martes, 3 de abril de 2018

¿Comunismo o populismo? Un ejercicio de sospecha



El problema de las clasificaciones y etiquetas en política parece un problema insoluble y sobre el cual se pueden cometer errores, pero el máximo error sin duda ocurre, cuando pudiendo disponer de clara evidencia para decir que alguien es comunista, se opte por llamarlo “populista”, es un error tan peculiar que me parece sospechoso.

Y es lo que ocurre, por ejemplo, cuando la politóloga de fama internacional, Gloria Álvarez Cross, acusa de “populista” a alguien como Gustavo Petro, a un comunista molecular como Gustavo Petro, el verdadero candidato de las FARC (de paso ungido finalmente por obra y gracia de un oportunísimo infarto, que providencialmente ocurrió en alguien que notoriamente no tiene corazón).

Este servidor tiene sus clasificaciones políticas, que intentan evitar etiquetas que poco ayudan y mucho confunden, por ejemplo, trato de desdeñar las de “socialdemocracia” y “socialismo real”. Usar la etiqueta “socialdemocracia” aplicándola a partidos que son socialistas, es un error, y sobre aplicar la etiqueta “socialismo real” a lo que es comunismo, ni hablar.

Pero esto no se detiene aquí, hay errores más insidiosos que representan un triunfo, un triunfo rotundo e histórico para la izquierda, sea socialista sea comunista, un triunfo de propaganda perdurable que, serenamente y hasta orgullosamente, ha sido adoptado por los afectados. Este triunfo consiste en haber logrado colocar a todos sus enemigos en “la derecha”, un gran éxito dialéctico sin duda alguna, pero la dialéctica en la izquierda es una trampa, casi siempre.

Es así como al fascismo, que es socialismo nacionalista, lograron colocarlo a la derecha, y no contentos con eso, lograron apresar al mismo liberalismo [1] en la derecha, y esto, con la colaboración entusiasta de muchos liberales, con vocación de fitófagos hipocalóricos.

Al conceder que al fascismo se le llamase “de derecha”, se otorgó una licencia ilimitada que terminaría por poner al liberalismo en el mismo campo de concentración, y mezclarlos sin que a nadie -o casi nadie- se le revolviese el estómago al ver como se juntaba lo más antiliberal con lo liberal, los que endiosan al Estado, con los que más lo detestan, es así como los liberales terminaron mereciendo el escupitajo condenatorio de “facha”.

Liberales, conservadores, fascistas, todos son de derecha ¡misión cumplida!

Y con respecto a la derecha, se volvió inútil repetir que la derecha, puede ser liberal y antiliberal, y ambas corrientes tienen su historia, legítima. Cuando ocurrió la igualación derecha=fascismo por alguna razón quedó relegada la constatación real de que cierta derecha, a pesar de ser tan antiliberal y anticomunista como el fascismo, no puede ser equiparada con el totalitarismo intrínseco del fascismo, que siempre incluye la demolición revolucionaria del cosmos anterior, del cosmos burgués, para sustituirlo con otro, que de "tradicional" solo tiene una pretendida conexión mitológica con pasados imperiales y "espacios vitales". 

El liberalismo moderno, que tiene a la república como forma de gobierno, y a la democracia como forma de estado, y a la economía de mercado no solo como modo de producción sino como modo de realización de la libertad, también busca ese mismo "orden" tan apreciado por la derecha, pero un orden que debe construirse en la misma sociedad: por eso no sataniza el conflicto, lo ventila, lo enfrenta y lo resuelve abiertamente, porque lo procesa y lo metaboliza precisamente como una manifestación de libertad, ese liberalismo por lo tanto no es, esa derecha a la que le aterra todo conflicto, porque puede ser semilla de revuelta, ni es esa izquierda que usa el conflicto como herramienta para llegar al poder, y luego monopolizarlo desde el Estado.

El liberalismo clásico coloca en la sociedad y en el individuo (en ambos), la responsabilidad de la libertad, porque desea una distribución del poder, donde el Estado es un servicio público. El liberalismo es la doctrina que limita la libertad del Estado.

Pero aterricemos de una buena vez en el populismo, que de doctrina solo tiene su cualidad de disfraz, de método astuto, y para decirlo sin rodeos, de truco, un truco perteneciente a la familia de los trucos de enamoramiento, de hecho, hay algo de populista en todo cortejo, quizá de allí derive su eficacia: tiene una base “antropológica” por decirlo de algún modo.

