqueta, que con mantelito, florerito y velitas, forma parte del decorado del Estado chavista, la MUD de hecho, es ya una INSTITUCIÓN DEL SISTEMA.

¿Porque nuestra memoria, tanto individual como colectiva, es capaz de registrar con la nota más positiva posible, a esos insignes protagonistas del 47 sin que su condición de políticos los degrade en modo alguno? ¿cuáles son las claves de esa alquimia que nos permite, aún hoy en día, recordar a Rómulo Gallegos con admiración y respeto, y a Andrés Eloy Blanco con emoción y hasta devoción, a pesar de que fueron políticos? estas desde luego, no son claves sólo racionales, son claves que supieron anidarse en rincones del alma, que en cada uno de nosotros suenan y resuenan con música distinta, y es allí donde precisamente el verdadero intelectual, el verdadero artista más bien, es insuperable a la hora de dejar una impronta, esa es la alquimia reservada al verdadero talento.

(A propósito, no hay mercadeo político ni asesoría de imagen capaz de igualar eso, aquí entramos en el terreno sagrado de lo auténtico, que nunca es tan ancho y populoso como una tarima, una gira nacional o una campaña electoral, más bien, es lugar tan estrecho y apartado como la cima de la montaña más alta imaginable).

La verdad es que estamos lejos de entender muchas cosas, el mismo Gallegos al parecer no entendió lo que estaba en juego, y la historia de sus nueves meses al frente de la presidencia es una historia trágica de incompatibilidad y rechazo de un “tejido extraño”, que a mi modo de ver no ha sido estudiada sino superficialmente, pues no se trató de un mero choque político, como resultado de la reacción de determinados intereses entre determinadas clases, o entre determinadas élites no dispuestas “a circular” o de un choque entre la visión militar y la civil, sin duda todos estos fueron factores, pero las evidencias aportadas hasta ahora no necesariamente resuelven el caso, no es así, porque hay algo más profundo en todo esto, hay algo patológico, como si tuviésemos un serio problema evolutivo que compromete nuestro sistema inmune, que nos lleva fatalmente a una propensión autodestructiva.

¿Qué fue lo que nos pasó? ¿por qué después de estrenarnos en la democracia en forma tan aparentemente “gloriosa” hace 68 años, eligiendo al mejor símbolo posible de la lucha entre civilización y barbarie, esta última termina venciendo, sin encontrar resistencia?

Sí, barbarie, léase bien, es BARBARIE, porque no otra cosa es lo que le sucede a una nación cuando termina viviendo en el miedo, miedo a salir de sus casas-cárcel, miedo a caminar, miedo a hablar, miedo a protestar, miedo a pensar en el futuro. Cuando llegamos a esos niveles de miedo es porqué hemos retrocedido a un estado de indefensión natural, en donde las fieras nos acechan como en épocas prehistóricas, y cual rebaño inerme de simios tan sociables como asustadizos, sabemos que cualquiera de nosotros podría caer en cualquier momento ante un depredador al acecho, pues bien, déjenme decirles que eso significa que HEMOS CAÍDO EN LA BARBARIE.

Dicho en el lenguaje simbólico de nuestro primer presidente escritor: ya no vivimos en “Altamira”, nos volvieron a mandar para “El Miedo”.

Por 40 años logramos que a este país lo gobernaran CIVILES, desde luego esos civiles distaban mucho de ser perfectos, aunque frente a esto deberíamos en consecuencia preguntarnos: ¿es que acaso éramos nosotros los perfectos?

¿Qué somos? ¿un país bipolar? ¿un país psicópata como afirmaba Herrera Luque? ¿un caso psiquiátrico colectivo? ¿o será que nunca hemos salido de un espejismo redentor, y Rómulo Gallegos no fue otra cosa que otro paladín pasajero de una larga serie de encarnaciones mesiánicas? (Quizás la más romántica).

En fin y para aproximarme al campo de aterrizaje que me asignaron los jóvenes de la USB, sólo me queda comentar una frase que forma parte de mi concepción de la política, porque resume, engloba, todo el problema en cuanto al rol que deberían cumplir los intelectuales, los pensadores, las élites, con respecto al activismo político:

"Toda vanguardia debe ser la expresión consciente del movimiento inconsciente"

Bueno, aquí hemos llegado al llegadero, porque si hay una disciplina, arte, oficio o vocación, capaz de aportar la transcripción necesaria para que toda vanguardia pueda cumplir con esa función indispensable, esa es la literatura.

El problema es que nada es más subversivo que la literatura, ella puede ser la mejor musa de todos los héroes pendientes, la gran calentadora de oídos y otros órganos, porque la única literatura posible, real, en épocas de postración como la actual, debe ser una literatura hambrienta de libertad, golosa de liberación, libertaria, libertina, incitadora de la tentación prohibida, la instigadora intelectual de toda desobediencia…

Si apareciese ¡bienvenida sea! aunque tenga que circular, como siempre, por los bajos fondos, con sigilo por cada esquina, en la sombra… ¡No importa!

[1] Poceta: venezolanismo que alude al retrete o inodoro. En Venezuela todavía mucha gente, incluso de clase media y más arriba, afirma haber conocido este recipiente en edad ya adulta, cuando se desplazó o mudó a las ciudades.

[2] En Venezuela, “repele” es una sobra, lo que resta de algo, por ejemplo, de una comida, de un botín o de un monedero después de hacer las compras, en este caso, es lo que sobra del reparto rentista, las migas.