lunes, 5 de noviembre de 2018

La cocción de los Estados Unidos a término medio



“Midterm” o elecciones a término medio

Comencemos informando a los lectores que las elecciones a medio período o midterm no solo escogen a miembros del congreso, se trata de unas elecciones de rango general en donde se eligen 34 gobernadores de estado, en muchos casos con sus respectivas asambleas, y también algunas alcaldías.

En un país realmente federal como lo son los EE.UU., desde luego que la elección de gobernadores es muy importante, y el esfuerzo de campaña puesto en ellos lo comprueba, pero es en la elección de miembros del congreso donde se concentra el interés de los analistas políticos, por su influencia directa sobre el gobierno central. En este tipo de elección la totalidad de la cámara de representantes y un tercio de la de senadores es renovada. Lo que explica también, porque es más probable que los vuelcos políticos del partido opositor de turno ocurran en la cámara baja.

Encendiendo la brasa

Estas elecciones ocurren en un momento especial, entendiendo por especial, su alejamiento de la “normalidad” vivida en los EEUU al menos en los últimos 40 años, y que solo los atentados del 11 de septiembre de 2001 tuvieron el suficiente impacto para alterarla.

Cuando hablamos de períodos de normalidad o de paz en los EE.UU. debemos estar atentos porque no siempre la situación ha sido así, en el siglo XIX el país tuvo que enfrentar la carnicería de la guerra de secesión, cuya impronta aún sigue viva en muchos estados, digan lo que digan, y en el siglo XX ni hablar: apartando las guerras mundiales, se debe reseñar la gran depresión de los años 30 a raíz del crack bursátil de 1929, y desde luego, lo que les tocó vivir en los años sesenta, y en ese período vamos a hacer hincapié porque de algún modo podría repetirse, esta vez como resultado de una dinámica controlada por ciertos factores, que tanto este servidor como Aura Palermo hemos estado estudiando desde hace tiempo, lo cual nos lleva a concluir que podría estar en desarrollo una situación de conflicto interno creciente en donde pareciera que se está haciendo de todo, de lado y lado, para ir hacia una escalation como la de los años sesenta.

¿Recuerdan los años sesenta en los Estados Unidos? si por alguna razón no los recuerdan, los sesenta fueron la década de los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy, Malcolm X, Martin Luther King y Robert Kennedy, la década de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles y Vietnam, la de los disturbios raciales no solo en el “Deep South” sino en grandes ciudades como Los Angeles, New York, Chicago, Detroit, Washington, fue la época de las “panteras negras” y del black power en todas sus salsas retando al sistema, época de “fresas de la amargura” con rebelión estudiantil y universidades en operativo policial, de liberación femenina y revolución sexual, de contracultura, psicodelia y alucinógenos. En un estado como California “convivían” Charles Manson, pacifistas, hippies, Ku-Klux-Klan y Black Panthers. En los años sesenta el ejército de los EE.UU. no solo intervino en Vietnam sino en muchas calles de muchas ciudades americanas, y pasó trabajo.

Los años sesenta para muchos “ciudadanos normales”, representaron una “época de fin de mundo” donde todos los valores se iban perdiendo y todo cambiaría para peor, sin embargo, el país aparentemente superó el apocalipsis y ya en la década de los ochenta con Reagan todo parecía un lejano recuerdo. En realidad, las cosas siguieron igual, porque nunca hubo una resolución convincente, definitiva, capaz de superar cierto estado de cosas, solo hubo una tregua, un armisticio, el “American Dream” seguiría siendo una cuenta pendiente en muchos sectores y niveles de la sociedad, que se podían anestesiar aumentando la dosis de consumo y crédito fácil en la ecuación del “American Way of Life”.

Los que creen que los Estados Unidos andan mal, no tienen idea de cuán mal se podría poner la cosa -en términos más que palpables- de seguir la exacerbación de los ánimos en plan de caos políticamente aprovechable, y existe un precedente ominoso en esos años sesenta, y en el país de la guerra de secesión cien años antes, el país de las tensiones internas permanentes (no solo raciales) que forman parte de su historia, que han moldeado su historia.

