lunes, 5 de noviembre de 2018

Alerta sobre Brasil: ¡Fascistas en Copacabana!



Ante la inminencia de las elecciones en segunda vuelta para elegir al próximo presidente de Brasil, el equipo editorial de La Cabilla presenta un trabajo especial tal como ya hizo en los casos de las recientes elecciones presidenciales en Colombia y México.

Bolsonaro, el “facho brasileño”

¿Es Jair Messias Bolsonaro un “fascista de ultraderecha”? la calificación de entrada es risible porque para ser fascista antes que nada hay que ser socialista, sobre todo ferozmente antiliberal, que es exactamente lo que Bolsonaro no es. Sin duda, es nacionalista y buena parte de su discurso moralista-cristiano cuadra perfectamente con la categoría de conservador, pero al no ser un “antiliberal” convicto, tampoco puede ser considerado de derecha, si fuese un candidato de derecha pediría “mercado justo” no pediría “mercado libre”, que es algo muy pero muy distinto (y que lo haría semejante a Donald Trump).

Bolsonaro es nacionalista, es cristiano, y al parecer, es liberal (algo que está por verse) cualidades que no son excluyentes, a pesar de lo que pudiese alegar un “europeísta” de esos que malignamente afirman que nacionalismos y mercados libres son incompatibles. De todos modos y de no llegar a comprobarse el liberalismo de Bolsonaro (más bien de su equipo de gobierno) tanto la acusación de fascismo como de extrema derecha seguirían siendo insustentables, porque lo más probable es que todo termine en un gobierno más bien socialcristiano, con acento conservador sin duda, pero nada parecido al fascismo con el cual se pretende aterrorizar a los ignorantes.

Llegados a este punto, vamos a aclarar que el discurso personal de Bolsonaro (más allá del que desaprueba en bloque y con obvias manipulaciones, la agenda progresista de la izquierda internacional) no puede agradar sino a fanáticos de cierto discurso, ese si ultra-radicalizado y de por si ínfimamente minoritario, hasta en Brasil. No estamos hablando de un candidato ideal (¿existe?) de hecho, en otras circunstancias, en circunstancias normales, este discurso sería inaceptable, y en una elección “normal” en un país “normal” Jair Bolsonaro no habría pasado de ser un candidato excéntrico derrotado en primera vuelta, y con votación entre los colistas.

Para ponerlo de otra forma, el discurso homofóbico y machista de Bolsonaro no fue el discurso que “prendió” entre el electorado brasileño (todo lo contrario), en cambio el discurso de lucha, incluso de lucha violenta y sin cuartel contra el hampa, ese sí obtuvo máxima receptividad, una entusiasta receptividad. El pretendido discurso racista, tan amplificado por la prensa local y mundial, en un país como Brasil y de haber sido cierto, o de haber sido asimilado así por la población, ha debido ser su condena irremediable, pero no fue así, y basta ver el mapa de votación en la primera vuelta para saber que la distribución no fue exclusivamente la de un “país blanco” votando por Bolsonaro.

Llegado a este punto es importante recordar que a pesar de una aplastante hegemonía cultural de izquierda, en Brasil siempre ha existido un sustrato conservador que no es minoritario (con la excepción del nordeste, sector que no por “negro” si no por ser ya un coto tradicional izquierdista, muestra una tendencia distinta).

Sin embargo, la histeria “antifascista” contra Bolsonaro ha sido muy fuerte, y medios de cierto prestigio en particular medios “mainstream” en Europa, se han zambullido en ella sin el menor pudor y en cierta forma han logrado su objetivo en la opinión pública, hasta el punto de enganchar por igual, a personas de comprobado cacumen como a los infaltables bobos universales que presumen de sensatez y equidistancia, sobre todo cuando no entienden algo. Menos mal que el “brasileño de a pie” si ha sabido diferenciar y establecer prioridades, que una vez más el primer mundo tardará en captar, quizás “por exotismo indescifrable”.

Los militares, un punto clave

Jair Bolsonaro es recordado en la fuerza armada brasileña como el que defendió el sueldo de los militares, en 1985 cesó la dictadura militar después de 21 años de dominio del poder político, y la democracia recién estrenada, o reestrenada, comete el error de castigar a los uniformados por donde más duele: por los salarios, en aquella época el entonces capitán Bolsonaro denuncia esta política en la prensa, y llega hasta el punto de planificar “atentados de protesta” contra el mismo ejército (lo cual da una idea del apoyo interno y el liderazgo que había logrado).

