viernes, 10 de agosto de 2018

El encuentro Trump-Putin, una rara muestra de sensatez


Antes que nada, quisiera aclarar que no se trata de defender a como dé lugar a Donald Trump, sino de tratar de entender ciertas cosas en medio del revuelo histérico, al borde de la enajenación, del colapso mental, que se ha desatado con la cumbre de Helsinki. De antemano me excuso si la exposición no resulta ser del todo ordenada al conectar ciertos hechos que se han venido amontonando en forma casi caótica en los últimos tiempos, por no decir en las últimas décadas.

Lo primero que se olvida sobre Vladímir Putin, es que no ha hecho otra cosa que meterse en los terrenos cedidos en los últimos años por los EE.UU. (por no decir “nosotros”, o sea, todo occidente). Las últimas muestras de ese repliegue están en esa Siria que los EE.UU. comenzaron a ceder desde Barack Obama (no importan las razones) o en esa Latinoamérica que todas las administraciones, después del tándem Reagan-Bush, comenzaron a abandonar y que el mismo Obama cedió por completo a Cuba (no importan las razones).

Y digo no importan las razones, porque más allá del cúmulo de explicaciones que se puedan dar, me interesa señalar, al igual que lo han hecho otros analistas, que está volviendo a aflorar una tendencia histórica que realmente lo que hizo fue ocultarse temporalmente durante la guerra fría: la tendencia de los EE.UU. al aislacionismo, y no tanto como tendencia política “de los gobernantes” sino como persistente tendencia idiosincrática de los gobernados, esos de los cuales depende Trump para su operación hegemónica.

Un aislacionismo sobre el cual se debe recalcar que se opone al intervencionismo como expresión acabada del “destino manifiesto” (el cual queda intacto en su seguimiento, sobre todo en su concepción primigenia “de costa a costa”) y este aislacionismo, que ahora con Trump prioriza el “Make America Great Again For All Americans”, sobre todo se opone a cierta concepción de la función policial de los EE.UU. en el mundo (en su envoltura del “gendarme mayor”) y ni hablar del rechazo a los costos monumentales que eso supone, todas cosas que Trump no ha dejado de proclamar reiteradamente, con insistencia, con obsesión podría decirse, porque conforman la idea central que por igual, ha de guiar tanto su política doméstica como internacional.


"We have spent seven trillion dollars in the middle east over a seventeen-year period, and we have nothing. Nothing. Except death and destruction, it's a horrible thing..."


Por cierto, en esto de meterse en las parcelas cedidas por EE.UU. en esta carrera global, Putin de todos modos está destinado a quedar como segundón detrás de China, una amenaza mucho mayor, desde todo punto de vista, que no será tratada en este artículo.

Europa también ha cedido, la supuesta Unión Europea sufre más que nada por culpa de sus políticos, esos que aporta un continente políticamente estancado por infecciones incapacitantes, todas generadas por una inoculación sistemática en el tiempo de una forma de capitalismo globalista, hostil a cualquier designio que no sea el del “liberalismo para mis amigos”, o sea, liberalismo solo para un cártel internacional de grandes capitales y altas finanzas que desea suprimir los Estados-nación y precarizar a sus clases medias y trabajadoras.

El caso más patético, lamentable y preocupante es España, y la posible excepción podría ser Francia, esa Francia siempre reactiva ante el encogimiento, que sigue interviniendo según su propia lógica de potencia colonial, como lo hace en África por ejemplo, aunque en el caso de Siria se podría afirmar que dos veces salió con las tablas en la cabeza, dos veces como mínimo, pero esa también es otra historia.

Trump no es interpretable como político

Con estupor observo con que facilidad se cae en el error de creer que cada frase, cada palabra de Trump, supone una declaración inequívoca de intención, el anuncio de una acción inminente, olvidándonos que estamos escuchando a un personaje que, aunque no es político, le toca actuar dentro de lo político pero no lo hace simulando algo que no es.

Es cierto que Trump ha sido notable en el cumplimiento de sus promesas electorales, faltaría más, tratándose de una dualidad presidente-candidato en permanente campaña y que lo apuesta todo a dos elecciones de las cuales depende su cabeza: las midterm elections de este año y su propia reelección en 2020, tareas titánicas que deberá emprender en medio de una verdadera guerra que se podría decir que involucra a todo el establecimiento político/intelectual/mediático de aquello que llaman The Deep State, entidad inexistente solo para aquellos a los que conviene convertir en “teoría de la conspiración”, todo lo que no quieren o no pueden (o no deben) exponer a la luz.