Por eso cuando en los EE.UU. se habla de instituciones y de su solidez y estabilidad se habla muy en serio, y la preocupación es grande, porque su historia no es la de una nación de perenne paz interior, se trata de una nación que ha sido embestida internamente hasta por su bolsa de valores en 1929, generando crisis, desempleo, pobreza y hambre, hasta un punto que fue aprovechado para la aplicación de cierto "socialismo" en receta “New Deal”.

La situación actual donde nos encontramos con tiroteos a cada rato, francotiradores, lobos solitarios, linchamientos morales, una dramatización mediática de agitación y propaganda desbocada y asfixiante, y la función teatral de la caravana-cruzada para recuperar tierra santa al norte de la frontera, escénicamente balanceada por la movilización del ejército para levantar el muro en versión militar.

Se podría decir que estos son los ingredientes, algunos en farsa, otros en drama, de una cocción que todavía se encuentra a término medio, en el país occidental donde el terrorismo de matriz interna hace más víctimas que en ningún otro, el país donde el Estado renunció al monopolio de la fuerza permitiendo que millones de ciudadanos conviertan sus hogares en arsenales, el país donde al fin y al cabo, el warfare predomina sobre el welfare.

Desarmar la bomba de tiempo

Hay algo que debería ser tratado con sumo cuidado, y es la cuestión de la guerra que se ha desatado desde toda trinchera contra Donald Trump y las posibles consecuencias que esto podría traer. Sacarlo del poder a como dé lugar, podría desatar demonios que no sabemos si han sido debidamente identificados y ponderados, sobre todo porque la hipótesis de conflicto civil en la sociedad estadounidense no puede ni debe descartarse nunca, menos aún si observamos lo que ha pasado en los últimos años, especialmente a partir de la administración Obama en donde comenzó a hacerse visible una descarada obra de manipulación y polarización.

A esto súmenle la reacción que ha aflorado en otro sector de la población, ese que algunos denominan el “proletariado blanco” (aunque mucha burguesía, no solo pequeña, entra en él), sector mayoritario que tiene a Trump como su mesías. Sumen todo esto y sabrán que se ha instaurado una “dialéctica” que de no ser detenida, o por lo menos atenuada, podría llevar a la confrontación y la fractura, y es obvio que pareciera que ambas partes actúan como si guerra quisieran, como sabiendo que la mecha ha sido recortada y la carga bélica reforzada, de hecho, la caída de Trump ya podría contar con una narrativa lista para ser usada: “no lo dejaron gobernar, lo sabotearon sin piedad, pero la guerra contra Trump, es realmente contra nosotros” ¡cuidado! porque este relato coincide con la tipología de la “puñalada en la espalda”.

Por otro lado y lejos de las trincheras en donde siempre se ubican los radicales de todos los bandos, el ciudadano común, ese que conforma la gran “mayoría silenciosa” a la cual se refería Nixon, tiene como sana tendencia histórica “repartir el poder” entre ejecutivo y legislativo, y la ocasión siempre se ha presentado en las elecciones a medio período. Es así como en más de una ocasión, la oposición ha reconquistado el congreso a mitad de camino, es algo que colectivamente se percibe como “bueno para la democracia” porque implica el cumplimiento del sistema de “pesos y contrapesos” sabiamente diseñado por los padres fundadores.

Esta posibilidad está planteada, en el pasado la oposición ha sido capaz de remontar los escaños necesarios para acceder al control de alguna, o ambas cámaras del congreso, incluso con desventajas superiores a las actuales. En esta oportunidad, los expertos comentan que es posible que Trump conserve su mayoría republicana en el senado pero podría perder la cámara de representantes en pos de los demócratas.

He aquí el punto más interesante que plantean estas elecciones, y no es otro que el de la “gobernabilidad en Washington”, pero en su vertiente actual, de gestión entrabada por una dinámica extremizada de batalla política por la “hegemonía sobre el imaginario”.

