Ante la inminencia de las elecciones en segunda vuelta para
elegir al próximo presidente de Brasil, el equipo editorial de La Cabilla
presenta un trabajo especial tal como ya hizo en los casos de las recientes
elecciones presidenciales en Colombia y México.
Bolsonaro, el “facho brasileño”
¿Es Jair Messias Bolsonaro un “fascista de ultraderecha”? la
calificación de entrada es risible porque para ser fascista antes que nada hay
que ser socialista, sobre todo ferozmente antiliberal, que es exactamente lo que
Bolsonaro no es. Sin duda, es nacionalista y buena parte de su discurso
moralista-cristiano cuadra perfectamente con la categoría de conservador, pero
al no ser un “antiliberal” convicto, tampoco puede ser considerado de derecha,
si fuese un candidato de derecha pediría “mercado justo” no pediría “mercado
libre”, que es algo muy pero muy distinto (y que lo haría semejante a Donald
Trump).
Bolsonaro es nacionalista, es cristiano, y al parecer, es
liberal (algo que está por verse) cualidades que no son excluyentes, a
pesar de lo que pudiese alegar un “europeísta” de esos que malignamente afirman
que nacionalismos y mercados libres son incompatibles. De todos modos y de no
llegar a comprobarse el liberalismo de Bolsonaro (más bien de su equipo de gobierno)
tanto la acusación de fascismo como de extrema derecha seguirían siendo
insustentables, porque lo más probable es que todo termine en un gobierno más
bien socialcristiano, con acento conservador sin duda, pero nada parecido al
fascismo con el cual se pretende aterrorizar a los ignorantes.
Llegados a este punto, vamos a aclarar que el discurso
personal de Bolsonaro (más allá del que desaprueba en bloque y con obvias
manipulaciones, la agenda progresista de la izquierda internacional) no puede
agradar sino a fanáticos de cierto discurso, ese si ultra-radicalizado y de por
si ínfimamente minoritario, hasta en Brasil. No estamos hablando de un
candidato ideal (¿existe?) de hecho, en otras circunstancias, en circunstancias
normales, este discurso sería inaceptable, y en una elección “normal” en un
país “normal” Jair Bolsonaro no habría pasado de ser un candidato excéntrico
derrotado en primera vuelta, y con votación entre los colistas.
Para ponerlo de otra forma, el discurso homofóbico y
machista de Bolsonaro no fue el discurso que “prendió” entre el electorado
brasileño (todo lo contrario), en cambio el discurso de lucha, incluso de lucha
violenta y sin cuartel contra el hampa, ese sí obtuvo máxima receptividad, una
entusiasta receptividad. El pretendido discurso racista, tan amplificado por la
prensa local y mundial, en un país como Brasil y de haber sido cierto, o de
haber sido asimilado así por la población, ha debido ser su condena
irremediable, pero no fue así, y basta ver el mapa de votación en la primera
vuelta para saber que la distribución no fue exclusivamente la de un “país
blanco” votando por Bolsonaro.
Llegado a este punto es importante recordar que a pesar de una
aplastante hegemonía cultural de izquierda, en Brasil siempre ha existido un
sustrato conservador que no es minoritario (con la excepción del nordeste,
sector que no por “negro” si no por ser ya un coto tradicional izquierdista,
muestra una tendencia distinta).
Sin embargo, la histeria “antifascista” contra Bolsonaro ha
sido muy fuerte, y medios de cierto prestigio en particular medios “mainstream”
en Europa, se han zambullido en ella sin el menor pudor y en cierta forma han
logrado su objetivo en la opinión pública, hasta el punto de enganchar por
igual, a personas de comprobado cacumen como a los infaltables bobos
universales que presumen de sensatez y equidistancia, sobre todo cuando no
entienden algo. Menos mal que el “brasileño de a pie” si ha sabido diferenciar
y establecer prioridades, que una vez más el primer mundo tardará en captar, quizás
“por exotismo indescifrable”.
Los militares, un punto clave
Jair Bolsonaro es recordado en la fuerza armada brasileña
como el que defendió el sueldo de los militares, en 1985 cesó la dictadura
militar después de 21 años de dominio del poder político, y la democracia
recién estrenada, o reestrenada, comete el error de castigar a los uniformados
por donde más duele: por los salarios, en aquella época el entonces capitán Bolsonaro
denuncia esta política en la prensa, y llega hasta el punto de planificar
“atentados de protesta” contra el mismo ejército (lo cual da una idea del apoyo
interno y el liderazgo que había logrado).