A raíz de una denuncia, Bolsonaro es puesto preso, dado de baja con degradación y con un expediente psiquiátrico, sin embargo, en instancia superior saldrá airoso hasta el punto de ser absuelto y ser reintegrado con el mismo grado de capitán, de todos modos y a partir de ese momento Bolsonaro no volverá a la vida militar y emprenderá en cuestión de poco tiempo, una ajetreada carrera política cuya descripción no es el objetivo de este reporte, pero que ya sabemos hasta donde lo ha llevado.

Aquí lo que queremos resaltar, es que el episodio da cuenta de un personaje, mejor dicho de una personalidad bien particular, que sin duda dejó una huella en la fuerza armada, huella de principios y determinación fuera de lo común más allá de toda sumisión y conformismo, algo que por lo visto los años no han logrado borrar, porque si hay algo de lo que no se debe dudar, es que si los militares desconfiaran de Bolsonaro, o lo hubiesen encontrado “inconveniente”, hace tiempo que hubiesen saboteado su trayectoria (desde luego en acuerdo con los políticos) especialmente durante esta fase “estelar” que ha protagonizado en los últimos tiempos.

Mientras tanto ¿qué ha pasado en todos estos años con los militares en Brasil? pues lo primero que se debe apuntar es que se han convertido en la institución más popular del país: según una encuesta de la empresa Datafolha de junio de este año, la fuerza armada cuenta con 78% de aprobación en cuanto a “confianza”, dato que contrasta con cifras en poco superiores al 30% para instituciones como los partidos políticos, el congreso nacional, la presidencia de la república y la prensa.

Pasa también que desde hace un tiempo muchos brasileños, hartos de la corrupción de su clase política y aterrados por el deterioro de su calidad de vida y en especial por la inseguridad, están pidiendo la intervención de las fuerzas armadas para limpiar al país de “políticos corruptos” y enfrentar a pandillas de narcotraficantes armadas hasta los dientes, clamor que se ha visto reflejado en sondeos de opinión donde se informa que más del 60% de la población, respaldaría que los militares “se expresen sobre la situación política”.

Ante esta situación, los militares no actuaron como la gente pedía pero si se pronunciaron: el comandante del ejército brasileño, general Eduardo Villas Bôas, afirmó en mayo de este año que “no existe la posibilidad de una intervención militar en la misma modalidad del período de la dictadura militar […] pero de todas formas, las fuerzas armadas, y el ejército, por el cual yo respondo, si eventualmente tendría que intervenir, será para hacer cumplir la Constitución, mantener la democracia y proteger a las instituciones…”

Pero antes, en abril, el mismo general Bôas en forma francamente insólita, había mandado un comunicado ¡por Twitter! que fue interpretado como una advertencia para el Supremo Tribunal Federal, ¿y qué era lo que decía el tuit? que “el ejército brasileño, comparte el anhelo de todos los ciudadanos de bien” y “repudia la impunidad”, en referencia más directa que indirecta, a la posibilidad de que el expresidente Luis Ignacio Lula da Silva quedase en libertad mientras cursaba su apelación por la condena que recibió por corrupción, decisión crucial para impedir que pudiese postularse nuevamente a la presidencia.

“Coincidencialmente” y a los dos días de este anuncio, el tribunal en decisión cerrada 6 a 5 confirmó que Lula debía seguir preso (y no podría ser candidato).

Pero ¿cuál podría ser el grado de conciencia del estamento militar -más allá de su comandante- como poder decisivo en esta hora? aquí los hechos hablan y los militares incluso antes de hablar ellos, tuvieron antes que salir a la calle, no a dar un golpe de Estado sino a combatir la delincuencia, y es que si de verdad existiese en la fuerza armada una “clase militar”, hace tiempo ha debido entender que si se debe actuar se debe hacer siguiendo el principio de “cuanto antes mejor”, y la lección ejemplar que han recibido es contundente, aún está viva, y consistió en la tardía respuesta que una democracia plagada de corrupción e incapacidad y en el súmmum del desprestigio, le dio a la situación de inseguridad que se vive en una ciudad inmensa y compleja como lo es Rio de Janeiro, en donde una criminalidad desbordada hasta el punto de protagonizar hasta 22 tiroteos diarios, obligó al gobierno central a militarizar la ciudad en forma indefinida y crear el Ministerio de Seguridad Pública en febrero de este año.