Una derrota del partido republicano, por ejemplo en la cámara de representantes, podría ser una catástrofe para Trump en el sentido de los obstáculos inamovibles que podrían ponerle a su accionar, aunque también, y con cierta dosis de cinismo, podría verse como una buena noticia para quienes refuerzan la narrativa del saboteo contra su gestión, algo que dada la habilidad comunicacional de Trump hacia su electorado no debe subestimarse. Obviamente si esto llegase a plantearse así y el “Trump víctima” cobrase aún más popularidad, algo nada descartable dado el clima político, las posibilidades de impeachment para impedir que llegue al 2020 podrían aumentar, para “cortar por lo sano” e impedir una repetición de la sorpresa de 2016, aunque semejante operación podría encontrar un obstáculo insuperable si Trump conserva su mayoría en el senado.

El primer reto de Trump hacia el 2020

Los mercados realmente no andan tan bien como se pregona, han ocurrido "baños de sangre" que no trascienden a la opinión pública, solo se cuela como información al pueblo la crecida de la economía y del empleo, y en cuanto a la “guerra comercial” mientras dure lo suficiente para provocar alguna emergencia oportuna que justifique, no las debidas rectificaciones, sino tomar “medidas de rescate” que permitan seguir con el trend global de emitir deuda como si no hubiese un mañana, esto podría hasta contar con el soterrado apoyo de esas mismas élites que se supone deberían estar sufriendo por los embates de Trump.

Esto es así, y explica por qué nunca se han tomado las medidas de desahucio e higiénicas que deberían haberse aplicado desde la crisis de 2008, y la razón es simple: no se puede cambiar nada porque el sistema económico basado en emisión, deuda y alcahuetería bancaria global se ha cristalizado, intente usted hacer algo sensato y la estatua hueca de cristal finísimo estallaría, y las astillas dañarían a todos, incluso a quienes provocan los ciclos económicos adrede para prolongar la prosperidad de Estados, corporaciones, especuladores y bancos.

Y como la economía china también se encuentra en (notables) dificultades, Donald Trump y Xi Jinping ya se dieron un telefonazo para prometerse un encuentro y conversar, a pesar de que se diga que “el aprecio no es el mismo de antes”, en realidad, ni China ni los EE.UU. pueden prescindir el uno del otro, podrían hasta prescindir de Europa, pero hasta allí, y de hecho, el daño que la guerra arancelaria le podría causar a la Unión Europea, es algo que beneficiaría a los dos grandes contendientes (y unos cuantos más) y cuidado y esa sea la justificación real, al fin y al cabo, no se sorprendan nunca de nada.

Los antitrumpistas que se cuiden

¿Estarían los antitrumpistas dispuestos a seguir con su obra de demolición, pase lo que pase en las midterm? Bueno, aquí la pregunta no se le debería hacer a ellos, sino a los lobbies, grupos y capitales que sustentan sus agendas, porque para nadie es un secreto que hay sectores del partido demócrata que no están tan interesados en ahondar la conflictividad, sino más bien volver a prácticas de oposición más sensatas (y responsables), estos sectores desde luego no cuentan con el apoyo de la fracción elitista-globalista de Clinton-Obama, ni con la tendencia abiertamente socialista de Sanders, sectores que esperan lograr un gran avance en estas elecciones, en este sentido, las midterm podrían decidir el futuro del partido demócrata, un futuro seguramente conflictivo.

Desde luego, la vuelta de un partido demócrata no dispuesto a la diatriba, al insulto, al dogfight escénico y a la polarización estridente, es algo que en modo alguno podría beneficiar a un Trump que necesita como el oxígeno, alguien con el cual caerse a trompadas mediáticas sin las cuales, el personaje se podría desinflar entre sus hinchas, creemos que no hace falta explicar mucho esta parte.

¿Para cuándo el Trump 2.0?

El Trump 2.0, o sea, un Trump más “presidencial” y menos “personaje” podría no llegar nunca, sobre todo si su “naturalidad” le sigue dando tan buenos resultados ¿usted desecharía el método exitoso que le permitió llegar a la presidencia y reelegirse?