El populismo como definición, como etiqueta, es una invitación a la confusión si se le desea clasificar ideológicamente, por eso me quedo con esta definición que he ido construyendo con el tiempo, que apunta a lo más importante, a lo que debe quedar claro, sin equívocos:

El populismo es una actitud política primitivamente seductora, que se presenta como salvadora y redentora del pueblo, y aplica como estrategia la demagogia, o sea, la conquista de la popularidad halagando a la masa, manipulando sus emociones, explotando sus prejuicios, y exaltando en modo fantasioso las supuestas virtudes del líder, sobre todo las inexistentes.

El populismo transforma la política en una actividad sentimental y mesiánica, cuya misión de dirigir y pastorear al pueblo hacia “la felicidad”, es un engaño colosal.

Y puede ser usado por cualquiera, lo puede usar tanto un Chávez como un Berlusconi, por lo tanto, al despacharlos como populistas, nos quedamos en las mismas, saber que son populistas no nos ayuda, en cambio averiguar cuáles son sus verdaderas intenciones y denunciar sus ejecutorias reales, concretas, es lo único que debería importarnos. Es aquí donde el envoltorio “populista” solo sirve para miopizar y confundir, de hecho, aplicar (o aplicarse premeditadamente) el término “populista”, es una argucia básica de muchos populistas.

Por eso evito usar la etiqueta populista, incluso cuando aplica, incluso cuando aplica descaradamente.

El comunismo que nos atañe, a Venezuela, a Colombia, y no solo a estos países, es una versión actualizada y optimizada, la cual denomino “comunismo versátil”, y que he descrito en otros artículos, un comunismo capitalista al que verdaderamente solo le interesa hacerse con el poder para no volverlo a soltar, y puede usar, manosear y manipular cualquier cosa, incluso cosas sagradas, para lograr su objetivo. Despachar a este comunismo con una etiqueta superficial como “populismo”, es hacerle un favor, un gran favor.

En Venezuela estamos enfrentando un comunismo militar-mafioso-transnacional, que privatiza al Estado y transforma al capitalismo en privilegio del poder [2], y que se puede sentir muy cómodo criando burguesías de conveniencia, pandillas elitescas y chusmas endiosadas que lo ayuden en la tarea hegemónica, un comunismo que incluso es capaz de simular organizaciones civiles, y hasta partidos, para mostrar lo que no hay, y a los cuales se les exige adaptación y complicidad para comprometerlos.

Un comunismo que puede crear dos circuitos económicos, uno para atender al precariado y anularlo como sociedad, y otro para hacer prosperar su Estado privado, traficante, delincuencial, criminal, y convertirlo en modelo exportable, en un germen patógeno de fácil contagio y cura desconocida en términos pacíficos.

(Francamente, el comunismo siempre ha sido así, versátil, tan versátil que nunca conquistó realmente a ningún proletariado digno de tal nombre, y ni por un segundo prescindió del capitalismo para crear su propia oligarquía y burguesía)

Para exponer al mundo este comunismo, que debe ser descrito, narrado y denunciado con claridad, tarea de por si nada fácil porque obliga a retirar ropajes variados, toda una colección de atuendos para poder exponer una desnudez que de todos modos no es simple, sino la desnudez de un monstruo multiforme y contrahecho, para esa tarea, no necesitamos que nadie nos traiga un accesorio de moda, para colocarlo encima de la montaña de trapos, sombreros, bragas e implantes, que tanto trabajo nos cuesta tirar al piso.

Cuando usted tiene en frente a un comunista y viene otro y lo llama “populista”, sospechen…

[1] Al referirme a liberalismo, me refiero a lo que en los EE.UU. llaman “Libertarismo” (Libertarianism) el cual tiene varias tendencias que pueden ser “clásicas”, “austríacas”, conservadoras, anarquistas, nacionalistas, agrupaciones que siempre han impedido una definición única e inequívoca. Además, considero necesario evitar dos confusiones adicionales: la primera es que un liberal en los EE.UU. es fundamentalmente un socialista, aunque ese rótulo lefty es perfectamente capaz de amparar a un comunista. La segunda es que en muchos países de Europa, un “libertario” es fundamentalmente un anarquista, aunque para confundir más las cosas, los meten a todos en un mismo saco donde se agolpan anarquistas colectivistas y anarquistas individualistas, anarquistas capitalistas y comunistas, y desde luego, anarco-liberales (el que haya estudiado el anarquismo sabe a qué me refiero).

[2] Una de mis definiciones preferidas de “comunismo” es muy simple: es el régimen político que con mayor habilidad transforma al capitalismo en un privilegio.

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