No cabe la menor duda de que Bolsonaro de llegar al poder, llegará con el apoyo y la muy posible participación “activa” de la fuerza armada, y por lo tanto llegará al poder con un suprapoder al que solo le faltará la cuadratura legislativa (que deberá resolver su equipo de gobierno) y llegará más que listo (porque así lo ha anunciado) para enfrentar las fuerzas del caos y la desestabilización que la izquierda, en sociedad con la criminalidad organizada, tratará de desplegar en algún momento. Se podría tratar de una situación inversa a la vivida en Venezuela donde el militar comunista Hugo Chávez llegó al poder para asaltarlo con el apoyo de “sus” militares, a los cuales potenció sin límite al otorgarles un radio de acción sin precedentes en el mundo moderno occidental, con la constitución militarista de 1999.

En este sentido se podría afirmar que el excéntrico, el egocéntrico, el deslenguado, el militar capitalista Bolsonaro, podría resultar el “anti-Chávez” por excelencia, y que la izquierda esta vez “se encontró con la horma de su zapato” (mejor dicho de su bota).

(Y los EE.UU. podrían tomar nota, si es que alguna vez se despiertan de su letargo geopolítico hacia Suramérica, algo que seguramente ocurrirá “por las malas”, pero no estaría de más mostrar alguna capacidad de anticipación real, y no solo de escandalización retórica para contentar a las comitivas de turno por Washington).

No es polarización, es radicalización

Esta no ha sido una campaña electoral normal, ni podría ser de otro modo, es una campaña en donde una porción importante de la sociedad desea con fervor digno de un mesías, que un preso por corrupción vuelva a ser presidente-redentor, y en el otro extremo, porque de extremos se trata todo esto, tenemos a un militar que amenaza con las armas a diestra y siniestra y que no conoce de la contención a la hora de expresarse, superando no solo la noción de “corrección política”, sino la más elemental sensatez.

Esto es como si Hugo Chávez estuviese compitiendo desde la cárcel de Yare con Donald Trump atrincherado en El Pentágono ¿locura? sí, definitivamente es locura y sus efectos son reales, en Brasil hemos podido observar un duelo de tribunales por liberar a Lula, y a Bolsonaro le propinaron una puñalada en pleno acto político, y tenemos a un Fernando Haddad al que solo le falta hacerse una cirugía plástica para ponerse la cara de su amo, acompañado en su fórmula para la vicepresidencia por una comunista militante, en cambio el vicepresidente de Bolsonaro, es un general de la reserva del ejército que defendió públicamente la necesidad de dar un golpe contra el gobierno.

Esto no es polarización, es radicalización, y por lo tanto se trata de un fenómeno más profundo, más irracional y por lo tanto más duradero, en otras palabras, algo que trasciende la contienda electoral, ergo, las elecciones no constituirán acto conclusivo sino episodio, posiblemente un preliminar.

En este contexto, el porcentaje que obtenga Fernando Haddad del PT (Partido dos Trabalhadores más toda la izquierda unida) será igual de radicalizado, y se trata de un porcentaje que en modo alguno debe ser subestimado, primero, porque podría tratarse de un porcentaje importante (en torno al 45% según sondeos) que celebraría desvergonzadamente que un hampón como Lula pudiese salir de cárcel y volver a tomar las riendas del país, y segundo porque esto significa que, incluso la izquierda moderada, tanto la laborista como la socialdemócrata, prefieren sumarse a un programa de caotización y desestabilización del país (y eventual reseducción de las masas) que enfrentarse a una cruda realidad: que a pesar de que no fueron engullidos totalmente por el PT de todos modos perdieron vigencia.

En Brasil, la escena está servida para el clásico péndulo, ante la perenne imposibilidad de unión o alianza de las fuerzas vivas de la sociedad civil, para enfrentar una situación que es de crisis y apunta directamente al estado de conmoción interna y al estado de necesidad.

En una democracia medianamente funcional lo deseable es la deliberación ordenada ante la ventilación pública de los conflictos en la sociedad, pero cuando se pierde la forma democrática porque su fundamento, la república, se ha convertido en una madriguera de oligarcas que secuestra la institucionalidad, en una “cosa privada” moralmente debilitada que es blanco permanente del desprecio público, el intento de rescate por la vía puramente democrática puede fracasar estruendosamente, es como tratar de pintar la fachada a punto de desplomarse.

Lo que se debe rescatar es la república, la ley, el orden, sus instituciones y sobre todo sus monopolios, el tratamiento del mal solo puede ser por cirugía, terapia e higiene, no se valen tratamientos tópicos.