Sin embargo, algunas decisiones de cierta envergadura sobre todo en política exterior podrían representar la evolución a un Trump en versión 1.1 por los menos, especialmente si lograse retener un congreso que no fuese tan desfavorable, y eso sí, sin abandonar nunca su estilo gruñón e irritante de “primero romper y luego negociar”.

(Por cierto, la aplicación machacona de ese método es una de las pocas cosas realmente predecibles del personaje, y lleva siempre a que mucha gente se equivoque de lo lindo de buenas a primeras, como ha pasado todas las veces que lanza algún ladrido contra Maduro).

El énfasis en contra de Irán seguirá aumentando, porque pareciera que se ha convertido en el meollo de su política exterior, posiblemente por influencia de Arabia Saudita e Israel más que por convicción interna, dada su naturaleza tendiente al no intervencionismo. Otras cuestiones, como las tensiones con China y con Rusia dependen de demasiados factores que ameritarían un trabajo especial bastante extenso, en otra ocasión.

Con respecto a Venezuela, en trabajos y artículos anteriores hemos apuntado que esto dependerá sin duda alguna de su reelección, por tratarse de una materia de ámbito “latino” que en los EE.UU. es sensible y tiene su importancia (aunque no tanta como la sobrevaloración sistemática que se hace de ella en los medios hispanos). Una intervención en Venezuela nunca podría ser unilateral, y por lo tanto depende de “cuadres” que llevarán su tiempo y deberían insertarse en una nueva política de seguridad hemisférica, que requerirá de todo menos precipitación, sobre todo porque factores cruciales como Duque en Colombia y Bolsonaro en Brasil todos se encuentran o se encontrarán por un tiempo, enfrentando prioridades internas de cierta gravedad, y Trump se encontrará fajado en su campaña electoral permanente, interesado más en ser un “Trump 2020” que no “2.0”.

[1] Artículo publicado originalmente, el 5 de noviembre 2018 en la antigua página de “La Cabilla” (lacabilla.com).

Alerta sobre Brasil: ¡Fascistas en Copacabana!



Ante la inminencia de las elecciones en segunda vuelta para elegir al próximo presidente de Brasil, el equipo editorial de La Cabilla presenta un trabajo especial tal como ya hizo en los casos de las recientes elecciones presidenciales en Colombia y México.

Bolsonaro, el “facho brasileño”

¿Es Jair Messias Bolsonaro un “fascista de ultraderecha”? la calificación de entrada es risible porque para ser fascista antes que nada hay que ser socialista, sobre todo ferozmente antiliberal, que es exactamente lo que Bolsonaro no es. Sin duda, es nacionalista y buena parte de su discurso moralista-cristiano cuadra perfectamente con la categoría de conservador, pero al no ser un “antiliberal” convicto, tampoco puede ser considerado de derecha, si fuese un candidato de derecha pediría “mercado justo” no pediría “mercado libre”, que es algo muy pero muy distinto (y que lo haría semejante a Donald Trump).

Bolsonaro es nacionalista, es cristiano, y al parecer, es liberal (algo que está por verse) cualidades que no son excluyentes, a pesar de lo que pudiese alegar un “europeísta” de esos que malignamente afirman que nacionalismos y mercados libres son incompatibles. De todos modos y de no llegar a comprobarse el liberalismo de Bolsonaro (más bien de su equipo de gobierno) tanto la acusación de fascismo como de extrema derecha seguirían siendo insustentables, porque lo más probable es que todo termine en un gobierno más bien socialcristiano, con acento conservador sin duda, pero nada parecido al fascismo con el cual se pretende aterrorizar a los ignorantes.

Llegados a este punto, vamos a aclarar que el discurso personal de Bolsonaro (más allá del que desaprueba en bloque y con obvias manipulaciones, la agenda progresista de la izquierda internacional) no puede agradar sino a fanáticos de cierto discurso, ese si ultra-radicalizado y de por si ínfimamente minoritario, hasta en Brasil. No estamos hablando de un candidato ideal (¿existe?) de hecho, en otras circunstancias, en circunstancias normales, este discurso sería inaceptable, y en una elección “normal” en un país “normal” Jair Bolsonaro no habría pasado de ser un candidato excéntrico derrotado en primera vuelta, y con votación entre los colistas.