Pero ambos “bandos” saben que lo decisivo no está en las batallas que hasta ahora se han escenificado, lo decisivo está en que si Trump pierde el congreso, estará muerto, o casi muerto, y quedará a merced de lo que decidan sus enemigos: impeachment o derrota final del moribundo en el 2020, y no tendría nada de raro que sus enemigos se vayan por lo seguro: el desalojo anticipado, sobre todo después de la “horrible” experiencia en las elecciones de 2016 donde descubrieron que la rebelión del electorado silencioso es impredecible, incontrolable y posiblemente indetenible (un electorado que se descubrió que era silencioso no por mudez de los mandantes, sino por sordera de los mandatarios).

Por cierto, entre las promesas, discursos o anuncios de Trump, nunca ha estado ninguna intervención militar, en ningún país, se podrá argumentar que eso no se anuncia, pero se puede también contraargumentar que la intervención (en términos de operación de fuerza) no forma parte del “corazón” de su programa. Al final, y como este programa es a la vez -y todo el tiempo- promesa electoral, para zanjar esta cuestión no queda más que esperar lo que podrían ser las intervenciones concretas de Trump más allá del 2020, en asuntos como el de Irán, Afganistán, Siria, etc., y también sobre el tema de Venezuela (que está relacionado con todas sus preocupaciones tanto en el ámbito interno como externo), en otras palabras, habrá que esperar por el “Trump 2.0” el cual eventualmente podría aflorar, si y sólo si, lograra triunfar en AMBAS elecciones (Congreso/Presidencia).

Mientras tanto, Putin seguirá avanzando en la medida de sus posibilidades (sobre las cuales pesan las maldiciones analíticas de la sobrestimación y la subestimación), y lo hará en los espacios abandonados por EE.UU. y lo hará también en Europa donde muchos no perciben con suficiente claridad, que Rusia avanza cada vez que la “agenda euroescéptica” lo hace: en Hungría, en Austria, en Italia, en cualquier país (con Polonia será más difícil por razones obvias) especialmente en una coyuntura favorable donde la “agenda elitista-globalista”, por ahora ha sido derrotada en los EE.UU. y en el Reino Unido, con el triunfo del Brexit.

Todo esto lo debe saber muy bien Trump, porque sabe igualmente que esa agenda globalista también lo tiene a él en la mira, agenda en donde George Soros (un enemigo común de Trump y Putin) es un personaje relevante pero solo un botón de muestra, un actor de reparto con respecto a los verdaderos protagonistas, comenzando por ciertos sectores de las finanzas internacionales, sobre todo de la banca y los capitales injerencistas, que se escudan tras una mal llamada globalización, los cuales apuntan contra él desde varios ángulos: desde las alturas de la sociedad con los “Clinton Compañía Anónima”, a media distancia desde el Partido Demócrata, y a quemarropa desde sectores del mismísimo Partido Republicano, y para cubrir todo el perímetro, están los medios.

A los que le piden “acción” a Trump, no solo en Venezuela sino en otras naciones, habría que preguntarles: ¿Cuántos frentes se le puede pedir a Trump que abra? ¿no son suficientes los que ha tenido que abrir, de par en par, comenzando en casa? ¿frente a enemigos dispuestos a liquidarlo, muchos de los cuales se encuentran en la cercanía Ruby más que a la distancia Oswald?

Pero estos frentes de guerra a su vez son indispensables e irrenunciables para que Trump pueda reclutar la mayor cantidad posible de manos (votos) que lo ayuden a sostener y empujar el ariete, no contra el sistema político, al que desea preservar, sino contra el sistema oligárquico.

La intensidad de esta guerra, y su escalada, se explica por algo que Donald Trump ha logrado en forma notable (quizás inédita) y es que por primera vez la narrativa/manipulación/polarización de izquierda (liberals en los EE.UU.) en la que participa también cierta derecha liberal (Libertarians en los EEUU), se ha encontrado con un enemigo sin complejos (sin educación dirían las élites) que no rehúye el combate, pega primero, pega después y los pone contra las cuerdas, y lo peor de todo, parece disfrutar en la refriega.

Todo acercamiento entre Trump y Putin activa la “alerta roja” entre los globalistas, pues podría resultar en una confluencia de estrategias que los establecimientos estadounidense y europeo nunca aceptarán, porque estaría en juego todo el tinglado relacionado con la prolongación indefinida de la guerra fría. Esta es la razón por la cual se embadurna esta compleja y delicada convergencia, en donde ninguno de los dos ESTÁ MÍNIMAMENTE DISPUESTO A LA GUERRA MUNDIAL, sea fría o caliente, con el sentimentalismo histérico de que Trump es “un traidor” y “una vergüenza para su país”.

Cuidado, por allí podría venir el impeachment, expuesto y presentado como “reparo a una afrenta” y que sería aplicado como una necesidad nacional, e internacional.

¿Adivinen quién saldría ganando?

Artículo publicado originalmente el 19 de julio de 2018 en la antigua página de “La Cabilla” (lacabilla.com).

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