A raíz de una denuncia, Bolsonaro es puesto preso, dado de
baja con degradación y con un expediente psiquiátrico, sin embargo, en
instancia superior saldrá airoso hasta el punto de ser absuelto y ser
reintegrado con el mismo grado de capitán, de todos modos y a partir de ese
momento Bolsonaro no volverá a la vida militar y emprenderá en cuestión de poco
tiempo, una ajetreada carrera política cuya descripción no es el objetivo de
este reporte, pero que ya sabemos hasta donde lo ha llevado.
Aquí lo que queremos resaltar, es que el episodio da cuenta
de un personaje, mejor dicho de una personalidad bien particular, que sin duda
dejó una huella en la fuerza armada, huella de principios y determinación fuera
de lo común más allá de toda sumisión y conformismo, algo que por lo visto los
años no han logrado borrar, porque si hay algo de lo que no se debe dudar, es
que si los militares desconfiaran de Bolsonaro, o lo hubiesen encontrado
“inconveniente”, hace tiempo que hubiesen saboteado su trayectoria (desde luego
en acuerdo con los políticos) especialmente durante esta fase “estelar” que ha
protagonizado en los últimos tiempos.
Mientras tanto ¿qué ha pasado en todos estos años con los
militares en Brasil? pues lo primero que se debe apuntar es que se han
convertido en la institución más popular del país: según una encuesta de la
empresa Datafolha de junio de este año, la fuerza armada cuenta con 78% de
aprobación en cuanto a “confianza”, dato que contrasta con cifras en poco
superiores al 30% para instituciones como los partidos políticos, el congreso
nacional, la presidencia de la república y la prensa.
Pasa también que desde hace un tiempo muchos brasileños,
hartos de la corrupción de su clase política y aterrados por el deterioro de su
calidad de vida y en especial por la inseguridad, están pidiendo la intervención
de las fuerzas armadas para limpiar al país de “políticos corruptos” y
enfrentar a pandillas de narcotraficantes armadas hasta los dientes, clamor que
se ha visto reflejado en sondeos de opinión donde se informa que más del 60% de
la población, respaldaría que los militares “se expresen sobre la situación
política”.
Ante esta situación, los militares no actuaron como la gente
pedía pero si se pronunciaron: el comandante del ejército brasileño, general
Eduardo Villas Bôas, afirmó en mayo de este año que “no existe la
posibilidad de una intervención militar en la misma modalidad del período de la
dictadura militar […] pero de todas formas, las fuerzas armadas, y el ejército,
por el cual yo respondo, si eventualmente tendría que intervenir, será para
hacer cumplir la Constitución, mantener la democracia y proteger a las
instituciones…”
Pero antes, en abril, el mismo general Bôas en forma
francamente insólita, había mandado un comunicado ¡por Twitter! que fue
interpretado como una advertencia para el Supremo Tribunal Federal, ¿y qué era
lo que decía el tuit? que “el ejército brasileño, comparte el anhelo de
todos los ciudadanos de bien” y “repudia la impunidad”, en
referencia más directa que indirecta, a la posibilidad de que el expresidente
Luis Ignacio Lula da Silva quedase en libertad mientras cursaba su apelación
por la condena que recibió por corrupción, decisión crucial para impedir que
pudiese postularse nuevamente a la presidencia.
“Coincidencialmente” y a los dos días de este anuncio, el tribunal
en decisión cerrada 6 a 5 confirmó que Lula debía seguir preso (y no podría ser
candidato).
Pero ¿cuál podría ser el grado de conciencia del estamento
militar -más allá de su comandante- como poder decisivo en esta hora? aquí los
hechos hablan y los militares incluso antes de hablar ellos, tuvieron antes que
salir a la calle, no a dar un golpe de Estado sino a combatir la delincuencia,
y es que si de verdad existiese en la fuerza armada una “clase militar”, hace
tiempo ha debido entender que si se debe actuar se debe hacer siguiendo el
principio de “cuanto antes mejor”, y la lección ejemplar que han recibido es
contundente, aún está viva, y consistió en la tardía respuesta que una
democracia plagada de corrupción e incapacidad y en el súmmum del desprestigio,
le dio a la situación de inseguridad que se vive en una ciudad inmensa y
compleja como lo es Rio de Janeiro, en donde una criminalidad desbordada hasta
el punto de protagonizar hasta 22 tiroteos diarios, obligó al gobierno central
a militarizar la ciudad en forma indefinida y crear el Ministerio de Seguridad
Pública en febrero de este año.