Para ponerlo de otra forma, el discurso homofóbico y machista de Bolsonaro no fue el discurso que “prendió” entre el electorado brasileño (todo lo contrario), en cambio el discurso de lucha, incluso de lucha violenta y sin cuartel contra el hampa, ese sí obtuvo máxima receptividad, una entusiasta receptividad. El pretendido discurso racista, tan amplificado por la prensa local y mundial, en un país como Brasil y de haber sido cierto, o de haber sido asimilado así por la población, ha debido ser su condena irremediable, pero no fue así, y basta ver el mapa de votación en la primera vuelta para saber que la distribución no fue exclusivamente la de un “país blanco” votando por Bolsonaro.

Llegado a este punto es importante recordar que a pesar de una aplastante hegemonía cultural de izquierda, en Brasil siempre ha existido un sustrato conservador que no es minoritario (con la excepción del nordeste, sector que no por “negro” si no por ser ya un coto tradicional izquierdista, muestra una tendencia distinta).

Sin embargo, la histeria “antifascista” contra Bolsonaro ha sido muy fuerte, y medios de cierto prestigio en particular medios “mainstream” en Europa, se han zambullido en ella sin el menor pudor y en cierta forma han logrado su objetivo en la opinión pública, hasta el punto de enganchar por igual, a personas de comprobado cacumen como a los infaltables bobos universales que presumen de sensatez y equidistancia, sobre todo cuando no entienden algo. Menos mal que el “brasileño de a pie” si ha sabido diferenciar y establecer prioridades, que una vez más el primer mundo tardará en captar, quizás “por exotismo indescifrable”.

Los militares, un punto clave

Jair Bolsonaro es recordado en la fuerza armada brasileña como el que defendió el sueldo de los militares, en 1985 cesó la dictadura militar después de 21 años de dominio del poder político, y la democracia recién estrenada, o reestrenada, comete el error de castigar a los uniformados por donde más duele: por los salarios, en aquella época el entonces capitán Bolsonaro denuncia esta política en la prensa, y llega hasta el punto de planificar “atentados de protesta” contra el mismo ejército (lo cual da una idea del apoyo interno y el liderazgo que había logrado).

A raíz de una denuncia, Bolsonaro es puesto preso, dado de baja con degradación y con un expediente psiquiátrico, sin embargo, en instancia superior saldrá airoso hasta el punto de ser absuelto y ser reintegrado con el mismo grado de capitán, de todos modos y a partir de ese momento Bolsonaro no volverá a la vida militar y emprenderá en cuestión de poco tiempo, una ajetreada carrera política cuya descripción no es el objetivo de este reporte, pero que ya sabemos hasta donde lo ha llevado.

Aquí lo que queremos resaltar, es que el episodio da cuenta de un personaje, mejor dicho de una personalidad bien particular, que sin duda dejó una huella en la fuerza armada, huella de principios y determinación fuera de lo común más allá de toda sumisión y conformismo, algo que por lo visto los años no han logrado borrar, porque si hay algo de lo que no se debe dudar, es que si los militares desconfiaran de Bolsonaro, o lo hubiesen encontrado “inconveniente”, hace tiempo que hubiesen saboteado su trayectoria (desde luego en acuerdo con los políticos) especialmente durante esta fase “estelar” que ha protagonizado en los últimos tiempos.

Mientras tanto ¿qué ha pasado en todos estos años con los militares en Brasil? pues lo primero que se debe apuntar es que se han convertido en la institución más popular del país: según una encuesta de la empresa Datafolha de junio de este año, la fuerza armada cuenta con 78% de aprobación en cuanto a “confianza”, dato que contrasta con cifras en poco superiores al 30% para instituciones como los partidos políticos, el congreso nacional, la presidencia de la república y la prensa.