Quienes desean impedir el desarrollo de una crisis que puede ser deseable en el sentido de “sanadora”, son los que siempre por aprensión, debilidad, arrogancia u oportunismo, fragilizan a una sociedad y comprometen seriamente tanto su metabolismo como su sistema inmune, y aquí los peores de todos, los verdaderamente malditos, son los que ante la necesidad de una cirugía, se quedan en la anestesia.

Esta crisis no es solo de Brasil, el auge de los populistas (de todo signo) es una reacción ante la cual analisiados incurablemente zoquetes, solo atinan a señalar una exasperación (precisamente el populismo) sin entender la causa, o peor aún, sin querer hacer el menor esfuerzo real por comprenderla, cayendo en meros rituales de virtue signalling (ostentación de virtud). Las situaciones de radicalización son de auge de los extremos y este auge siempre ocurre por desconexión y colapso de un centro político que cuando no se corrompe, o se estanca, se ensimisma tercamente en un narcisismo idealista y a la vez arrogante en donde “todos están equivocados” menos ellos por supuesto.

¡Es el comunismo estúpido!

Esto lleva una vez más, al manido discurso de la equidistancia, de la neutralidad, que es una variante presuntuosa de la corrección política, ergo, una forma más de censura, que la mayoría de las veces solo sirve para erigir altares individuales de pureza, la forma de evasión más cara a muchos supuestos intelectuales, pero que no sirve cuando lo que está en juego no es un torneo electoral sino una nación llevada al extremo por directa inoperancia o degradación de su clase política, más aun si se entiende que el juego tiene serias implicaciones no solo a escala local sino continental, y más aún si se comprende que en este juego, la “comunidad internacional” cuando no alcahuetea, no hace nada -o casi nada- para evitar la deriva final, o sea, la llegada al estado de necesidad que obliga a plantear el conflicto como única salida posible.

El actor Bolsonaro

La palabra “actor” significa “participante en una acción o suceso”, pero también puede significar “persona que interpreta un papel en una obra…” y el DRAE nos apunta otra acepción interesante: “persona que exagera o finge”.

¿Cuál de estas acepciones podría cuadrar con Bolsonaro? solo el tiempo lo dirá, porque lo electoral que es un arte escénica, obliga a la interpretación de un papel mejor aún si es exagerado o fingido, pero el poder exige más, y el poder debiendo actuar necesita tanto actores que ejecuten como actores que interpreten, en este caso, pueden ser actores tanto el titiritero como el títere, especialmente si el teatro es uno de operaciones.

Bolsonaro deberá enfrentar de entrada, un primer teatro de operaciones representado por un congreso más fragmentado que nunca, de cara a una exacerbación de la tensión social que requerirá la urgente construcción de un piso político, que a su vez permita apuntalar un nada fácil equilibrio entre confrontación y gobernabilidad.

Superado el acto siempre falso y teatral de las elecciones, muchas fuerzas “vivas” de la sociedad deberán moverse y ver bien hacia dónde lo harán, porque el no saber moverse en esta “bipolaridad” podría implicar la desaparición, especialmente para cualquiera que pretenda dárselas de “centrado”: cuando lo que está planteado es un péndulo, quien se quede en el centro podría ser derribado si no se aparta.

Y sobre todo porque el actual partido de Bolsonaro (el Partido Social Liberal, PSL, al cual se adhirió en enero) realmente no existe (como partido de masas), es un movimiento con tejido, incluso con tejidos claramente diferenciados: militar, religioso, conservador, pero sin órganos, necesita vertebración y necesita interfases, esto es algo que ocurre con frecuencia en la (casi) siempre difusa derecha, a diferencia de la izquierda y sus compartimientos fuertemente estructuralizados, comprometidos y militantes, muy claros, definidos y preparados en su “vocación hegemónica”.

Pero Bolsonaro y las fuerzas civiles y militares que lo apoyan en algo si están claros: van a dar la guerra, sobre todo porque saben que la izquierda la va a dar, hagan lo que hagan, no importa lo que hagan, y si dan signos de debilidad o de vacilación la ofensiva será aún mayor. No nos engañemos, aquí se trata de enfrentar al comunismo versátil del PT, del Foro de Sao Paulo y sus cómplices oportunistas, que siempre son los socialistas especialmente los “globalistas-progresistas”. No estamos tratando con un rival civilista, en una dialéctica por la definición y evolución de una nación, sino confrontando a enemigos de la nación, que desean cambiarla destruyéndola primero, y aplanándola después.


Artículo publicado originalmente como trabajo especial del equipo editorial de “La Cabilla”, el 27 de octubre de 2018 en su antigua página web (lacabilla.com).


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