No cabe la menor duda de que Bolsonaro de llegar al poder,
llegará con el apoyo y la muy posible participación “activa” de la fuerza
armada, y por lo tanto llegará al poder con un suprapoder al que solo le
faltará la cuadratura legislativa (que deberá resolver su equipo de gobierno) y
llegará más que listo (porque así lo ha anunciado) para enfrentar las fuerzas
del caos y la desestabilización que la izquierda, en sociedad con la
criminalidad organizada, tratará de desplegar en algún momento. Se podría
tratar de una situación inversa a la vivida en Venezuela donde el militar
comunista Hugo Chávez llegó al poder para asaltarlo con el apoyo de “sus”
militares, a los cuales potenció sin límite al otorgarles un radio de acción
sin precedentes en el mundo moderno occidental, con la constitución militarista
de 1999.
En este sentido se podría afirmar que el excéntrico, el
egocéntrico, el deslenguado, el militar capitalista Bolsonaro, podría resultar
el “anti-Chávez” por excelencia, y que la izquierda esta vez “se encontró con
la horma de su zapato” (mejor dicho de su bota).
(Y los EE.UU. podrían tomar nota, si es que alguna vez se
despiertan de su letargo geopolítico hacia Suramérica, algo que seguramente
ocurrirá “por las malas”, pero no estaría de más mostrar alguna capacidad de
anticipación real, y no solo de escandalización retórica para contentar a las
comitivas de turno por Washington).
No es polarización, es radicalización
Esta no ha sido una campaña electoral normal, ni podría ser
de otro modo, es una campaña en donde una porción importante de la sociedad
desea con fervor digno de un mesías, que un preso por corrupción vuelva a ser
presidente-redentor, y en el otro extremo, porque de extremos se trata todo
esto, tenemos a un militar que amenaza con las armas a diestra y siniestra y
que no conoce de la contención a la hora de expresarse, superando no solo la
noción de “corrección política”, sino la más elemental sensatez.
Esto es como si Hugo Chávez estuviese compitiendo desde la
cárcel de Yare con Donald Trump atrincherado en El Pentágono ¿locura? sí,
definitivamente es locura y sus efectos son reales, en Brasil hemos podido
observar un duelo de tribunales por liberar a Lula, y a Bolsonaro le propinaron
una puñalada en pleno acto político, y tenemos a un Fernando Haddad al que solo
le falta hacerse una cirugía plástica para ponerse la cara de su amo,
acompañado en su fórmula para la vicepresidencia por una comunista militante,
en cambio el vicepresidente de Bolsonaro, es un general de la reserva del
ejército que defendió públicamente la necesidad de dar un golpe contra el
gobierno.
Esto no es polarización, es radicalización, y por lo tanto
se trata de un fenómeno más profundo, más irracional y por lo tanto más
duradero, en otras palabras, algo que trasciende la contienda electoral, ergo,
las elecciones no constituirán acto conclusivo sino episodio, posiblemente un
preliminar.
En este contexto, el porcentaje que obtenga Fernando Haddad
del PT (Partido dos Trabalhadores más toda la izquierda unida) será igual de
radicalizado, y se trata de un porcentaje que en modo alguno debe ser
subestimado, primero, porque podría tratarse de un porcentaje importante (en
torno al 45% según sondeos) que celebraría desvergonzadamente que un hampón
como Lula pudiese salir de cárcel y volver a tomar las riendas del país, y
segundo porque esto significa que, incluso la izquierda moderada, tanto la
laborista como la socialdemócrata, prefieren sumarse a un programa de
caotización y desestabilización del país (y eventual reseducción de las masas)
que enfrentarse a una cruda realidad: que a pesar de que no fueron engullidos
totalmente por el PT de todos modos perdieron vigencia.
En Brasil, la escena está servida para el clásico péndulo,
ante la perenne imposibilidad de unión o alianza de las fuerzas vivas de la
sociedad civil, para enfrentar una situación que es de crisis y apunta
directamente al estado de conmoción interna y al estado de necesidad.
En una democracia medianamente funcional lo deseable es la
deliberación ordenada ante la ventilación pública de los conflictos en la
sociedad, pero cuando se pierde la forma democrática porque su fundamento, la
república, se ha convertido en una madriguera de oligarcas que secuestra la
institucionalidad, en una “cosa privada” moralmente debilitada que es blanco permanente
del desprecio público, el intento de rescate por la vía puramente democrática
puede fracasar estruendosamente, es como tratar de pintar la fachada a punto de
desplomarse.
Lo que se debe rescatar es la república, la ley, el orden,
sus instituciones y sobre todo sus monopolios, el tratamiento del mal solo
puede ser por cirugía, terapia e higiene, no se valen tratamientos tópicos.