Pasa también que desde hace un tiempo muchos brasileños, hartos de la corrupción de su clase política y aterrados por el deterioro de su calidad de vida y en especial por la inseguridad, están pidiendo la intervención de las fuerzas armadas para limpiar al país de “políticos corruptos” y enfrentar a pandillas de narcotraficantes armadas hasta los dientes, clamor que se ha visto reflejado en sondeos de opinión donde se informa que más del 60% de la población, respaldaría que los militares “se expresen sobre la situación política”.

Ante esta situación, los militares no actuaron como la gente pedía pero si se pronunciaron: el comandante del ejército brasileño, general Eduardo Villas Bôas, afirmó en mayo de este año que “no existe la posibilidad de una intervención militar en la misma modalidad del período de la dictadura militar […] pero de todas formas, las fuerzas armadas, y el ejército, por el cual yo respondo, si eventualmente tendría que intervenir, será para hacer cumplir la Constitución, mantener la democracia y proteger a las instituciones…”

Pero antes, en abril, el mismo general Bôas en forma francamente insólita, había mandado un comunicado ¡por Twitter! que fue interpretado como una advertencia para el Supremo Tribunal Federal, ¿y qué era lo que decía el tuit? que “el ejército brasileño, comparte el anhelo de todos los ciudadanos de bien” y “repudia la impunidad”, en referencia más directa que indirecta, a la posibilidad de que el expresidente Luis Ignacio Lula da Silva quedase en libertad mientras cursaba su apelación por la condena que recibió por corrupción, decisión crucial para impedir que pudiese postularse nuevamente a la presidencia.

“Coincidencialmente” y a los dos días de este anuncio, el tribunal en decisión cerrada 6 a 5 confirmó que Lula debía seguir preso (y no podría ser candidato).

Pero ¿cuál podría ser el grado de conciencia del estamento militar -más allá de su comandante- como poder decisivo en esta hora? aquí los hechos hablan y los militares incluso antes de hablar ellos, tuvieron antes que salir a la calle, no a dar un golpe de Estado sino a combatir la delincuencia, y es que si de verdad existiese en la fuerza armada una “clase militar”, hace tiempo ha debido entender que si se debe actuar se debe hacer siguiendo el principio de “cuanto antes mejor”, y la lección ejemplar que han recibido es contundente, aún está viva, y consistió en la tardía respuesta que una democracia plagada de corrupción e incapacidad y en el súmmum del desprestigio, le dio a la situación de inseguridad que se vive en una ciudad inmensa y compleja como lo es Rio de Janeiro, en donde una criminalidad desbordada hasta el punto de protagonizar hasta 22 tiroteos diarios, obligó al gobierno central a militarizar la ciudad en forma indefinida y crear el Ministerio de Seguridad Pública en febrero de este año.

No cabe la menor duda de que Bolsonaro de llegar al poder, llegará con el apoyo y la muy posible participación “activa” de la fuerza armada, y por lo tanto llegará al poder con un suprapoder al que solo le faltará la cuadratura legislativa (que deberá resolver su equipo de gobierno) y llegará más que listo (porque así lo ha anunciado) para enfrentar las fuerzas del caos y la desestabilización que la izquierda, en sociedad con la criminalidad organizada, tratará de desplegar en algún momento. Se podría tratar de una situación inversa a la vivida en Venezuela donde el militar comunista Hugo Chávez llegó al poder para asaltarlo con el apoyo de “sus” militares, a los cuales potenció sin límite al otorgarles un radio de acción sin precedentes en el mundo moderno occidental, con la constitución militarista de 1999.

En este sentido se podría afirmar que el excéntrico, el egocéntrico, el deslenguado, el militar capitalista Bolsonaro, podría resultar el “anti-Chávez” por excelencia, y que la izquierda esta vez “se encontró con la horma de su zapato” (mejor dicho de su bota).