Quienes desean impedir el desarrollo de una crisis que puede
ser deseable en el sentido de “sanadora”, son los que siempre por aprensión,
debilidad, arrogancia u oportunismo, fragilizan a una sociedad y comprometen
seriamente tanto su metabolismo como su sistema inmune, y aquí los peores de
todos, los verdaderamente malditos, son los que ante la necesidad de una
cirugía, se quedan en la anestesia.
Esta crisis no es solo de Brasil, el auge de los populistas
(de todo signo) es una reacción ante la cual analisiados incurablemente
zoquetes, solo atinan a señalar una exasperación (precisamente el populismo)
sin entender la causa, o peor aún, sin querer hacer el menor esfuerzo real por
comprenderla, cayendo en meros rituales de virtue signalling (ostentación
de virtud). Las situaciones de radicalización son de auge de los extremos y
este auge siempre ocurre por desconexión y colapso de un centro político que
cuando no se corrompe, o se estanca, se ensimisma tercamente en un narcisismo
idealista y a la vez arrogante en donde “todos están equivocados” menos ellos
por supuesto.
¡Es el comunismo estúpido!
Esto lleva una vez más, al manido discurso de la
equidistancia, de la neutralidad, que es una variante presuntuosa de la
corrección política, ergo, una forma más de censura, que la mayoría de las
veces solo sirve para erigir altares individuales de pureza, la forma de
evasión más cara a muchos supuestos intelectuales, pero que no sirve cuando lo
que está en juego no es un torneo electoral sino una nación llevada al extremo
por directa inoperancia o degradación de su clase política, más aun si se
entiende que el juego tiene serias implicaciones no solo a escala local sino
continental, y más aún si se comprende que en este juego, la “comunidad internacional”
cuando no alcahuetea, no hace nada -o casi nada- para evitar la deriva final, o
sea, la llegada al estado de necesidad que obliga a plantear el conflicto como única
salida posible.
El actor Bolsonaro
La palabra “actor” significa “participante en una acción o
suceso”, pero también puede significar “persona que interpreta un papel en una
obra…” y el DRAE nos apunta otra acepción interesante: “persona que exagera o
finge”.
¿Cuál de estas acepciones podría cuadrar con Bolsonaro? solo
el tiempo lo dirá, porque lo electoral que es un arte escénica, obliga a la
interpretación de un papel mejor aún si es exagerado o fingido, pero el poder
exige más, y el poder debiendo actuar necesita tanto actores que ejecuten como
actores que interpreten, en este caso, pueden ser actores tanto el titiritero
como el títere, especialmente si el teatro es uno de operaciones.
Bolsonaro deberá enfrentar de entrada, un primer teatro de
operaciones representado por un congreso más fragmentado que nunca, de cara
a una exacerbación de la tensión social que requerirá la urgente construcción
de un piso político, que a su vez permita apuntalar un nada fácil equilibrio
entre confrontación y gobernabilidad.
Superado el acto siempre falso y teatral de las elecciones,
muchas fuerzas “vivas” de la sociedad deberán moverse y ver bien hacia dónde lo
harán, porque el no saber moverse en esta “bipolaridad” podría implicar la
desaparición, especialmente para cualquiera que pretenda dárselas de
“centrado”: cuando lo que está planteado es un péndulo, quien se quede en el
centro podría ser derribado si no se aparta.
Y sobre todo porque el actual partido de Bolsonaro (el
Partido Social Liberal, PSL, al cual se adhirió en enero) realmente no existe
(como partido de masas), es un movimiento con tejido, incluso con tejidos
claramente diferenciados: militar, religioso, conservador, pero sin órganos,
necesita vertebración y necesita interfases, esto es algo que ocurre con
frecuencia en la (casi) siempre difusa derecha, a diferencia de la izquierda y
sus compartimientos fuertemente estructuralizados, comprometidos y militantes,
muy claros, definidos y preparados en su “vocación hegemónica”.
Pero Bolsonaro y las fuerzas civiles y militares que lo
apoyan en algo si están claros: van a dar la guerra, sobre todo porque saben
que la izquierda la va a dar, hagan lo que hagan, no importa lo que hagan, y si
dan signos de debilidad o de vacilación la ofensiva será aún mayor. No nos
engañemos, aquí se trata de enfrentar al comunismo versátil del PT, del Foro de
Sao Paulo y sus cómplices oportunistas, que siempre son los socialistas
especialmente los “globalistas-progresistas”. No estamos tratando con un rival
civilista, en una dialéctica por la definición y evolución de una nación, sino
confrontando a enemigos de la nación, que desean cambiarla destruyéndola
primero, y aplanándola después.
Artículo publicado originalmente como trabajo especial del equipo editorial de “La Cabilla”, el 27 de octubre de 2018 en su antigua página web (lacabilla.com).
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