(Y los EE.UU. podrían tomar nota, si es que alguna vez se despiertan de su letargo geopolítico hacia Suramérica, algo que seguramente ocurrirá “por las malas”, pero no estaría de más mostrar alguna capacidad de anticipación real, y no solo de escandalización retórica para contentar a las comitivas de turno por Washington).

No es polarización, es radicalización

Esta no ha sido una campaña electoral normal, ni podría ser de otro modo, es una campaña en donde una porción importante de la sociedad desea con fervor digno de un mesías, que un preso por corrupción vuelva a ser presidente-redentor, y en el otro extremo, porque de extremos se trata todo esto, tenemos a un militar que amenaza con las armas a diestra y siniestra y que no conoce de la contención a la hora de expresarse, superando no solo la noción de “corrección política”, sino la más elemental sensatez.

Esto es como si Hugo Chávez estuviese compitiendo desde la cárcel de Yare con Donald Trump atrincherado en El Pentágono ¿locura? sí, definitivamente es locura y sus efectos son reales, en Brasil hemos podido observar un duelo de tribunales por liberar a Lula, y a Bolsonaro le propinaron una puñalada en pleno acto político, y tenemos a un Fernando Haddad al que solo le falta hacerse una cirugía plástica para ponerse la cara de su amo, acompañado en su fórmula para la vicepresidencia por una comunista militante, en cambio el vicepresidente de Bolsonaro, es un general de la reserva del ejército que defendió públicamente la necesidad de dar un golpe contra el gobierno.

Esto no es polarización, es radicalización, y por lo tanto se trata de un fenómeno más profundo, más irracional y por lo tanto más duradero, en otras palabras, algo que trasciende la contienda electoral, ergo, las elecciones no constituirán acto conclusivo sino episodio, posiblemente un preliminar.

En este contexto, el porcentaje que obtenga Fernando Haddad del PT (Partido dos Trabalhadores más toda la izquierda unida) será igual de radicalizado, y se trata de un porcentaje que en modo alguno debe ser subestimado, primero, porque podría tratarse de un porcentaje importante (en torno al 45% según sondeos) que celebraría desvergonzadamente que un hampón como Lula pudiese salir de cárcel y volver a tomar las riendas del país, y segundo porque esto significa que, incluso la izquierda moderada, tanto la laborista como la socialdemócrata, prefieren sumarse a un programa de caotización y desestabilización del país (y eventual reseducción de las masas) que enfrentarse a una cruda realidad: que a pesar de que no fueron engullidos totalmente por el PT de todos modos perdieron vigencia.

En Brasil, la escena está servida para el clásico péndulo, ante la perenne imposibilidad de unión o alianza de las fuerzas vivas de la sociedad civil, para enfrentar una situación que es de crisis y apunta directamente al estado de conmoción interna y al estado de necesidad.

En una democracia medianamente funcional lo deseable es la deliberación ordenada ante la ventilación pública de los conflictos en la sociedad, pero cuando se pierde la forma democrática porque su fundamento, la república, se ha convertido en una madriguera de oligarcas que secuestra la institucionalidad, en una “cosa privada” moralmente debilitada que es blanco permanente del desprecio público, el intento de rescate por la vía puramente democrática puede fracasar estruendosamente, es como tratar de pintar la fachada a punto de desplomarse.

Lo que se debe rescatar es la república, la ley, el orden, sus instituciones y sobre todo sus monopolios, el tratamiento del mal solo puede ser por cirugía, terapia e higiene, no se valen tratamientos tópicos.

Quienes desean impedir el desarrollo de una crisis que puede ser deseable en el sentido de “sanadora”, son los que siempre por aprensión, debilidad, arrogancia u oportunismo, fragilizan a una sociedad y comprometen seriamente tanto su metabolismo como su sistema inmune, y aquí los peores de todos, los verdaderamente malditos, son los que ante la necesidad de una cirugía, se quedan en la anestesia.

Esta crisis no es solo de Brasil, el auge de los populistas (de todo signo) es una reacción ante la cual analisiados incurablemente zoquetes, solo atinan a señalar una exasperación (precisamente el populismo) sin entender la causa, o peor aún, sin querer hacer el menor esfuerzo real por comprenderla, cayendo en meros rituales de virtue signalling (ostentación de virtud). Las situaciones de radicalización son de auge de los extremos y este auge siempre ocurre por desconexión y colapso de un centro político que cuando no se corrompe, o se estanca, se ensimisma tercamente en un narcisismo idealista y a la vez arrogante en donde “todos están equivocados” menos ellos por supuesto.

¡Es el comunismo estúpido!

Esto lleva una vez más, al manido discurso de la equidistancia, de la neutralidad, que es una variante presuntuosa de la corrección política, ergo, una forma más de censura, que la mayoría de las veces solo sirve para erigir altares individuales de pureza, la forma de evasión más cara a muchos supuestos intelectuales, pero que no sirve cuando lo que está en juego no es un torneo electoral sino una nación llevada al extremo por directa inoperancia o degradación de su clase política, más aun si se entiende que el juego tiene serias implicaciones no solo a escala local sino continental, y más aún si se comprende que en este juego, la “comunidad internacional” cuando no alcahuetea, no hace nada -o casi nada- para evitar la deriva final, o sea, la llegada al estado de necesidad que obliga a plantear el conflicto como única salida posible.

El actor Bolsonaro

La palabra “actor” significa “participante en una acción o suceso”, pero también puede significar “persona que interpreta un papel en una obra…” y el DRAE nos apunta otra acepción interesante: “persona que exagera o finge”.

¿Cuál de estas acepciones podría cuadrar con Bolsonaro? solo el tiempo lo dirá, porque lo electoral que es un arte escénica, obliga a la interpretación de un papel mejor aún si es exagerado o fingido, pero el poder exige más, y el poder debiendo actuar necesita tanto actores que ejecuten como actores que interpreten, en este caso, pueden ser actores tanto el titiritero como el títere, especialmente si el teatro es uno de operaciones.

Bolsonaro deberá enfrentar de entrada, un primer teatro de operaciones representado por un congreso más fragmentado que nunca, de cara a una exacerbación de la tensión social que requerirá la urgente construcción de un piso político, que a su vez permita apuntalar un nada fácil equilibrio entre confrontación y gobernabilidad.

Superado el acto siempre falso y teatral de las elecciones, muchas fuerzas “vivas” de la sociedad deberán moverse y ver bien hacia dónde lo harán, porque el no saber moverse en esta “bipolaridad” podría implicar la desaparición, especialmente para cualquiera que pretenda dárselas de “centrado”: cuando lo que está planteado es un péndulo, quien se quede en el centro podría ser derribado si no se aparta.

Y sobre todo porque el actual partido de Bolsonaro (el Partido Social Liberal, PSL, al cual se adhirió en enero) realmente no existe (como partido de masas), es un movimiento con tejido, incluso con tejidos claramente diferenciados: militar, religioso, conservador, pero sin órganos, necesita vertebración y necesita interfases, esto es algo que ocurre con frecuencia en la (casi) siempre difusa derecha, a diferencia de la izquierda y sus compartimientos fuertemente estructuralizados, comprometidos y militantes, muy claros, definidos y preparados en su “vocación hegemónica”.

Pero Bolsonaro y las fuerzas civiles y militares que lo apoyan en algo si están claros: van a dar la guerra, sobre todo porque saben que la izquierda la va a dar, hagan lo que hagan, no importa lo que hagan, y si dan signos de debilidad o de vacilación la ofensiva será aún mayor. No nos engañemos, aquí se trata de enfrentar al comunismo versátil del PT, del Foro de Sao Paulo y sus cómplices oportunistas, que siempre son los socialistas especialmente los “globalistas-progresistas”. No estamos tratando con un rival civilista, en una dialéctica por la definición y evolución de una nación, sino confrontando a enemigos de la nación, que desean cambiarla destruyéndola primero, y aplanándola después.


Artículo publicado originalmente como trabajo especial del equipo editorial de “La Cabilla”, el 27 de octubre de 2018 en su antigua página web (lacabilla.com).